Los israelíes informaron de grandes aumentos en el consumo de alimentos y en el tiempo que pasaron frente a las pantallas durante el cierre por la COVID-19, mientras que un tercio de los adultos mencionaron que la calidad de su sueño disminuyó, según un estudio reciente del Instituto Myers-JDC-Brookdale.
El instituto de investigación de política social con sede en Jerusalén realizó dos encuestas por Internet con 1 500 personas en marzo, en las que se preguntaba sobre los hábitos alimenticios, el tiempo frente a una pantalla, el sueño, el ejercicio y la soledad.
A los encuestados se les pidió que seleccionaran una de las siguientes respuestas: mucho menos de lo habitual, menos de lo habitual, habitual, un poco más de lo habitual, mucho más de lo habitual.
También se preguntó a los adultos de 20 a 64 años sobre sus hijos menores de 18 años que vivían en su casa. Los adultos y los niños a menudo tenían hábitos diferentes.
Por ejemplo, el 43% de los adultos comía más que antes de la pandemia del coronavirus, mientras que otro 43% comía más bocadillos y dulces. Sin embargo, el 56% de sus hijos comieron más durante el encierro, mientras que el 64% comió más bocadillos y dulces que antes.
“No estoy seguro de que el hecho de que la gente haya comido más durante la cuarentena haya sido una noticia innovadora; pero lo que sí es cierto es que se le está poniendo un número. Algunas personas tenían una especie de intuición de que quizás estaban paradas frente a su refrigerador más de lo normal”, afirma el director ejecutivo del instituto, el profesor Michael Hartal.
“Científicamente, el hecho de poder poner un número y ver cuántas personas informaban de ello nos permite ver lo que ocurre en los aislamientos prolongados y ver que no todos los miembros de la familia se comportan de la misma manera”, añade.
Los niños también se diferencian de los adultos en los cambios en la cantidad de tiempo que pasan frente a las pantallas y cuánto duermen.
Alrededor del 75% de los niños y el 67% de los adultos miraban las pantallas durante un período de tiempo más largo, incluso para trabajar y estudiar, así como por placer.
Los cambios en el sueño de los adultos fueron diametralmente opuestos a los de los niños, con el 17% de los adultos durmiendo menos de lo habitual y la mayoría de los niños durmiendo la misma cantidad de lo habitual o más. Alrededor del 33% de los adultos reportaron que su calidad de sueño era peor.
“Desde el punto de vista de la salud pública, es un tremendo cambio que un tercio de la población adulta responda que su calidad de sueño se redujo”, menciona Hartal, “incluso si un número similar informara que el número de horas de sueño aumentó”.
De los niños, el 49% durmió más y el 35% durmió la misma cantidad, el 19% tuvo un sueño de mejor calidad y el 65% no experimentó ningún cambio en la calidad del sueño.
Las diferencias de comportamiento entre adultos y niños tienen potenciales implicaciones políticas.
“La razón por la que encontramos esto tan interesante es que tenemos que adaptar los mensajes públicos. No basta con decirle a la gente: controla tu tiempo de pantalla, controla tus hábitos alimenticios, controla tu estado físico”, indica Hartal.
“Algunos de esos mensajes pueden tener que ser dirigidos de manera diferente para los adultos y los niños que viven en el mismo hogar, lo cual es algo que no hemos visto antes y parece ser bastante novedoso y único en este informe”, afirma.
La actividad física era el único ámbito en el que los niveles eran algo similares en todo el hogar.
Alrededor del 61% de los adultos encuestados se ejercitaron menos de lo habitual, mientras que el 57% puso menos esfuerzo en su ejercicio. Entre los niños, el 66% se ejercitó menos que antes y el 62% se esforzó menos.
Las similitudes son significativas para las decisiones de salud pública.
“Los responsables de la toma de decisiones deben dirigirse a todo un hogar como una unidad e intentar animarlos a hacer más ejercicio porque hay una conexión entre ambos”, señala el Dr. Michal Laron, investigador principal y jefe del equipo de políticas de salud del instituto.
Realizó la investigación junto con Hartal y Rachel Goldwag, investigadora del equipo de políticas de salud.
Los problemas de salud mental aumentaron durante la cuarentena, indica Nadav Davidovitch, director de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Ben Gurión del Néguev. La salud mental afecta a la salud pública más de lo que la mayoría de la gente se da cuenta, informó a The Media Line.
“Desde la perspectiva de la salud pública, desafortunadamente hay menos aprecio por los problemas de salud mental, aunque la carga de los problemas de salud mental es bastante pesada”, añade.
“Conduce a comorbilidades; puede exacerbar las condiciones físicas, las condiciones crónicas, como la diabetes y las enfermedades cardíacas. Los problemas de salud mental pueden causar un deterioro de la condición física”.
Alrededor del 66% de los encuestados mencionaron que sentían que extrañaban la compañía más de lo habitual, y el 46% informó de que se sentían deprimidos y sin esperanzas para el futuro. El 51% informó sentirse solo más a menudo.
Los investigadores han hecho la misma pregunta cada año en una encuesta nacional y han encontrado que el porcentaje se ha más que duplicado del 19% habitual. Mientras que la encuesta preguntó a los adultos menores de 65 años, los mayores tendían a estar más solos.
Este hallazgo puede verse exacerbado por el hecho de que los jóvenes tienen más ansiedad económica que las personas mayores.
“Sabemos por otros estudios y nuestro estudio en la Universidad Ben Gurion, que los jóvenes estaban especialmente molestos por su situación económica y por estar desempleados”, menciona Davidovitch.
“Esto fue más fuerte entre las personas que se vieron obligadas a tomar una licencia no remunerada, más que las personas que antes estaban desempleadas, porque cambiaron su estatus y la incertidumbre fue muy dura”.
Además, el estudio del Instituto Myers-JDC-Brookdale encontró que tres veces más personas, o el 12%, informaron que, en tiempos de problemas, no tendrán a nadie a quien acudir en busca de ayuda, a diferencia del 4% de antes del coronavirus.
“El poder de los hallazgos sobre la soledad y el hecho de no tener a nadie a quien recurrir es que hicimos preguntas comúnmente usadas y validadas que aparecen en las encuestas nacionales todo el tiempo. Así que tenemos datos buenos y sólidos con los que compararlos”, señala Hartal.
El estudio también tuvo algunos resultados positivos.
La mitad de los encuestados informaron de que comían más comidas en familia juntos que antes.
Alrededor del 47% fumaba menos en presencia de otros que antes, incluso mientras que el 36% fumaba más de lo habitual. Y el 28% bebió menos que antes, mientras que el 5% bebió más de lo habitual.
“En tiempos como estos, muchos de los estudios tienden a ser alarmistas. Como ves, muchos de nuestros hallazgos no son muy alentadores, pero hay algunos hallazgos que sí lo son y muestran el efecto de estar en casa con tu familia”, declara Hartal.
“Es algo de lo que queremos tomar nota y utilizar en el futuro”, continuó. “Tal vez estábamos subestimando el efecto que los miembros de la familia tienen en el comportamiento de los individuos”.
Para el futuro, reafirma Laron, las personas a cargo deben tener en cuenta que los encuestados estaban generalmente abiertos a recibir consejos sobre la salud.
“Queríamos proporcionar a los responsables algunas sugerencias para preservar los buenos hábitos de salud bajo las restricciones. La gente está dispuesta a recibir ayuda”, concluye.
Por ejemplo, el 50% quería recibir consejos sobre ejercicio en casa, y el 36% estaba interesado en recetas para cocinar y hornear de forma saludable.
Las perspectivas económicas, el bienestar físico y el género de una persona juegan un papel importante en la tendencia a tener peor salud en estos tiempos.
“Las personas que esperan que su situación económica empeore tienen más probabilidades de experimentar un empeoramiento de la calidad del sueño, comer más, estar deprimidos y hacer menos ejercicio”, señala Laron.
“Las personas cuya salud física percibida es más pobre son propensas a dormir menos y a comer más. Las mujeres eran más vulnerables a los cambios en la cantidad de alimentos que consumían, y tendían a tener una calidad de sueño más deficiente y a sentirse más deprimidas”.
El estudio de la Universidad de Ben Gurion encontró que las mujeres eran más propensas a la ansiedad durante el encierro.
“Las mujeres estaban más ansiosas”, indica Davidovitch. A menudo también “tenían la carga de cuidar la salud de la familia”.
Hartal indica que como no todos los miembros de la sociedad se ven afectados de la misma manera, los funcionarios de salud pública deberían adoptar un enfoque de varios niveles.
“Lo que vemos es que no hay una respuesta única para todos. Las personas se ven afectadas de manera diferente, y las respuestas tienen que adaptarse”, mencionó.
Sin embargo, la ansiedad por las finanzas es uno de los mayores determinantes de los malos resultados de salud.
“La preocupación económica es un fuerte predictor independiente de las conductas de salud negativas. La preocupación por las personas ha eclipsado todo lo demás y sigue siendo un fuerte predictor de conductas de salud negativas”, añade Hartal.
Esto tiene más implicaciones para el futuro.
“Aunque la gente está volviendo a trabajar y las cifras de desempleo parecen ser mejores que las de hace varias semanas, creo que es seguro decir que todavía estamos lejos de un lugar donde la gente dice que su perspectiva económica es positiva”, afirma Hartal.
“Aunque las restricciones definitivamente afectan la capacidad de las personas para hacer ejercicio y lo que comen”, concluye, “los efectos más grandes en la salud pública serán dictados por la visión a largo plazo de las perspectivas económicas de las personas”.