Una década después del inicio de la guerra civil siria, el debate sobre el conflicto se está desplazando hacia la reconstrucción del país. China se presenta cada vez más como candidato principal para abordar la reconstrucción de Siria tras el conflicto, en un momento en que las potencias occidentales y los aliados del régimen sirio de Assad parecen no querer o no poder abordar la cuestión.
La Unión Europea, Estados Unidos y otras potencias occidentales han descartado invertir en Siria mientras el régimen de Assad siga en el poder. La administración Biden ha sugerido que Siria no será una prioridad de política exterior para Washington. Y ninguno de los principales patrocinadores de Siria, Rusia e Irán, está en condiciones de impulsar ninguna iniciativa seria de reconstrucción.
La economía de Irán se ha visto debilitada por la combinación del COVID-19 y las sanciones internacionales, lo que ha limitado su capacidad para pagar la factura de la reconstrucción de Siria. Se estima que su PIB se contraerá al menos un 4,5% en 2020-21, por lo que se prevé que las ramificaciones de la caída económica de Irán perduren en el futuro. Las arcas estatales rusas siguen igualmente mermadas, ya que el país lucha contra una profunda recesión agravada por las sanciones occidentales y la pandemia.
China, en cambio, ha gestionado la pandemia con éxito y está reforzando su economía. La de China fue la única economía importante que registró un crecimiento económico durante la pandemia, con una expansión del 2,3% en 2020 y un aumento hasta 2021.
Los cálculos de la ONU en 2020 estimaron las pérdidas económicas de Siria a causa de la guerra en más de 442.000 millones de dólares, con al menos 117.700 millones de dólares en activos físicos destruidos. Se ha sugerido que Pekín podría estar buscando elevar el lugar de Siria en su ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta, citando el acceso al Mediterráneo y el potencial lucrativo de varios proyectos de reconstrucción. Algunos señalan que el creciente papel de Pekín en Oriente Medio acabará incluyendo a Siria y, por extensión, sus necesidades de infraestructuras.
China ha manifestado en múltiples ocasiones su interés por invertir en el proceso de reconstrucción de Siria. El ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, declaró en 2017 que “solo avanzando en la reconstrucción de forma constante podemos dar esperanza al pueblo sirio y ofrecer garantías para la paz y la estabilidad a largo plazo en Siria”. El presidente chino, Xi Jinping, reafirmó esta idea dos años después, afirmando que “China está dispuesta a participar en la reconstrucción de Siria”.
Pero las expresiones de interés difieren de las medidas concretas. Aparte de pequeñas promesas de reconstrucción, donaciones de ayuda periférica -incluyendo recientemente un lote de 150.000 dosis de vacunas de Sinopharm- e inversiones a pequeña escala -como en la mísera industria automovilística de Siria-, Pekín se ha abstenido de ejercer su fuerza financiera en Siria debido a tres factores principales.
En primer lugar, Siria sigue fragmentada. Aunque la guerra se ha convertido efectivamente en un conflicto congelado, siguen produciéndose incursiones militares a gran escala, incluidos los enfrentamientos entre las fuerzas del régimen y el ejército turco. La posibilidad de que se produzcan desbordamientos y estallidos esporádicos es alta y probablemente disuada a cualquier inversor chino interesado en llevar capital a Siria. Las sanciones son un desincentivo adicional, incluida la Ley César, patrocinada por Estados Unidos, dirigida a cualquier entidad extranjera que proporcione financiación o ayuda al régimen de Assad.
En segundo lugar, la situación económica y política de Siria sigue en franco retroceso. La hiperinflación se está convirtiendo en la norma. La libra siria sufre niveles récord de depreciación. En marzo de 2021, alcanzó el sombrío hito de 4.000 libras por dólar estadounidense en el mercado negro, frente a las 47 libras por dólar del estallido de la guerra. Ninguna región se libra de la subida de los precios de los productos básicos, la inseguridad alimentaria y la escasez de combustible. Cada vez son más frecuentes las protestas que exigen la caída del régimen en los bastiones controlados por el gobierno, como en Daraa y Suwayda. Los rumores de un consejo militar de transición han circulado ampliamente en los círculos de la élite. China no querría invertir en un país cuyo futuro político sigue en el aire y cuyas previsiones económicas son nefastas.
En tercer lugar, los intereses de seguridad percibidos por China superan con creces los incentivos económicos en Siria. Pekín considera que los territorios controlados por los rebeldes en el noroeste del país son “focos terroristas”. Le preocupan especialmente los combatientes de etnia uigur que se han unido al Frente al-Nusra (ahora Hayat Tahrir al-Sham), el Partido Islámico del Turquestán y Katibat al-Ghurba al-Turquestán. Aunque se desconoce el número exacto de combatientes uigures y jihadistas, el enviado especial de China a Siria, Xie Xiaoyan, ha afirmado que el número asciende a 5.000. Es probable que Pekín prefiera ver a estos combatientes muertos en combate; su captura o repatriación podría considerarse una amenaza potencial para su seguridad nacional.
Este es un pilar clave de la política china en Siria. Pekín considera que el régimen de Assad es la fuerza de combate más fiable para luchar contra los grupos islamistas sobre el terreno, pero los incentivos económicos para invertir bajo su gobierno son relativamente débiles. Pekín ha protegido al régimen en 10 ocasiones en el Consejo de Seguridad de la ONU a través de su poder de veto y ha tratado de dar legitimidad a Assad, todo ello manteniéndose al margen del conflicto y abogando por una solución política basada en la mediación y el diálogo.
Para cualquier esfuerzo sustancial de reconstrucción, Pekín necesitaría una solución política duradera al conflicto. Pekín tendrá que esperar y observar el proceso general de paz, incluyendo lo que puedan traer las elecciones presidenciales de 2021, antes de dar cualquier paso en esa dirección, pero es poco probable que cambie mucho.
*Sobre el autor: Samy Akil es investigador visitante en el Centro de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Nacional de Australia, e investigador no residente en el Centro de Operaciones y Políticas (OPC) de Gaziantep (Turquía).
Fuente: Este artículo fue publicado por el Foro de Asia Oriental y está extraído de un reciente informe de Samy Akil y Karam Shaar, The Red Dragon in the Land of Jasmine: An Overview of China’s Role in the Syrian Conflict, disponible aquí en el OPC.