El epicentro de las discusiones en Washington el 14 de febrero giró en torno a la revelación de una enigmática arma espacial de origen ruso. El presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara, Mike Turner, exhortó a la administración a publicar detalles sobre este artefacto, calificado como una “amenaza significativa para la seguridad nacional”.
Medios de comunicación en Estados Unidos especulan sobre un sistema nuclear ruso, aún no operativo, con potencial para comprometer la integridad de satélites tanto estadounidenses como de naciones aliadas. La naturaleza exacta de esta arma suscita interrogantes.
Las descripciones iniciales son diversas: por un lado, se habla de una aeronave propulsada por energía nuclear; por otro, de una embarcación armada con ojivas nucleares. Las hipótesis se dividen en tres categorías: una ojiva nuclear “en reserva” para aniquilar satélites, que permanecería en tierra hasta su activación; una ojiva nuclear posiblemente ubicada en órbita; o un satélite dotado de propulsión nuclear que, si bien no constituiría un artefacto explosivo per se, emplearía energía nuclear para potenciar algún dispositivo alternativo.
La implementación de un arma nuclear en órbita completa por parte de Rusia constituiría una violación al Tratado del Espacio Exterior de 1967. Asimismo, las detonaciones nucleares espaciales están vetadas bajo el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares de 1963, tratado al que Rusia es parte. Independientemente de las implicaciones legales, tal arma representaría un mecanismo de destrucción masiva y sin distinciones.
En la superficie terrestre, la radiación intensa de un estallido nuclear no solo inflige daño directo, sino que además genera una vasta onda de choque, incendios y precipitación radiactiva. En el cosmos, el vacío hace que la radiación sea el principal vector de destrucción. Un pulso electromagnético originado por una detonación orbital podría inutilizar la electrónica de numerosos satélites.
Este fenómeno fue demostrado durante la prueba nuclear de alta altitud Starfish Prime en 1962 por Estados Unidos, que no solo impactó a los satélites en su línea de visión, sino también a aquellos en el lado opuesto del planeta, debido a que la radiación fue redirigida por el campo magnético terrestre, resultando en daños o la destrucción de aproximadamente un tercio de los satélites en órbita terrestre baja en ese momento.
Impacto de las armas nucleares orbitales: Una visión global de la amenaza
La potencial detonación por parte de Rusia de un artefacto nuclear en la órbita terrestre baja (leo) hoy, con un total aproximado de 8.300 satélites activos, supondría una amenaza no solo para los activos espaciales estadounidenses, sino también para aquellos de Rusia, China, y otras naciones. Esta acción afectaría igualmente a la Estación Espacial Internacional, actualmente hogar de tres cosmonautas rusos, y a la estación espacial china Tiangong, con tres tripulantes.
Mientras los satélites militares y de inteligencia de EE. UU., especialmente aquellos dedicados a comandos y controles nucleares, están diseñados para resistir estos impulsos electromagnéticos, los satélites comerciales carecen de esta protección. En este contexto, un ataque de tal magnitud sería característico de naciones en situaciones límite como Corea del Norte e Irán, cuyas capacidades espaciales son mínimas y podrían considerar que no tienen nada que perder en un conflicto.
La estrategia detrás de la iniciativa rusa de posicionar una bomba nuclear en órbita, en vez de aprovechar misiles terrestres existentes, puede ser su intención de alcanzar la órbita geosincrónica (geo), una región crítica ubicada aproximadamente a 36.000 km sobre la Tierra, según explica Matthew Bunn de la Universidad de Harvard.
A diferencia de la leo, que se encuentra a menos de 2.000 km de altura, la geo es crucial para satélites de radiodifusión, alerta de misiles y otros propósitos estratégicos, manteniendo muchos de los más importantes satélites de vigilancia y comunicaciones militares estadounidenses. Los misiles nucleares actuales carecen de la capacidad para llegar a esta altitud, destaca Bunn.
Otra hipótesis, presentada por PBS NewsHour, sugiere que Rusia podría estar considerando el despliegue de un satélite con propulsión nuclear dotado para la guerra electrónica (ew). La guerra electrónica busca interferir o distorsionar las señales emitidas o recibidas por los satélites enemigos; la mayoría de estos ataques son temporales y reversibles.
Aunque varias naciones, incluyendo Estados Unidos y Rusia, poseen capacidades de guerra electrónica terrestre capaces de comprometer satélites, ejecutar estos ataques desde el espacio permitiría una ofensiva más precisa y sostenida, particularmente si el arma pudiera posicionarse cerca de su objetivo.
Avances en la guerra electrónica espacial: La estrategia rusa al descubierto
Rusia no es ajena al desarrollo de sistemas antisatélite avanzados. Un informe de la Fundación Mundo Seguro, publicado el año pasado, destaca la posible evolución de Rusia hacia plataformas de guerra electrónica (EW) de alta potencia en el espacio, complementando sus sistemas terrestres ya existentes.
Un análisis en la revista Space Review en 2019 detallaba un proyecto de satélite de propulsión nuclear, denominado Ekipazh, diseñado específicamente para tales fines. Además, Dmitry Stefanovich, investigador de la Academia Rusa de Ciencias, menciona otro proyecto denominado Zeus, un remolcador espacial de propulsión nuclear planificado para 2030, que podría integrar diversas funciones, incluida la capacidad de interferencia.
El concepto de utilizar reactores nucleares en el espacio no es nuevo. Estados Unidos fue pionero en este campo al desplegar el primer reactor nuclear en órbita en 1965, seguido por la Unión Soviética, que lanzó más de 40 satélites con esta tecnología. La principal ventaja de estos reactores es su capacidad para generar grandes cantidades de energía, lo que permitió a los satélites soviéticos equipar radares de mayor potencia.
En la actualidad, esta energía podría ser utilizada por satélites rusos para alimentar sistemas de interferencia más avanzados. Según documentos analizados por Space Review, los reactores nucleares de los satélites facilitarían la instalación de sistemas de jamming que operan en un amplio espectro de frecuencias. Su colocación en órbitas altamente elípticas o geosincrónicas, que mantienen el satélite estacionario sobre un punto específico de la Tierra, permitiría una supresión continua de sistemas electrónicos en vastas áreas.
James Acton, de la Carnegie Endowment, un centro de pensamiento en Washington, proporciona una perspectiva adicional sobre por qué este enfoque podría ser particularmente atractivo para Rusia. En años recientes, las fuerzas armadas estadounidenses han mostrado un creciente interés en desarrollar constelaciones “proliferadas” de satélites, como los de Starlink de SpaceX, que han sido utilizados extensivamente por Ucrania y sus fuerzas armadas.
Estas constelaciones, formadas por miles de satélites, serían prácticamente imposibles de destruir individualmente. Por contraste, un ataque electrónico a gran escala representaría una amenaza viable y potencialmente devastadora para tales redes.