El fallecido Rafi Eitan fue -como sugiere el título Capturando a Eichmann: Memorias de un jefe de espionaje del Mossad– un agente de inteligencia, un inconformista con un dedo en muchos pasteles.
Trabajando en este relato hasta pocos días antes de su muerte en 2019, esta publicación póstuma relata muchos episodios fascinantes de su vida: cómo mató a dos templarios alemanes que querían regresar a sus granjas en la Palestina controlada por los británicos después de la Segunda Guerra Mundial; sugirió a David Ben-Gurion el relleno de urnas con votos falsos durante las elecciones de 1955; y trabajó con el obersturmbannführer de las SS Otto Skorzeny, que había liberado a Benito Mussolini de su cautiverio en 1943 y apoyado a la Cruz Flechada fascista en Hungría. Comenta que, en el curso de su trabajo, no tuvo “ninguna duda en emplear nazis para garantizar la seguridad de Israel”.
La odisea de Eitan es un reflejo de la historia del Estado
Su padre luchó en el Ejército Rojo de Trotsky, mientras que él mismo fue miembro del Palmah, operando contra Fawzi al-Qawuqji y participando en la batalla de Malikiya durante la Guerra de la Independencia. Eitan participó en las detenciones de Aharon Cohen, Kurt Sitte e Israel Beer, acusados de espionaje soviético. Creía que los estadounidenses estaban librando “una guerra inútil” en Vietnam e intentó explorar contactos con los dirigentes chinos a través de los buenos oficios de Morris Cohen, antiguo asesor de los servicios de inteligencia de Mao y representante de empresas británicas en China. Llegó a conocer a Markus Wolf, el jefe en parte judío de la Stasi en la Alemania Oriental comunista, y consideraba la falta de voluntad del presidente Jimmy Carter de intervenir en Irán para frenar el ascenso de los islamistas del ayatolá Jomeini como “uno de los errores más graves y trágicos desde la Segunda Guerra Mundial”.
Su propia trayectoria política le llevó de la izquierda a la derecha y al Partido de los Pensionistas, cuando se convirtió inesperadamente en ministro del gobierno de Ehud Olmert, ya anciano.
Sus actividades empresariales incluían una fábrica de secado de verduras, la exportación de pescado tropical y la cría de cabras negras y pavos gordos. Fue uno de los empresarios a los que Fidel Castro invitó a Cuba tras la caída de la URSS. Su experiencia en el cultivo y la exportación de fruta ayudó a estabilizar económicamente a Cuba durante la década de 1990. Eitan comenta en este libro “el extraordinario entusiasmo de la juventud cubana… que me recordó mucho a nuestra juventud después de 1948”. También cenó con Castro, a quien describe como “una presencia dominante, excelente memoria e incansable curiosidad”.
Eitan da color a la captura de Adolf Eichmann en Argentina. Eichmann – “el dybbuk”- vivía en una casa destartalada sin electricidad en Buenos Aires y se ganaba la vida a duras penas en el departamento de repuestos de Mercedes-Benz. A Eitan le preocupaba que Eichmann estuviera en posesión de una cápsula de cianuro y que, como Hermann Goering y Heinrich Himmler, escapara del verdugo. Eichmann, en cambio, resultó ser muy cooperativo: quería complacer a cualquier “amo” al que sirviera.
Eitan quería que la presencia de Eichmann en Israel se mantuviera en secreto para que la pista de Josef Mengele, “el Ángel de la Muerte”, no se enfriara de repente, pero el anuncio instantáneo de Ben-Gurion eliminó este planteamiento. En aquel momento, Ben-Gurion se negó a revelar y reconocer a los secuestradores de Eichmann. Esto sólo se remedió cuando Eitan se convirtió en ministro, cuando se les dio las gracias públicamente en una ceremonia en la Knesset.
Eitan interrogó a Eichmann varias veces cuando estuvo en la prisión de Ramle y presenció su ahorcamiento.
Eitan escribe despectivamente sobre Yasser Arafat, e intentó asesinarlo en varias ocasiones después de 1967. A diferencia de muchos, Eitan defiende firmemente la conducta de Ariel Sharon en el gabinete durante la debacle de la Operación Paz para Galilea en 1982 y castiga a figuras como Yosef Burg alegando que no tenían experiencia militar. Sostiene que el jefe de la inteligencia maronita, Elie Hobeika, era casi con toda seguridad un agente sirio y un planificador clave en “la matanza de mujeres, ancianos y niños” en los campos de Sabra y Shatilla. También sostiene que era responsabilidad profesional del Mossad saber que “la dirección de Falange había decidido la masacre”. A pesar de la valoración de muchos comentaristas a lo largo de los años, Eitan considera la petición de destitución de Sharon por parte de la Comisión Kahan en 1983 como “un escándalo”.
Esta mentalidad llevó a Eitan a oponerse vehementemente a los Acuerdos de Oslo en 1993 y a culpar a Yossi Beilin como su arquitecto. Por el contrario, Eitan sostiene además que Sharon como primer ministro habría evacuado los asentamientos aislados en Cisjordania. Sostiene que israelíes y palestinos deben seguir caminos separados y que “debemos abandonar unilateralmente la mayor parte de Judea y Samaria”, manteniendo el control de seguridad del valle del Jordán.
Como responsable de Jonathan Pollard, guarda relativo silencio sobre el asunto, aparte de dar la orden de que Pollard no buscara refugio en la embajada israelí. Escribe que los estadounidenses no cumplieron su compromiso de liberar a Pollard tras diez años de encarcelamiento.
Eitan era sin duda un hombre para todas las estaciones, alguien a quien no se podía encasillar ideológicamente. Las declaraciones y viñetas de este libro están claramente abiertas a comprobación y reexamen, pero refuerza su comentario de que “nunca había sido leal a nadie sin ser crítico”. Contrario a todo, era dueño de sí mismo, y eso es lo que hace de este libro una lectura esclarecedora.