El cazabombardero Su-27, perteneciente a la “cuarta generación” de aviones de combate rusos, es ampliamente reconocido como uno de los logros más destacados de la aviación militar rusa.
Conocido en el código de la OTAN como “Flanker”, este modelo fue incorporado en 1985 dentro del arsenal de la Fuerza Aérea Soviética, específicamente diseñado para neutralizar la amenaza representada por el F-15 Eagle estadounidense. A lo largo de sus 39 años de operaciones, el Su-27 ha participado en conflictos a ambos lados del frente en la guerra de Ucrania, demostrando su capacidad y versatilidad en combate.
El atractivo del Su-27 trasciende fronteras, hasta el punto de que China mostró interés en fabricar sus propias variantes del modelo. Durante la década de 1990, en un período de profunda crisis económica post-soviética, China adquirió varias unidades del Su-27, incluyendo versiones monoplaza y biplaza.
Estas transacciones no solo proveyeron un salvavidas financiero a Rusia, sino que también permitieron a China modernizar su entonces obsoleta fuerza aérea. La decisión de comprar el Su-27 surgió después de que Occidente, respondiendo a la masacre de Tiananmen, restringiera el acceso de China a tecnologías occidentales avanzadas en materia de aviación.
Iniciativa china de fabricación bajo licencia

Para 1995, los intereses chinos habían evolucionado de la simple compra a la producción bajo licencia, un reflejo de la estrategia china de adquirir, asimilar y finalmente independizarse de la tecnología extranjera.
Esta petición llegó en un momento crítico para Rusia, que enfrentaba una grave crisis económica y veía en la colaboración una oportunidad para sostener su industria de defensa. A lo largo de una década, Rusia asistió a China en la producción del J-11B, versión local del Su-27, adaptándose a los continuos cambios en los requerimientos chinos.
Sin embargo, en 2004, después de haber producido aproximadamente 100 J-11B, China declaró que discontinuaría tanto la compra del Su-27 como su producción interna. Lo que aparentaba ser el fin de una era resultó ser solo un espejismo.
Tres años más tarde, la Corporación Shenyang reveló que había continuado la producción del J-11B sin asistencia rusa, en lo que constituyó una violación flagrante de los acuerdos previos. La apariencia del J-11B es prácticamente idéntica a la del Su-27, un testimonio de la meticulosa replicación china y un ejemplo clásico de las estrategias de espionaje industrial empleadas por Pekín, usualmente reservadas para contrincantes como Estados Unidos.
Innovación y adaptación en el desarrollo del J-11B

Los chinos no solo se limitaron a replicar el diseño del Su-27; modificaron profundamente sus sistemas internos y su arsenal. Esta estrategia refleja el enfoque chino de utilizar la tecnología extranjera como base para la innovación y el desarrollo propios, desafiando la noción de que China se limita a imitar.
El arsenal del J-11B incluye adaptaciones significativas, como el misil de corto alcance guiado por infrarrojos PL-8 y el misil de largo alcance guiado por radar PL-12, divergiendo de la configuración típica de armamento del Su-27 ruso.
Además, se han integrado capacidades aire-tierra, incluyendo misiles antirradar, bombas guiadas por láser y bombas planeadoras, manteniendo el cañón ruso GSh-30 de treinta milímetros.
Desafíos técnicos y estratégicos del J-11B
A pesar de estas mejoras, el J-11B ha enfrentado desafíos significativos, particularmente en lo que respecta a la fiabilidad de sus motores, tradicionalmente considerados inferiores a sus homólogos occidentales y rusos.
Aunque los informes sugieren que los ingenieros chinos han hecho avances en la resolución de estos problemas, la reputación de los motores del J-11B sigue siendo un punto de preocupación, a pesar de su capacidad para generar 29,000 libras de empuje.

Más allá de los desafíos técnicos, el J-11B ha desempeñado un papel crucial en la política de poder de China, especialmente en su postura hacia Taiwán. Como contraequivalente al F-15, principal componente de la fuerza aérea taiwanesa, el J-11B ha sido desplegado frecuentemente para patrullas provocativas a través de la línea media en el estrecho de Taiwán, demostrando su relevancia estratégica en el aumento de las tensiones regionales.
El impacto del J-11B va más allá de su papel como simple réplica del Su-27. Representa una pieza clave en el arsenal chino, evidenciando la capacidad del país para adaptar y expandir tecnologías extranjeras dentro de su doctrina militar. A pesar de los problemas técnicos, su despliegue en combinación con plataformas como el bombardero H-6 podría, según analistas como el Dr. Brent M. Eastwood, desafiar seriamente las defensas de Taiwán ante un posible conflicto.
En resumen, el J-11B es un testimonio de la estrategia china de apropiación y adaptación tecnológica, destacando su evolución desde una simple imitación hasta convertirse en una amenaza táctica considerable.
Es un recordatorio de que, aunque inicialmente basado en diseños extranjeros, ha evolucionado para convertirse en un activo militar formidable con sus propias características únicas y capacidades operativas.