El 4 de julio de 1946, un grupo de civiles polacos perpetró un pogrom en la ciudad de Kielce, Polonia, en el que fueron asesinados 46 judíos sobrevivientes del Holocausto de un total de 200 que habían regresado a su país tras el horror que habían sufrido.
En agosto de 1942, la mayoría de los 24.000 judíos de Kielce, por ese entonces un tercio de la población total, había sido exterminada por los nazis en el campo de Treblinka.
Finalizada la Guerra, algunos sobrevivientes oriundos de Kielce —al igual que otros oriundos de Cracovia— decidieron regresar a su ciudad. En julio de 1946 se enfrentaron a la hostilidad de sus viejos vecinos; nuevamente se encontraban ante la muerte.
La violencia en Kielce, sin embargo, no se detuvo inmediatamente. Los judíos heridos que eran transportados al hospital de la ciudad fueron golpeados y robados por soldados, y luego asaltados en el hospital por otros pacientes. Una multitud de civiles se acercó a uno de los hospitales y exigió que los judíos heridos fueran entregados, pero el personal del hospital se negó.
El pogrom de Kielce reveló que el antisemitismo, el odio, la barbarie y la intolerancia sembrados, difundidos y profundizados por el nazismo permanecieron aún después de que el mundo tomó pleno conocimiento de la existencia de los campos de concentración, de los ghettos, de las persecuciones y del exterminio masivo de millones de hombres, mujeres y niños por su condición de judíos.
El pogromo de Kielce sirvió de catalizador para la huida de Polonia de muchos supervivientes. Conocedores del arraigado antisemitismo de Polonia, muchos comprendieron que sería imposible para ellos reconstruir sus vidas en ese país, y salieron en búsqueda de otros lugares para asentarse y forjar un futuro.