En el umbral del siglo XXI, Estados Unidos inauguró la era de la superioridad aérea con la puesta en producción del F-22 Raptor, aclamado universalmente como el caza supremo del globo, gracias a su sinergia inédita de velocidad sostenida en alta mar, agilidad en combate y tecnología sigilosa de baja observabilidad.
Paralelamente, el Pentágono delineaba los contornos de un sucesor todoterreno, el F-35 Lightning II, ideado para la fabricación en masa y a costos más contenidos. No obstante, se percibía un vacío en el arsenal de la aviación de combate: la ausencia de un proyecto de bombardero nuevo tras la finalización prematura de la serie del B-2, que se detuvo tras alcanzar una flota de veinte unidades.
Esta coyuntura planteó un interrogante revolucionario: ¿Sería factible convertir el F-22 en un bombardero? La premisa se sustentaba en las cualidades excepcionales de sigilo del Raptor, incluso superiores a las del B-2, que serían decisivas para infiltrarse en espacios aéreos custodiados por sistemas antiaéreos y cazas hostiles.
La capacidad supersónica del F-22 prometía, además, ser un diferenciador clave en tales misiones. No obstante, esta transformación exigía superar dos desafíos críticos: ampliar la capacidad de carga útil y el alcance operativo del F-22.
Concebido primordialmente para dominar zonas de combate aéreo inmediatas con un radio operativo de 600 millas, el alcance del F-22 resultaba insuficiente para misiones de bombardeo profundo sin depender de reabastecimiento aéreo en territorio hostil.
Adicionalmente, su configuración original limitaba su arsenal terrestre a solo cuatro bombas de pequeño diámetro de 250 libras con guía GPS en su bodega interna, sacrificando su perfil sigiloso al agregar hasta cuatro bombas adicionales en configuraciones externas.
El FB-22: Visión de Lockheed Martin para un Raptor Bombardero
Lockheed Martin, al explorar la idea a inicios de los 2000, evaluó la posibilidad de extender el fuselaje del F-22, solo para encontrarse con que tal modificación comprometía gravemente el desempeño de la aeronave.
La solución emergió en forma de una variante que respetaba la integridad del fuselaje original, pero introducía alas delta reforzadas y de mayor envergadura, triplicando la superficie alar del F-22, al tiempo que consideraba la eliminación de las aletas traseras verticales para optimizar el diseño.
El diseño propuesto para este FB-22 prometía una capacidad de carga bélica de hasta 15.000 libras en modo sigiloso, cifra que podría duplicarse en configuraciones menos discretas. Además, se planteó la inclusión de dos misiles aire-aire AIM-120 para defensa propia.
Lockheed Martin aseguraba que unas vainas diseñadas con especial atención en las alas permitirían mantener el perfil sigiloso del avión incluso cuando portara armamento externo. La única modificación de consideración en el diseño base del F-22 radicaba en la adición de un asiento adicional, destinado a un Oficial de Sistemas de Armas, con el propósito de asistir en la navegación durante misiones prolongadas y en la operativa de las armas guiadas.
El prototipo del FB-22 sugería un abandono de las características toberas de empuje vectorial del F-22 en favor de una resistencia máxima reducida a seis g, reflejando una orientación distinta de la aeronave, alejada de los combates cercanos en favor de misiones de bombardeo.
Se propuso reemplazar los motores F119 por los F135, más potentes, provenientes del Lightning II, permitiendo al FB-22 alcanzar velocidades de hasta Mach 1.9 a pesar de su mayor masa.
Este cambio, junto con un incremento del 80% en la capacidad de combustible, extendía su alcance operativo hasta unas impresionantes 2,000 millas, cifra destacable entre los cazas, aunque modesta si se compara con los bombarderos estratégicos en servicio.
Detalles adicionales sobre estas especificaciones técnicas han sido aportados por John Tirpak en la revista de la Fuerza Aérea.
Revitalización del Bombardero Supersónico Regional con el FB-22
El diseño contemplado del FB-22 se perfilaba como un renovador del concepto de bombardero regional de alta velocidad, una noción que había quedado en el olvido tras la descontinuación del F-111, el último de su clase diseñado para esquivar radares volando a ras de tierra, en una época donde el sigilo aún no dictaba los términos del diseño aeronáutico.
En la escena contemporánea, el único parangón con una filosofía similar era el Su-34 Fullback ruso, un bombardero derivado del caza Su-27 Flanker, adaptado a un formato biplaza con capacidades extendidas.
En el 2003, el entonces secretario de la Fuerza Aérea de EE. UU., James Roche, visualizó la integración de una flota de 150 FB-22, sirviendo como una solución interina de bombardeo furtivo hasta la llegada de un futuro diseño más avanzado y de mayor tamaño previsto para 2037.
Esta aspiración se enmarcaba en un contexto donde el Pentágono anticipaba la adquisición de más de 500 unidades del F-22 Raptor, un cálculo que se vio significativamente ajustado a la baja cuando la producción se limitó finalmente a 187 aeronaves.
Lockheed Martin proyectó que Boeing, colaborador en el desarrollo del F-22, asumiera las riendas de la fabricación del FB-22 tras completar su fase de desarrollo. Esta propuesta, aunque sorprendente, reflejaba la necesidad de Lockheed de concentrar sus recursos en el F-35, un proyecto que, a pesar de sus desafíos, prometía cimentar la posición dominante de la compañía en el sector aeroespacial por décadas.
Para el 2004, Lockheed había delineado hasta seis propuestas distintas para el FB-22 ante el Pentágono, calculando que el desarrollo del mismo requeriría una inversión de entre 5.000 y 7.000 millones de dólares.
Aunque esta cifra representaba una suma considerable, equivalía apenas a una fracción del costo asociado al desarrollo de un bombardero estratégico furtivo. Según estimaciones de Lockheed, el FB-22 habría compartido hasta el 80% de sus componentes con el F-22, incluyendo fuselaje y sistemas aviónicos, lo que habría permitido una reducción significativa de los costos de desarrollo y producción.
El ocaso del FB-22 ante la búsqueda de un nuevo bombardero estratégico
La visión del FB-22 encontró su fin en la Revisión Cuatrienal de Defensa de 2006, desestimada por un criterio decisivo: la preferencia de la Fuerza Aérea de EE. UU. por desarrollar un bombardero estratégico inédito para el año 2018.
A pesar de que su alcance de 2,000 millas posicionaba al FB-22 como una opción viable para “bombardero regional” operando desde bases en Europa o el Medio Oriente, las limitaciones eran evidentes en el teatro del Pacífico, donde las opciones de bases aéreas se reducían a unas pocas islas, altamente susceptibles a ataques con misiles balísticos.
En este contexto, la Fuerza Aérea ambicionaba un bombardero de mayor envergadura, capaz de proyectar poder desde el territorio continental de Estados Unidos hacia cualquier punto del globo, replicando la capacidad de alcance global de modelos precedentes como el B-52, B-1, o B-2.
La decisión del Pentágono dejó de lado la oportunidad de adquirir un bombardero operativamente competente a un costo significativamente inferior a los 500 millones de dólares estimados por unidad para el entonces incipiente B-21 Raider.
Sin embargo, optar por el desarrollo del FB-22 habría impuesto a la Fuerza Aérea dos dilemas de índole técnica y logística a largo plazo. El primero radica en la infraestructura tecnológica del Raptor, cuyo sistema informático y enlace de datos, anclados en la tecnología de los años 90, muestran limitaciones de integración con las plataformas contemporáneas de guerra en red, mucho más avanzadas y eficaces.
El segundo escollo se vincula con el mantenimiento de los revestimientos absorbentes de radar del Raptor, una solución de sigilo que demanda un esfuerzo considerable en términos de costos y logística de mantenimiento.
Esta tecnología ha sido superada en el F-35 por una aproximación basada en paneles modulares, que ofrecen ventajas significativas en términos de eficiencia y sostenibilidad económica. Estas consideraciones técnicas y estratégicas subrayaron la decisión de apostar por una nueva generación de bombarderos estratégicos, orientando el futuro del poder aéreo estadounidense hacia soluciones más innovadoras y adaptadas a las complejidades del escenario global contemporáneo.