Hace tres años, Donald Trump, en un momento de desprestigio como expresidente, criticó fuertemente al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. En una conversación con el periodista israelí Barak Ravid, Trump expresó su indignación por el gesto de Netanyahu al felicitar a Joe Biden tras su victoria electoral, calificándolo de «terrible error» y diciendo que «Bibi podría haberse quedado callado».
Este episodio generó dudas sobre la relación futura entre ambos, especialmente si Trump volvía a la presidencia con más poder político y con el respaldo de un Congreso republicano. Mientras tanto, Netanyahu se encontraba en una situación compleja. A raíz de la orden de arresto de la Corte Penal Internacional, y la creciente crisis interna de su coalición, el primer ministro ya no gozaba del mismo recibimiento en las capitales occidentales de antes del 7 de octubre de 2023.
La situación de Netanyahu se veía aún más complicada debido a problemas de salud. A sus 75 años, había sido sometido recientemente a una cirugía de próstata y, en 2023, se le colocó un marcapasos. En su último viaje a Washington, su condición era evidente, ya que caminaba con rigidez y tenía los ojos hinchados, a pesar de su trabajo intenso y las reuniones de alto nivel a las que asistía.
En cambio, Trump sorprendió a todos al invitar a Netanyahu a la Casa Blanca, un gesto que marcaba un giro en la relación entre ambos. Esta invitación se convirtió en un claro ejemplo de la astucia diplomática de Netanyahu, quien, según sus colaboradores, logró recuperar el apoyo de Trump tras meses de esfuerzos. La visita de Netanyahu a Mar-A-Lago en julio fue la confirmación de que el trabajo de reconstrucción de la relación había dado sus frutos. Desde entonces, ambos líderes han mantenido conversaciones frecuentes, trabajando juntos en temas como el combate a Hamás, Irán y otros enemigos comunes.
La invitación de Trump a Netanyahu no solo fue un signo de restauración de la relación bilateral, sino que también tiene implicaciones más amplias. Los aliados árabes de Israel, como Arabia Saudita, ven ahora a Netanyahu como un canal directo hacia Trump, lo que podría favorecer los intereses israelíes en la región. En contraste, los aliados europeos y otros países hostiles, como Turquía, han visto con preocupación el acercamiento entre los dos líderes.
La presión internacional sobre Israel podría disminuir gracias al respaldo de Trump. Ejemplos de cómo otros países enfrentan las críticas a Israel, como Irlanda, que fue objeto de represalias por parte de Estados Unidos debido a su postura contra el gobierno israelí, indican que el apoyo de Trump puede provocar una disminución de las sanciones y la presión hacia Netanyahu. Además, la administración Trump ha tomado medidas similares, como la suspensión de financiamiento a Sudáfrica debido a su apoyo a la demanda contra Israel en la Corte Internacional de Justicia.
Irán, por su parte, sigue siendo un objetivo clave para ambos líderes. Israel ha logrado avances en su lucha contra Hezbolá y otros actores en la región, mientras que Irán ha sido incapaz de responder de manera efectiva a los ataques israelíes. Con el fortalecimiento de la relación entre Netanyahu y Trump, la posición de Israel frente a Irán y sus aliados sigue siendo sólida, a pesar de los desafíos.
Sin embargo, los desacuerdos sobre la guerra en Gaza siguen siendo un tema de tensión. Trump ha presionado para lograr un acuerdo de liberación de rehenes, pero Netanyahu insiste en que las tropas israelíes no dejarán Gaza hasta que se cumplan todas las demandas de Israel. Esta discrepancia podría poner a Netanyahu en una posición incómoda, ya que Trump no está dispuesto a permitir que Hamás continúe en el poder, pero también desea evitar que el acuerdo de rehenes se derrumbe.
En este contexto, Netanyahu debe equilibrar sus demandas con las expectativas de Trump, quien quiere un acuerdo sobre los rehenes pero también busca evitar un regreso a la guerra abierta en Gaza. Para ello, Netanyahu tendrá que convencer a Trump de que sus exigencias son razonables y que Hamás es el único responsable de cualquier fracaso en el acuerdo.
Por otro lado, ambos líderes coinciden en su interés por la normalización de relaciones entre Israel y los países árabes, especialmente Arabia Saudita. Trump ve esto como una oportunidad para ganar el Premio Nobel de la Paz, mientras que Netanyahu lo considera un paso crucial para garantizar la seguridad de Israel en la región y para crear una alianza regional contra Irán. Sin embargo, la aprobación de un tratado de defensa entre Estados Unidos y Arabia Saudita podría verse obstaculizada por las preocupaciones sobre los derechos humanos y las dificultades políticas en el Congreso.
El jueves, Netanyahu tiene programado un encuentro en el Capitolio con líderes demócratas, donde intentará convencerlos de respaldar el tratado que permitirá el reconocimiento mutuo entre Arabia Saudita e Israel. Este será un desafío importante para Netanyahu, quien deberá emplear las mismas habilidades diplomáticas que utilizó para reconstruir su relación con Trump.
Si Netanyahu logra que Trump apoye sus condiciones para Gaza, Irán y Arabia Saudita, podría asegurarse un legado como líder que garantice la seguridad de Israel a largo plazo. No obstante, cualquier error en las próximas reuniones podría poner en peligro tanto su legado como el futuro de su país.