Un nuevo informe de Amnistía Internacional, titulado “El apartheid de Israel contra los palestinos: un cruel sistema de dominación y un crimen contra la humanidad”, es el último de una serie de ataques políticos contra Israel por parte de varias organizaciones de “derechos humanos”, entre ellas B’Tselem y Human Rights Watch.
La acusación de 211 páginas es un viaje a una realidad alternativa. Concede hechos e ignora el contexto. Sus conclusiones parecen haber sido elaboradas por sus investigadores activistas con sede en Londres antes de que se realizara ninguna investigación.
El uso por parte de Amnistía de “segregación”, “represión brutal” y “dominación” para justificar su etiqueta de “apartheid” contra Israel recuerda a las campañas de guerra política dirigidas por los soviéticos y la China comunista en la década de 1970. El uso premeditado del término “apartheid” por parte de Amnistía pretende negar la indigeneidad del pueblo judío en la tierra de Israel, y reconstruir a los judíos como la última versión de los bóers holandeses, que colonizaron y segregaron el sur de África, de mayoría negra.
Este lenguaje subversivo, que constituyó la base de la antigua cruzada internacional de desinformación contra Israel sancionada por la Unión Soviética, se emplea en todo el informe de Amnistía. Las palabras de moda seudojurídicas politizadas, como “TPO” – “territorios palestinos ocupados”- podrían haber sido sacadas del libro de jugadas soviético.
Quizás lo más significativo es que el informe refleja la estrategia de décadas de los grupos palestinos -ya sea Fatah, la Yihad Islámica, Hamás o el Frente Popular para la Liberación de Palestina; ya sea islamista, nacionalista o marxista-leninista- que han dedicado las últimas seis décadas a atacar y subvertir la existencia del único Estado-nación democrático de Oriente Medio. Su objetivo ha sido sustituir el único Estado judío por otro de mayoría musulmana, de acuerdo con la ley islámica.
Ya en 1961, Ahmad Shukairy, el primer presidente de la OLP, antiguo embajador saudí ante las Naciones Unidas, declaró ante la Asamblea General de la ONU que Israel practicaba el “apartheid de Sudáfrica”. También “nazificó” a Israel, acusándolo de encarnar a Adolfo “Eichmann en un Estado”.
El informe de Amnistía es paralelo a las denuncias de Shukairy contra Israel, que precedieron a la llamada “ocupación” de Cisjordania por media docena de años. En ambos casos, el origen de la deslegitimación y la difamación es el restablecimiento de Israel en 1948, no su sorprendente victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967 sobre los merodeadores árabes y la inesperada obtención de Jerusalén y la histórica Judea y Samaria de Jordania, Gaza de Egipto y los Altos del Golán de Siria.
Yasser Arafat, el sucesor de Shukairy como jefe de la OLP, continuaría el asalto al frágil y prácticamente indefendible Estado judío. Internacionalizó la criminalización de Israel, comparándola con la Sudáfrica del apartheid.
En su infame discurso de 1974 en la ONU sobre “la pistola y la funda”, Arafat comparó el sionismo con el apartheid y se refirió a ellos como los males restantes del siglo XX. Él y sus patrocinadores soviéticos movilizaron con éxito a los países del Tercer Mundo y a los países no alineados para que aprobaran la Resolución 3379 de la AGNU, “El sionismo es racismo”, demonizando la noción de autodeterminación judía apenas tres décadas después del genocidio nazi de seis millones de judíos.
La anulación de la legitimidad de Israel en el documento de Amnistía refleja la resolución de la ONU de 1975, que constituyó una parte clave de la estrategia de “guerra larga” marxista-leninista de la OLP. La campaña de desinformación apoyada y dirigida por los soviéticos pretendía aislar y socavar a Israel como implante “colonialista e imperialista” en Oriente Medio.
Arafat calificó hábil y engañosamente a Israel de potencia occidental racista, desarraigando su identidad como civilización autóctona de Oriente Próximo, con el fin de aglutinar al Tercer Mundo y a los países no alineados, y concretamente a las naciones africanas. Con ese acto, plantó la semilla de la “racialización” de Israel como entidad supremacista blanca que ha dado sus frutos en el discurso occidental actual.
Logró fusionar a Israel con la Sudáfrica del apartheid, en torno a cuya condena y aislamiento se aglutinó la comunidad internacional. El lenguaje, la intención y gran parte del contenido del informe de Amnistía reflejan la estrategia revolucionaria de la OLP, basada en su carta de 1968 y posteriormente en su “plan de etapas” de 1974.
Avancemos rápidamente hasta 2001. Arafat incorporó su estrategia en la primera “Conferencia Mundial contra el Racismo” sancionada por la ONU, celebrada en Durban (Sudáfrica). Él y su sobrino, el enviado de la Autoridad Palestina en la ONU, Nasser al Qudwa, guiaron el foro de ONG de Durban para declarar a Israel como un estado “racista” y “apartheid”.
Mahmoud Abbas, adjunto de Arafat y actual presidente de la OLP y de la A.P., ha continuado el legado de Arafat de calificar a Israel de Estado de apartheid, como quedó patente en su discurso ante la ONU en septiembre.
La condena del informe de Amnistía al restablecimiento de Israel en 1948 como un “sistema de opresión y dominación” y de “segregación” de los palestinos también recuerda el intento de Abbas en 2016 de demandar a Gran Bretaña por su patrocinio de la Declaración Balfour de 1917 y posteriormente por el Consejo de la Sociedad de Naciones. que reafirmó la conexión histórica del pueblo judío en “Palestina” y su derecho a “reconstituir” su hogar nacional allí.
El rechazo de Abbas y de los dirigentes palestinos a la soberanía judía desde hace décadas encaja perfectamente con el informe de Amnistía. Además, se hace eco de una declaración realizada el mes pasado por el líder de BDS, Omar Barghouti, que ha liderado la campaña internacional para eliminar a Israel de la región. Barghouti reiteró que “Israel no puede ser, como Estado de apartheid colonial de colonos… [no] puede ser una parte normal de esta región”.
La acusación de Amnistía contra Israel ha desenmascarado a la organización una vez más como una agencia racista que se dedica a la intolerancia antijudía en nombre de los derechos humanos. Esta vez, sus “conclusiones” reflejan, tanto en la letra como en el espíritu, la estrategia eliminacionista de la OLP, que lleva 60 años criminalizando y racializando a Israel como entidad colonialista desde su restablecimiento en 1948.
Amnistía, al igual que la OLP, sigue trabajando por su solución final compartida: la cancelación del único Estado-nación democrático de mayoría judía y su sustitución por un 23º Estado árabe de mayoría musulmana de “Palestina”.