Hace días, tras la aprobación por ambas cámaras del parlamento, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, anunció la firma del proyecto de ley que penaliza los señalamientos de nexos de Polonia con los crímenes durante la II Guerra Mundial. Así, el gobierno, el congreso y sectores de la sociedad polaca pretenden eximirse del pasado en el cual Polonia, si bien fue víctima de la invasión nazi, al mismo tiempo, un número incalculable de polacos fue perpetrador y cómplice. Por ello, el Estado polaco no debería desligarse de sus responsabilidades, tratando de probar una trayectoria que no existió, salvo valientes odiseas que, de inmediato, fueron reconocidas por el pueblo judío.
Uno de los sucesos que ilustran esta obligación es el asesinato en 1941, de los judíos del pueblo Jedwabne, ejecutada por sus vecinos polacos. Cerca de dos mil judíos fueron arrastrados a un granero y quemados vivos. Oficialmente se culpó a los ocupantes nazis. En 2001, el historiador Jan T. Gross publicó sus descubrimientos que documentan el crimen. Este cruel episodio no fue único ni aislado, por ejemplo, se conocen casos semejantes en las localidades de Radzilow y Bialystock; no obstante, la nueva ley que recalca una ilusoria inocencia, obstaculiza las investigaciones.
En 1946, civiles polacos cometieron un pogrom en Kielce, matando a los judíos que regresaban a su ciudad tras sobrevivir al campo de exterminio de Treblinka.
Polonia debe reconocer los vínculos de sus ciudadanos en las masacres y persecuciones que sufrieron sus conciudadanos judíos en los tiempos del Holocausto y durante varios capítulos de su milenaria historia en la que se arraigó el antisemitismo. Una ley que intenta borrar una realidad no ayuda a superar un pasado vergonzoso, no se justifica en sí misma y tampoco legitima las injusticias que ocurrieron en el país. Para derrotar las distorsiones no se pueden encubrir los hechos históricos; por el contrario, resulta imperativo asumirlos con voluntad y una educación dirigida a enseñar las experiencias del pasado a fin de concientizar contra el odio y la barbarie, esclarecer incongruencias y germinar tolerancia y respeto; sobre todo, teniendo en cuenta que esos judíos y la valiosa cultura que desarrollaron por siglos, son parte del devenir nacional polaco.