El 26 de febrero, el dictador sirio, Bashar al Assad, dio la bienvenida a los representantes y diplomáticos de los países de la Liga Árabe que visitaron el país para mostrar su “solidaridad” tras el terremoto del 6 de febrero, en el que murieron miles de personas. El pleno regreso de Siria a la Liga Árabe es prácticamente un hecho consumado. Sin embargo, se plantean interrogantes sobre el futuro de las relaciones entre Líbano y Siria, sobre todo teniendo en cuenta la rehabilitación de Assad a ojos de los gobernantes árabes. Los que antes lo veían como parte del problema, ya que reprimía brutalmente toda forma de oposición y reforzaba su dependencia de Irán, ahora lo ven como parte de la solución a la seguridad de la región.
La cuestión principal que se plantea es cómo utilizará Assad este nuevo impulso de legitimidad para reforzar su posición en el vecino Líbano. Puede parecer una propuesta absurda dadas las circunstancias: Assad aún intenta recuperarse totalmente de más de una década de guerra civil que ha destruido la infraestructura de su país y desplazado a millones de sirios, tanto interna como externamente. Sin embargo, la idea no carece totalmente de lógica, ya que Assad tiene formas de manipular los acontecimientos en Líbano a su favor de una manera que puede formar parte de una estrategia a largo plazo para convertirse en la figura dominante en Levante.
Para empezar, tiene aliados libaneses que compiten por ocupar la vacante presidencial que quedó después de que Michel Aoun completara su mandato de seis años en octubre de 2022. Uno de esos aliados es Suliman Frangieh, líder del Movimiento Marada y político cristiano maronita originario de la ciudad de Zgharta, en el norte de Líbano, y amigo íntimo de Bashar al-Assad. La relación de Frangieh con la familia Assad se remonta a su infancia. En 1975, Líbano se vio inmerso en una sangrienta guerra civil, causada tanto por las divisiones confesionales como por los militantes palestinos presentes en el país. Mientras los combates arreciaban, el presidente de la época, Suleiman Frangieh (abuelo del actual Suleiman), pidió al sirio Hafez al-Assad que interviniera del lado del gobierno y de la derecha política libanesa contra los izquierdistas libaneses y la Organización para la Liberación de Palestina. Siria respondió como parte de una gran fuerza árabe de mantenimiento de la paz -la mayor parte de ella siria- y permaneció en el país como potencia ocupante hasta el asesinato del primer ministro Rafic Hariri en 2005.
Aunque la opinión pública se volvió en contra de Assad y de la presencia militar siria en Líbano, la relación entre las familias Frangieh y Assad nunca flaqueó. A pesar de que Marada sólo tiene un diputado en el parlamento libanés, ha brindado al joven Frangieh la oportunidad de seguir los pasos de su abuelo, posiblemente hasta el palacio presidencial. Su alianza con Assad incluye también a amigos de Hezbolá, respaldada por Irán, que ha aportado una importante ayuda militar al régimen de Assad en su lucha contra los opositores armados en Siria. Frangieh es también el candidato presidencial preferido no declarado de Hezbolá, que recientemente ha tenido un desencuentro con su antiguo aliado cristiano, el Movimiento Patriótico Libre (FPM) y su líder, Gebran Bassil. Un miembro del FPM, Jimmy Jabbour, reveló que Hezbolá ha optado por poner fin al memorando de entendimiento con su partido, ya que pretende obtener apoyo para Frangieh. No se ha declarado nada oficialmente, pero es poco probable que la trayectoria de la alianza se invierta a menos que Hezbolá abandone a Frangieh.
Para Assad, Líbano es “el flanco principal de Siria”, como lo expresó en una entrevista que concedió el pasado noviembre. El líder sirio también se refirió a Hezbolá como su aliado estratégico y prometió seguir apoyando a la organización. Resulta inequívocamente claro que Assad está considerando todas las vías posibles si le ayudan a cimentar su autoridad. Tener a Hezbolá y a Frangieh de su lado y, al mismo tiempo, volver a ganarse la simpatía del mundo árabe le proporcionará la influencia que necesita para afianzar su régimen durante muchos años.
Sin embargo, Assad sigue gobernando un país destruido que necesita fondos para su reconstrucción. Su régimen sigue sometido a las sanciones de la Ley César impuestas por Estados Unidos y no parece que vayan a levantarse pronto. Como me ha señalado en una entrevista el profesor Joshua Landis, de la Universidad de Oklahoma, experto en Siria:
Muchos grupos de presión están trabajando con la Casa Blanca y el Congreso para restringir la liberalización del régimen de sanciones contra Siria promulgado tras el terremoto. Gran parte de la oposición siria, junto con los grupos proisraelíes de Washington, teme que las sanciones se levanten de forma permanente. No quieren que se suavice el boicot contra Assad. Pero los gobiernos árabes ven en ello una oportunidad para avanzar en una apertura hacia Damasco por su cuenta. Mucho dependerá de cómo les responda Assad y de si está dispuesto a llegar a un acuerdo.
Si Assad está dispuesto a seguir el juego a los países del Golfo, a hacer una o dos concesiones políticas simbólicas que podrían permitir la eliminación total de las sanciones, y a tener un amigo presidencial en Beirut, podría encontrarse de nuevo con una mano poderosa en los asuntos del Líbano.