En la carrera por la supremacía naval, Japón tuvo una visión más grande y ambiciosa en la década de 1930, la clase A-150, también conocida como Super Yamato.
Ambición japonesa: Acorazado A-150
Concebido como un coloso de 91.000 toneladas métricas, el A-150 debía ser un buque de guerra imponente, armado con seis cañones de 510 mm y docenas de armas de menor calibre.
La velocidad prevista era de 30 nudos, superando a los acorazados de la clase Carolina del Norte de la Marina estadounidense. La intención era desarrollar un buque mucho más potente que cualquier equivalente extranjero.
El A-150 estaba destinado a ser una fortaleza en alta mar, pero nunca se construyó.
Japón y su historia naval
La estrategia japonesa se basaba en la idea de que un solo buque de guerra podría enfrentarse a una flota estadounidense. Japón se inspiró en su victoria en la Batalla del Estrecho de Tsushima en 1905, en la que hundió seis de los ocho acorazados rusos.
La Armada Imperial Japonesa creía que los acorazados de gran cañón eran la respuesta a futuros enfrentamientos navales.
Cañones gigantes y velocidad
El A-150 iba a ser equipado con cañones de 510 mm y calibre 45 en torretas dobles o triples. Estos habrían sido los cañones más grandes jamás instalados en un buque capital, superando a los cañones de 460 mm montados en la clase Yamato.
Además, el A-150 tendría una velocidad máxima de 30 nudos, proporcionando un margen cómodo sobre los acorazados estadounidenses.
Realidad frente a ambición
El ambicioso proyecto A-150 nunca se materializó debido a limitaciones en las capacidades de construcción y costos prohibitivos. La guerra interrumpió aún más el desarrollo del buque.
Si el A-150 se hubiera construido, su destino podría haber sido similar al de otros acorazados japoneses, siendo blanco de aviadores estadounidenses en lugar de enfrentarse a un acorazado enemigo.
Lecciones para el presente
Hoy en día, las armadas modernas como la del Ejército Popular de Liberación de China deben aprender de la historia y comprender que más grande no siempre es mejor. La supremacía naval no depende solo del tamaño y la potencia, sino también de la innovación y la adaptabilidad a los cambios tecnológicos.