Un grupo de activistas antisionistas organizó el jueves una muestra en una estación ferroviaria de Washington, DC, que reprodujo una antigua calumnia de sangre, un mito antisemita responsable de siglos de persecuciones y masacres contra los judíos en distintas regiones del mundo. Según esta acusación, se sostiene de manera falsa que los judíos cometen asesinatos de personas no judías para recolectar su sangre y utilizarla con fines rituales o en sacrificios, lo que ha alimentado repetidos estallidos de violencia a lo largo de la historia.
En esta acción, los artistas usaron máscaras del primer ministro Benjamin Netanyahu, del presidente estadounidense Donald Trump, del expresidente Joe Biden, del secretario de Estado Marco Rubio y del exsecretario de Estado Antony Blinken. En varios videos aparecían mientras bebían sangre falsa en copas de vino alrededor de una mesa decorada con estrellas de David azules manchadas con gotas rojas. El video incluía la leyenda: “Acción de amigos israelíes”.
Durante la representación, los intérpretes mordían brazos y piernas falsas cubiertas de sangre, así como órganos postizos, y el líquido rojo caía por sus rostros. Con las manos completamente teñidas de rojo, los actores se limpiaron la sangre con banderas israelíes, mientras los personajes de Netanyahu y Biden destrozaban un montón de vísceras. En medio de la escena, un participante que grababa el desempeño de los actores pidió al intérprete de Netanyahu que comiera piel frente a las cámaras para acentuar aún más la idea de consumo de carne humana.
El actor que encarnaba a Netanyahu, situado en el centro, se levantó, acarició la cabeza de Biden y de Trump, y en ese momento los activistas gritaron que los líderes estadounidenses eran “perros falderos leales”. A continuación, el supuesto Netanyahu extendió los brazos sobre los demás actores, como si los cobijara o dirigiera, y reforzó así la imagen de liderazgo y dominio que transmitía la escena.
Junto a la mesa se colocó un cartel gigante con el título “La cena de Acción de Amigos de Israel”. El menú descrito en el cartel ofrecía “extremidades infantiles de Gaza”, “órganos robados”, “piel extraída ilegalmente” y, como bebida, “La sangre derramada de Gaza”. En la parte inferior del menú figuraba la firma de Netanyahu acompañada por un corazón dibujado, lo que sugería una aprobación personal y celebratoria de esa supuesta “cena”.
La representación tuvo lugar en Union Station, el principal punto de acceso al transporte público de la capital, lo que garantizó una gran visibilidad ante el público que circulaba por la zona. En las grabaciones se observaba la instalación tanto dentro del recinto como frente a la entrada principal, de modo que la puesta en escena se integró en el flujo cotidiano de pasajeros y visitantes.
En otro video se veía al personaje de Netanyahu que tiraba de los líderes estadounidenses mediante correas, mientras ellos imitaban ladridos y gestos de animales. Esta imagen reforzó el mensaje de subordinación total de Estados Unidos a Israel, presentado de forma explícita a través de la comparación con perros sometidos a su dueño.
Los activistas Hazami Barmada y Atefeh Rokhvand se atribuyeron la autoría de la acción en redes sociales. Según su perfil en LinkedIn, Barmada es egresada de Harvard y exfuncionaria de la ONU, mientras Rokhvand pertenece al colectivo Teachers Against Genocide. Estos datos subrayan que la intervención no surgió de actores marginales, sino de personas con trayectoria académica y activista que buscaron deliberadamente este tipo de impacto simbólico.
Como resultado directo de esta muestra, diversas organizaciones judías expresaron consternación y rechazo. El Comité Judío Americano afirmó: “La calumnia de sangre estuvo a plena vista hoy”. El organismo añadió que, “disfrazado de ‘activismo’ y ‘arte performativo’, esto no fue menos que la resurrección de uno de los tópicos antisemitas más antiguos y peligrosos de la historia”. Recordó, además, que “la calumnia de sangre ha alimentado la violencia, la persecución y las masacres de judíos durante siglos” y consideró que verla reaparecer en la capital de Estados Unidos resultaba “tanto horrible como inaceptable”.
En la misma línea, el Consejo de Relaciones Comunitarias Judías del Gran DC declaró: “A solo unos pasos de los símbolos y el corazón de la democracia estadounidense, una escena que habría sido muy propia de la Alemania nazi se desarrolló en Estados Unidos. Rara vez hemos visto una muestra tan repugnante de antisemitismo a toda parte”. Por su parte, la Liga Antidifamación calificó la muestra como “no menos que aborrecible”, lo que reforzó la percepción de que no se trató de una crítica política convencional, sino de una puesta en escena cargada de imágenes históricamente asociadas al odio antijudío.
La calumnia de sangre constituye una de las mentiras antisemitas más persistentes de la historia y se encuentra en el origen de repetidos estallidos de violencia contra los judíos en Europa y en otros lugares. Según los estudios históricos, el mito cobró fuerza en la persecución de los judíos europeos tras las acusaciones presentadas en Norwich, Inglaterra, en 1144. A partir de ese caso, la acusación se difundió por el continente y se convirtió en pretexto para ataques reiterados.
Desde ese momento, la calumnia se extendió por Europa y generó oleadas de violencia antijudía en Francia, España, Italia y Alemania durante la Edad Media. Las falsas acusaciones de asesinatos rituales se utilizaron para justificar linchamientos, expulsiones y campañas de demonización que presentaban a los judíos como enemigos internos culpables de crímenes monstruosos.
Durante el siglo XX la misma falsedad impulsó pogromos en Europa oriental antes y después del Holocausto y se integró como elemento constante en la propaganda nazi. Las autoridades y los medios alineados con el régimen la usaron para reforzar la idea de que los judíos representaban una amenaza existencial para la sociedad alemana y para legitimar así medidas cada vez más violentas y exterminadoras. Más tarde, el mito reapareció en países como Siria e Irán, donde se incorporó a discursos políticos y mediáticos que buscaban alimentar el resentimiento contra Israel y contra los judíos en general.
Aunque este mito suele asociarse de inmediato con la persecución de los judíos europeos, la calumnia de sangre también tiene antecedentes en Estados Unidos. El clérigo puritano Increase Mather, presidente de Harvard, introdujo esa acusación en el país a mediados del siglo XVII, según la historiadora Pamela S. Nadell en su libro “Antisemitismo, una tradición americana”. Mather escribió en 1669 que los judíos yacían bajo la culpa de sangre y asesinato y que algunos les atribuían un hecho “muy horrible”: que, una vez al año, robaban niños cristianos y los ejecutaban mediante crucifixión como expresión de desprecio y odio hacia los cristianos. Esta formulación convirtió en discurso religioso una mentira que justificaba la desconfianza y la hostilidad hacia los judíos.
Un caso de calumnia de sangre en Damasco, en 1840, marcó un punto decisivo para la comunidad judía estadounidense. Ante esa acusación, la comunidad presionó a su gobierno para que interviniera con el fin de liberar a las personas encarceladas y torturadas por el supuesto crimen, lo que evidenció hasta qué punto la falsedad podía generar consecuencias diplomáticas y humanitarias graves.
El episodio más notorio en Estados Unidos ocurrió en 1928, cuando Barbara Griffiths, de cuatro años, desapareció en Massena, al norte del estado de Nueva York. Durante la búsqueda de la niña, circularon rumores de que los judíos locales la habían secuestrado y asesinado con fines rituales. Las autoridades interrogaron a miembros de la comunidad judía, registraron sus tiendas en busca del cuerpo y una turba llegó a acusar al rabino de participar en un supuesto sacrificio. Finalmente, la niña apareció con vida, después de haberse perdido en el bosque, lo que demostró que la acusación carecía por completo de fundamento y se sostenía solo en prejuicios antisemitas.
Ecos de esta acusación persisten hoy entre activistas antisionistas, que a menudo repiten falsedades sobre la supuesta extracción de órganos palestinos por parte de Israel. De este modo, reproducen el mismo esquema de la calumnia de sangre, solo que aplicado a un contexto contemporáneo, y pretenden presentar a Israel como heredero de un supuesto comportamiento asesino y ritualizado. Algunos grupos antisionistas reciclan antiguos estereotipos antijudíos y sustituyen a los judíos históricos por Israel, los sionistas o el sionismo, de modo que el odio se desplaza del plano religioso al político sin abandonar su estructura de demonización.
En este contexto de permanencia y adaptación del mito, la semana pasada un investigador universitario del Reino Unido mostró una calumnia de sangre a sus estudiantes durante una clase. Este episodio reciente ilustra que la idea no permanece confinada al pasado, sino que reaparece tanto en espacios académicos como en acciones performativas contemporáneas, como la representación realizada en Union Station, y confirma la vigencia de un imaginario antisemita que muchos continúan difundiendo bajo distintas formas.