Hace aproximadamente 5.000 años, varias civilizaciones del Cercano Oriente lograron un desarrollo económico y político notable mediante sistemas avanzados de control sobre la naturaleza, consolidando su prosperidad.
Durante la Edad del Bronce Temprano, mientras Mesopotamia y Siria experimentaban avances en agricultura y ganadería, el Levante meridional (hoy Israel, Judea y Samaria, Gaza y Jordania) no logró igual progreso. Un estudio reciente publicado en el Cambridge Archaeological Journal señala que esto se debió a la incapacidad de la región para sostener la cría masiva de ovejas, lo que limitó la producción y el comercio de lana.

El Dr. Alex Joffe, autor del estudio, explicó a The Times of Israel que las ovejas y cabras fueron cruciales en la antigüedad no solo por su carne, sino por productos secundarios de valor económico y social, como leche, pelo, huesos y su capacidad de carga.
Actualmente, Joffe ocupa el cargo de director de Asuntos Estratégicos en la Asociación para el Estudio de Medio Oriente y África (ASMEA) y es anfitrión del podcast “Esta semana en el Antiguo Cercano Oriente”.
Desde hace décadas, Joffe ha investigado el proceso de urbanización de la región. Asegura que cuestiones como la formación de las ciudades y los comportamientos asociados a su desarrollo han sido centrales en su trabajo académico.

En años recientes, percibió que el impacto de los textiles, en especial la lana, en la evolución del Levante meridional no había sido suficientemente estudiado.
En Mesopotamia y Siria, según diversas fuentes escritas, existían ciudades con territorios que albergaban hasta 300.000 ovejas. Esto sugiere la existencia de enormes rebaños en toda la región, lo que tuvo un impacto político significativo.
Joffe subraya que en Mesopotamia, los palacios, templos y corporaciones privadas eran los principales responsables de la gestión y uso del ganado.
El investigador destaca que los textiles servían como bienes financieros esenciales, permitiendo a las instituciones pagar y recompensar a sus trabajadores con estos productos.
Gracias a la existencia de bienes no perecederos y fácilmente transportables, los líderes económicos y políticos pudieron acumular riqueza, consolidar propiedades, fortalecer alianzas y contratar más mano de obra, impulsando el crecimiento urbano.
En el Levante meridional, la realidad era otra.

Durante el tercer milenio a. C., la cantidad de palacios en la región era notablemente inferior a la de Mesopotamia, y sus dimensiones también eran menores. Para Joffe, esto se debe a la ausencia de comercio lanero.
Para evaluar la capacidad de la zona para el pastoreo, Joffe analizó documentos del siglo XX que registraban el número de ovejas. En 1926, se contabilizaron 290.854 ovejas y 571.289 cabras, pero en 1934 las cifras cayeron a 157.235 y 307.316, respectivamente.
Durante la Edad del Bronce Antiguo, es probable que la cantidad de ovejas fuera aún menor, lo que impidió generar excedentes de lana. No es casualidad que los vestigios más antiguos de lana en la región daten de la Edad del Bronce Medio (2000-1550 a. C.).
Según Joffe, la escasez de lana limitó las formas de pago en el Levante meridional, donde los palacios recurrieron a bienes como el aceite de oliva y el vino.

Estos productos, sin embargo, presentaban desventajas considerables: su carácter perecedero y la dificultad para almacenarlos o transportarlos restringieron el desarrollo económico y social en comparación con Mesopotamia.
En cuanto a las consecuencias a largo plazo de este rezago, Joffe afirma que la región se mantuvo económicamente y políticamente subdesarrollada a lo largo de la historia.
No obstante, hubo una excepción relevante. Aunque durante milenios las limitaciones económicas y sociales también afectaron la vida cultural, un cambio drástico ocurrió hacia el año 1000 a. C.
Durante los milenios cuarto y tercero a. C., diversos pueblos del Cercano Oriente desarrollaron sistemas de escritura. Los habitantes de Líbano, Siria y Mesopotamia adaptaron los signos egipcios, simplificándolos hasta dar origen a los primeros alfabetos. Para el 2300 a. C., ya se redactaban cartas, registros de productos e historias, algo que no ocurrió en el Levante meridional en esa época.
Sin embargo, en el primer milenio a. C., los israelitas y, en particular, los judíos comenzaron a plasmar sus relatos nacionales en historias bíblicas. Este proceso garantizó la continuidad de su identidad hasta el presente.
Joffe concluye que la escritura desempeñó un papel crucial en la supervivencia de los pueblos. Mientras Mesopotamia y Siria desarrollaron mitos nacionales registrados en documentos antiguos, estas narrativas no lograron preservar a sus civilizaciones, a pesar de su avanzada organización política y económica en aquel tiempo.