El K-27, un submarino soviético de la clase November, sufrió un fallo catastrófico en sus reactores en 1968.
La avanzada tecnología del K-27 y sus fatales problemas de diseño
El Soviet Navy lanzó el submarino K-27, parte de la clase November (Proyecto 627 Kit), el 15 de junio de 1958. Este submarino fue pionero en el uso de reactores enfriados por plomo-bismuto, una tecnología que, aunque avanzada, resultó ser altamente problemática. Los reactores de plomo-bismuto eran más pequeños y potentes que los reactores de agua presurizada convencionales, pero su fiabilidad dejaba mucho que desear.
El K-27 representaba un intento de la Unión Soviética de superar a los estadounidenses en la carrera tecnológica durante la Guerra Fría. Sin embargo, como señaló Dave Majumdar en 2017, el K-27 fue “más un proyecto científico que un submarino de ataque operativo”. Esta afirmación resalta la naturaleza experimental del submarino, lo que, eventualmente, condujo a su trágico destino.
El 24 de mayo de 1968, mientras el K-27 operaba en el Mar de Barents, uno de sus reactores falló, reduciendo su producción de energía al 7%. Este fallo permitió la acumulación de partículas de óxido en el refrigerante, causando el sobrecalentamiento y la fusión parcial del combustible. Los productos de fisión se filtraron en el compartimento del reactor y se propagaron por todo el submarino.
Impacto inmediato y respuesta de la tripulación durante la emergencia
Ante la emergencia, la tripulación del K-27 actuó rápidamente para regresar a puerto utilizando el otro reactor. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: nueve tripulantes murieron a causa de la exposición a la radiación y 83 más resultaron heridos, incluidos 40 con síndrome de radiación aguda. La gravedad del incidente llevó a la conclusión de que el submarino era irrecuperable, por lo que fue hundido en Novaya Zemlya en 1981.
El hundimiento del K-27 no marcó el fin de sus problemas. La decisión de sumergir el submarino en el Círculo Ártico sin un adecuado confinamiento de los reactores nucleares dejó un legado de riesgos ambientales. La preocupación principal radica en el potencial de una fuga radiactiva en una de las regiones ecológicas más prístinas del mundo.
Desde 2012, se han propuesto múltiples soluciones para recuperar el K-27 de su tumba acuática, pero los desafíos técnicos y políticos han impedido cualquier avance significativo. La integridad del casco del submarino es cuestionable, y existe un profundo desacuerdo sobre la posibilidad de recuperar el submarino sin comprometer la contención del reactor.
Preocupaciones ambientales y tensiones geopolíticas persistentes
Además de los problemas técnicos, las tensiones geopolíticas entre Rusia y Occidente, exacerbadas por la situación en Ucrania, complican la cooperación internacional necesaria para abordar el problema del K-27. Moscú se muestra reticente a colaborar con elementos occidentales, lo que retrasa los esfuerzos para evitar una posible catástrofe ambiental en el Ártico.
El caso del K-27 subraya los peligros inherentes a la competencia geopolítica desenfrenada y la búsqueda de superioridad tecnológica sin considerar adecuadamente los riesgos a largo plazo. El submarino, ahora una amenaza ambiental latente, simboliza los costos de la rivalidad de la Guerra Fría y sirve como advertencia en un contexto de tensiones renovadas.
En conclusión, mientras navegamos en una era de creciente competencia geopolítica, es crucial recordar las lecciones del K-27. Las decisiones tomadas en nombre del prestigio y la supremacía pueden tener consecuencias duraderas y devastadoras para el medio ambiente y la humanidad.