En el norte de Israel, el kibutz Manara se encuentra a tal proximidad de la frontera con Líbano que, entre los clientes de un pub local, se bromeba diciendo que los terroristas de Hezbolá podían observar qué comían mientras tomaban cerveza.
Esa cercanía convirtió a Manara en uno de los puntos más vulnerables durante el enfrentamiento entre Israel y Hezbolá. Cohetes y drones explosivos lanzados desde el Líbano dañaron la mayoría de las viviendas, transformando a esta comunidad en un símbolo del costo elevado de los ataques. Sus 300 habitantes estuvieron entre los 60.000 evacuados por las autoridades israelíes durante la guerra de 14 meses con el grupo armado.
Aunque el alto el fuego persiste en su mayoría, enfrentó tensiones cuando venció el plazo para que ambas partes retiraran tropas del sur del Líbano. Según autoridades libanesas, al menos 22 personas murieron por disparos israelíes al intentar entrar en aldeas bajo control militar de Israel.
El acuerdo, extendido hasta el 18 de febrero, establece que Israel deberá salir de la zona una vez que el ejército libanés tome posiciones para impedir el regreso de Hezbolá. Sin embargo, Beirut argumenta que el despliegue no es posible mientras haya presencia israelí.
En las comunidades fronterizas de Israel, el retorno de los desplazados avanza lentamente. En Manara, las familias que han vuelto encontraron hogares destruidos y enfrentan años de reconstrucción. Algunos residentes han empezado a evaluar daños, mientras otros se preguntan si es posible regresar a una zona tan expuesta.
Desde el inicio de la guerra, en octubre de 2023, los ataques de Hezbolá dejaron 46 civiles muertos y más de 80 soldados israelíes muertos en enfrentamientos y operaciones en territorio libanés. Al otro lado de la frontera, más de un millón de personas fueron desplazadas, y los escombros son una imagen común en las ciudades afectadas.
Israel busca incentivar el retorno a comunidades como Manara, ofreciendo promesas de rehabilitación. Sin embargo, la desconfianza en las garantías de seguridad y el daño estructural hacen que muchas familias sigan postergando su regreso.
Manara, situada en una zona montañosa conocida por sus inviernos duros y fuertes vientos, ejemplifica el espíritu pionero israelí. Los kibutz remotos fueron, en su momento, clave para asegurar las fronteras del joven Estado. Hoy, la guerra recordó a los israelíes la importancia de esas comunidades en la estabilidad del país.
A pesar de las dificultades, algunos en Manara están decididos a reconstruir sus vidas. Orna Weinberg, desplazada a un pueblo cercano, regresa al kibutz regularmente para coordinar esfuerzos de rehabilitación. Ella y otros trabajan junto a autoridades para calcular pérdidas económicas y revisar la infraestructura dañada.
De las 157 viviendas del kibutz, más de un tercio quedó completamente destruido. En la sección que da al Líbano, las casas muestran agujeros provocados por misiles y las marcas de incendios que los bomberos no pudieron extinguir. La reconstrucción se estima en 150 millones de NIS (40 millones de dólares), aunque algunos creen que será más eficiente demoler y construir desde cero.
Abramovich, uno de los pocos que permaneció durante la guerra, lidera la tarea de reconstrucción. Según él, la guardería reabrirá en septiembre, lo que consideran crucial para atraer de vuelta a las familias jóvenes. Mientras tanto, actividades comunitarias, como la reciente limpieza del huerto, buscan fortalecer los lazos y mantener el espíritu de Manara vivo.
El compromiso de los residentes de quedarse sigue siendo firme. Incluso en medio de la incertidumbre, muchos evitan cuestionarse si deberían abandonar su hogar. Para ellos, el kibutz es más que un lugar: es parte de su identidad y de la historia colectiva de Israel.