A principios de la década de 1960, el YF-12A, desarrollado por la división Skunk Works de Lockheed Martin, emergió como un avión revolucionario que integraba tempranas características de sigilo con una velocidad sin precedentes. Aunque cuando se piensa en aviones furtivos, vienen a la mente modelos como el F-117 Nighthawk o el B-2 Spirit, y al hablar de aviones espía se recuerda el U-2 o el SR-71, hubo un precursor que allanó el camino para estos avances tecnológicos.
Este avión no solo fue concebido para superar a cualquier otro en velocidad, sino que también incorporó elementos de sigilo en su diseño, mucho antes de que este concepto se popularizara en la aviación militar. A principios de la década de 1960, el U-2, considerado el mejor avión espía en ese momento, demostró ser vulnerable cuando fue derribado sobre la Unión Soviética, revelando la necesidad de un avión de reconocimiento más avanzado.
La Fuerza Aérea y la comunidad de inteligencia de Estados Unidos requerían una aeronave capaz de volar a grandes altitudes, evadir los radares enemigos y realizar misiones a velocidades superiores a Mach 3. Fue en ese contexto que el YF-12A tomó protagonismo. Este avión, desarrollado por Skunk Works, no solo se destacó por su sigilo, sino también por su capacidad de operar tanto como avión de reconocimiento como interceptor.
Equipado con dos motores Pratt & Whitney J58, el YF-12A podía alcanzar velocidades supersónicas, con una velocidad de crucero superior a Mach 3,2. Estableció récords mundiales de velocidad, alcanzando 2.070,102 millas por hora en un recorrido recto y 1.643,04 millas por hora en un circuito cerrado de 500 kilómetros. Además, logró un récord de altitud al alcanzar los 80.259 pies.
Para resistir las altísimas temperaturas generadas por estas velocidades, que alcanzaban los 600 grados Fahrenheit en su superficie, se utilizó titanio en su construcción, una aleación capaz de soportar el calor extremo. Los ingenieros también incorporaron materiales absorbentes de radar y diseñaron el avión para reducir su sección transversal de radar, convirtiéndolo en una verdadera máquina de guerra veloz y sigilosa.
En cuanto a armamento, el YF-12A compartía similitudes con el SR-71 Blackbird, pero a diferencia de este, que se enfocaba únicamente en el reconocimiento a alta velocidad, el YF-12A fue equipado con capacidades ofensivas. Contaba con un sistema de control de fuego Hughes AN/ASG-18 y tres misiles aire-aire Hughes AIM-47 Falcon, cada uno capaz de llevar ojivas nucleares.
Sin embargo, en 1968, el gobierno estadounidense decidió cancelar el programa YF-12A debido a los altos costos y a la prioridad dada al SR-71. Solo se fabricaron tres prototipos de este innovador avión. A pesar de ello, el YF-12A dejó una huella significativa en la historia de la aviación estadounidense. Las tecnologías y conocimientos adquiridos durante su desarrollo se aplicaron directamente en el SR-71 Blackbird y en el diseño de futuros aviones furtivos como el F-117 Nighthawk.
Aunque es lamentable que el YF-12A no haya sido producido en masa, su legado perdura en la aviación militar moderna. Este avión, del que pocos estadounidenses han oído hablar, es un testimonio de la influencia duradera que ha tenido en el desarrollo de la tecnología aérea militar de Estados Unidos.