Las noticias que llegan de Rusia en los últimos días parecen sacadas de una novela distópica especialmente sombría, o quizá de los recuerdos de la era soviética. El Estado, que estaba lejos de ser un modelo de democracia para empezar, se ha deteriorado en cuestión de semanas hasta convertirse en una auténtica dictadura que castiga a los ciudadanos no sólo por sus acciones, sino por sus pensamientos y opiniones.
Los empleados que se niegan a apoyar la invasión de Ucrania son expulsados del lugar de trabajo. Los estudiantes que no apoyan el movimiento de Putin son expulsados. Los agentes de control fronterizo revisan los teléfonos de los rusos que se dirigen al extranjero en busca de mensajes de texto que expresen opiniones subversivas. Un sacerdote ruso fue detenido por un sermón en el que se pronunciaba contra la violencia y a favor de la paz, algo que en la Rusia actual se considera un desafío al régimen y a su trayectoria.
Cuanto más se atrinchere el ejército de Putin en el pantano ucraniano, sin ninguna capacidad de asegurar una victoria clara y sin una estrategia de salida clara, más crecerán los medios de opresión tomados dentro de Rusia. Una nueva ley que amenaza con un máximo de 15 años de prisión a quienes emitan “informes falsos” sobre la actividad militar rusa se aplicará al máximo para dar ejemplo. Los que recuerdan una ley similar de la época soviética que enviaba a mucha gente a campos de Siberia por charlas o chistes catalogados como “propaganda antisoviética” entienden que el momento de huir de Rusia es ahora, antes de que caiga el Telón de Acero. Hay una afluencia de personas que buscan cruzar las estaciones fronterizas sin ninguna razón en particular, y miles han comprado billetes de avión de ida para salir de Rusia, sin importar el destino. Como corresponde a la era de las redes sociales, entre los que se marchan hay celebridades rusas, incluidas las que juraron lealtad a Putin, lo elogiaron e hicieron una fortuna con ello. Sus agudos sentidos les dicen que las cosas están a punto de cambiar. La verdadera prueba para la estabilidad del régimen llegará dentro de unas semanas, cuando las sanciones económicas empiecen a surtir efecto. Aunque ya han influido en la moral, las sanciones pronto afectarán a las carteras rusas.
Por primera vez en el largo reinado del líder ruso, Putin se enfrentará a una crisis que realmente amenace su continuidad en el poder. La forma de gobierno establecida en el año 2000 se basó en un acuerdo social no escrito entre Putin y la ciudadanía. El pueblo le dio el trono a Putin y, a cambio, éste le proporcionó estabilidad, una calidad de vida razonable y una embriagadora sensación de poder imperial, todo lo cual se está viendo ahora socavado. La confianza en Putin también se verá socavada, especialmente si las sanciones económicas afectan al sector energético.
Las ventas de energía siguen siendo el único rayo de luz para el régimen ruso. Rusia ha vendido alrededor de 10.000 millones de euros (11.000 millones de dólares) en petróleo, gas y carbón a los Estados de la UE desde que invadió Ucrania. Si Occidente decidiera cortar esta línea de vida, Rusia podría entrar en bancarrota, lo que acorralaría a Putin.