El F-22 Raptor no se exporta por decisión legal y doctrinal: preservar su tecnología mantiene la ventaja aérea de EE. UU. frente a rivales como China o Rusia.
El F-22 Raptor es considerado un activo estratégico irremplazable
El F-22 Raptor, fabricado por Lockheed Martin e introducido en 2005, se consolidó como uno de los cazas más avanzados de la historia militar. Su combinación de tecnología stealth, supercrucero, maniobrabilidad superior y sensores de vanguardia lo convirtió en un pilar de la superioridad aérea estadounidense. A diferencia de otros aviones de combate como el F-16 o el F-35, el Raptor fue excluido del mercado internacional desde sus primeras etapas.
Esta exclusividad no responde únicamente a razones económicas. La negativa a vender el F-22 se fundamenta en preocupaciones estratégicas y de seguridad nacional. Estados Unidos considera al Raptor un diferenciador tecnológico demasiado valioso como para exponerlo a riesgos de proliferación, espionaje o ingeniería inversa, especialmente en un contexto global donde China y Rusia desarrollan cazas stealth propios.
El diseño del F-22, con una sección transversal de radar extremadamente baja, su motor con poscombustión suprimida y su radar AESA AN/APG-77, lo colocan en una categoría táctica superior. Compartir estas capacidades con otras naciones, incluso aliadas, representaría una pérdida de control operacional y tecnológica.
Por ello, el F-22 permanece reservado exclusivamente para la Fuerza Aérea de Estados Unidos, como un componente crítico en la doctrina de combate de alta intensidad.

Razones técnicas y legales que impiden la exportación del F-22
- El Raptor tiene capacidad de supercrucero sin poscombustión a Mach 1.8.
- Integra el radar AN/APG-77 AESA y un sistema avanzado de fusión de datos.
- Su firma radar extremadamente baja lo hace casi indetectable.
- La “Enmienda Obey” de 1998 prohíbe su venta al extranjero.
- El riesgo de ingeniería inversa o filtración tecnológica es considerado alto.
El Congreso bloqueó su venta incluso a aliados cercanos
En 1998, el Congreso de Estados Unidos incorporó a la Ley de Asignaciones de Defensa la “Enmienda Obey”, que impide la exportación del F-22. La medida respondía a temores sobre la transferencia de tecnología sensible, especialmente en un momento de creciente rivalidad tecnológica con China.
Países como Japón, Australia e Israel manifestaron interés en adquirir el Raptor. Sin embargo, la legislación estadounidense, sumada a la resistencia del Pentágono, impidió cualquier avance en esa dirección. En todos los casos, se ofreció como alternativa el F-35 Joint Strike Fighter, que fue diseñado desde el inicio para ser exportable.
La negativa a compartir el F-22 no refleja desconfianza hacia los aliados, sino una decisión de preservar el monopolio de una plataforma crítica en posibles escenarios de guerra de gran escala. Estados Unidos considera que su liderazgo aéreo depende en parte de que el Raptor no sea replicado ni descompuesto tecnológicamente.
Esta política se mantiene inalterada en 2025, a pesar de los avances de competidores y del paso del tiempo desde su entrada en servicio.
Los altos costos y el cierre de producción dificultan su reapertura

Además de las restricciones legales y estratégicas, la producción limitada del F-22 refuerza su exclusividad. En 2009, bajo la administración de Robert Gates, se tomó la decisión de detener la línea de ensamblaje tras la fabricación de 187 unidades. Esta cifra contrasta con las 750 previstas originalmente.
El alto coste de producción, superior a 150 millones de dólares por unidad (sin incluir desarrollo), y la percepción de que el F-35 sería una solución más económica y versátil, llevaron al Congreso a clausurar el programa de forma definitiva.
Reabrir la línea de producción hoy sería inviable: los proveedores fueron reubicados, los utillajes desmantelados, y la infraestructura transferida a otros programas. Incluso con la intención de exportar, los costes de reactivación superarían con creces el beneficio económico.
El F-22, por tanto, no solo está restringido por ley, sino también por condiciones logísticas y financieras que hacen su exportación inviable en el corto o mediano plazo.
El Raptor sigue siendo una pieza clave en la superioridad aérea de EE. UU.

La doctrina militar estadounidense considera al F-22 como un “abridor de puertas”, es decir, un caza capaz de eliminar amenazas antes de que otros aviones actúen. En conflictos de alta intensidad, como un hipotético enfrentamiento en el Indo-Pacífico, su rol sería penetrar defensas integradas y neutralizar sistemas como el HQ-9 o el S-400.
Incluso frente a limitaciones como su costo de mantenimiento elevado y un alcance inferior al de otros cazas, el Raptor conserva su valor por la combinación única de furtividad, maniobrabilidad y letalidad. Exportarlo podría acelerar el desarrollo de contramedidas por parte de adversarios al facilitar el análisis de sus materiales o sistemas electrónicos.
Estados Unidos opta por mantener el F-22 como una plataforma exclusiva para garantizar su ventaja aérea, mientras fortalece alianzas a través del F-35, un sistema más distribuido, interoperable y adaptable a distintos usuarios internacionales.
El F-22 Raptor no solo es un avión de combate; es una declaración de supremacía tecnológica. Mientras el F-35 representa la cooperación global, el Raptor sigue siendo un símbolo de la disuasión unilateral estadounidense en el siglo XXI.