La creación del YA-10B respondió a la necesidad de adaptar el A-10 Thunderbolt II a misiones nocturnas y en condiciones adversas, algo que la variante monoplaza A-10A no podía realizar eficazmente.
El YA-10B nació como respuesta a limitaciones operativas del A-10A
Aunque el A-10A fue diseñado desde 1972 para proporcionar apoyo aéreo cercano (CAS), se vio limitado por su falta de capacidad operativa durante la noche o con mal tiempo. A medida que la USAF evaluaba estas carencias, Fairchild Republic propuso una nueva versión mejorada: el YA-10B, equipado con tecnología avanzada y una segunda cabina para un Oficial de Guerra Electrónica (EWO).
En marzo de 1979, se eligió el primer A-10A de preproducción, número de serie 73-1664, para su conversión al nuevo modelo biplaza. Las modificaciones fueron profundas: se añadió una segunda cabina con controles duales, se reconstruyó la parte frontal del fuselaje y se modificó el canopy por uno de apertura lateral con una estructura intermedia. Aunque se mantuvieron muchas características clave del diseño original, como el cañón GAU-8, la adaptación supuso un rediseño importante de varios sistemas.
Este nuevo diseño intentaba dotar al A-10 de una mayor flexibilidad en combate, permitiéndole detectar y atacar objetivos en condiciones de baja visibilidad. A pesar de su potencial, el YA-10B fue eclipsado por avances tecnológicos más accesibles y económicos, y su desarrollo se detuvo tras la fase de pruebas.
Aspectos técnicos destacados del YA-10B Warthog biplaza

- Incluyó dos cabinas con controles duplicados para entrenamiento y operación táctica conjunta.
- Incorporó el pod FLIR AAR-42 y un radar WX-50 de mapeo terrestre para operaciones nocturnas.
- Sus aletas verticales fueron modificadas en tamaño para mejorar estabilidad con la nueva configuración.
- Solo el piloto contaba con blindaje de titanio; el segundo tripulante no fue protegido del mismo modo.
- Realizó 28 vuelos de prueba en la Base Edwards, acumulando 48.6 horas de vuelo, incluyendo vuelos nocturnos.
El prototipo demostró capacidades sólidas, pero fue desplazado
Las pruebas de vuelo comenzaron el 23 de octubre de 1979 y concluyeron el 4 de diciembre del mismo año. Durante esta etapa, el YA-10B demostró buena estabilidad y maniobrabilidad, cumpliendo los requisitos operacionales para misiones en entornos nocturnos y climáticamente complejos. Aproximadamente un tercio de los vuelos se realizó en condiciones de baja visibilidad, lo que validó su efectividad en ese tipo de escenarios.
Sin embargo, el desarrollo paralelo del sistema LANTIRN (Low Altitude Navigation and Targeting Infrared for Night), que podía integrarse a los A-10A sin rediseño estructural, volvió obsoleto el concepto del biplaza. Esta solución resultaba más económica y menos compleja, factores determinantes para el mando militar estadounidense.
Además, el YA-10B no consiguió atraer interés suficiente como plataforma de entrenamiento ni como avión especializado en supresión de defensas aéreas o misiones marítimas, pese a los esfuerzos de Fairchild Republic por presentarlo como un recurso versátil. Las propuestas para convertir A-10A a versiones biplaza, bajo la designación A-10B, tampoco prosperaron.

Finalmente, el único ejemplar fabricado del YA-10B fue enviado al Museo del Centro de Pruebas de Vuelo de la Fuerza Aérea en la Base Edwards, donde se conserva como una rareza dentro de la historia de la aviación militar.
El A-10A siguió evolucionando mientras el YA-10B quedaba en pausa
Mientras el YA-10B quedaba archivado, el A-10A continuó siendo modernizado. Posteriormente surgiría la versión A-10C, equipada con pods de designación láser, sistemas de navegación avanzada y nuevas alas que le han permitido extender su vida útil hasta la década de 2040. Estos avances consolidaron la presencia del Warthog en los conflictos posteriores, como la Guerra del Golfo, Kosovo, Afganistán e Irak.
En contraste, el YA-10B quedó como un prototipo aislado. Su enfoque en condiciones de vuelo nocturnas y adversas, si bien era pertinente, fue rápidamente superado por soluciones modulares que podían aplicarse a la flota existente. La combinación de bajos recursos asignados, cambios doctrinales y desarrollos tecnológicos terminó por sellar su destino como proyecto cancelado.
El interés en entrenadores biplaza basados en el A-10 también desapareció. Aunque se consideró su uso para adiestramiento avanzado, la Fuerza Aérea optó por mantener sus aeronaves operacionales en configuración monoplaza, empleando otros sistemas para tareas de formación.
Con su armamento, resistencia y diseño orientado a la supervivencia, el A-10 se mantuvo como un activo confiable y rentable. En este contexto, el YA-10B representaba una solución costosa y difícil de justificar ante las prioridades presupuestarias y estratégicas de la época.
Una rareza histórica que ilustra la adaptabilidad del A-10

El YA-10B destaca por ser el único Warthog biplaza jamás construido. Su singularidad lo convierte en un objeto de estudio relevante sobre las posibilidades no exploradas del diseño A-10. Aunque nunca entró en producción, demostró que el fuselaje del Warthog podía adaptarse a nuevas funciones sin comprometer su integridad estructural ni su rol primario en el campo de batalla.
La existencia del YA-10B refleja cómo los desarrollos paralelos, incluso exitosos en sus pruebas, pueden quedar relegados cuando aparecen alternativas más prácticas o con mejor apoyo institucional. Esta situación no es infrecuente en la historia de la aviación militar, donde los programas deben competir no solo en efectividad técnica, sino en viabilidad logística y presupuestaria.
Hoy, el YA-10B permanece expuesto como un ejemplo de innovación truncada. Aunque su misión era clara y su desempeño inicial prometedor, fue superado por soluciones tecnológicas emergentes. Para los entusiastas y estudiosos de la aviación, sigue siendo un símbolo de lo que pudo haber sido un nuevo capítulo en la evolución del A-10 Thunderbolt II.
Su legado reside en mostrar que incluso un diseño tan especializado como el Warthog podía expandirse a nuevas capacidades, y que los límites de un avión no siempre son impuestos por su estructura, sino por las decisiones estratégicas que determinan su futuro.