Al inicio de su primer mandato, el presidente Obama se puso como objetivo llegar a un acuerdo nuclear con los mulás, acuerdo que esperaba le permitiera sacar a Washington de Oriente Medio.
Donald Trump ha anunciado que EEUU se retira del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, con lo que ha provocado una furia paroxística entre los progresistas, los trumpófobos y los custodios de la sabiduría convencional en materia de política exterior. Pero no ha sido el 45º presidente de EEUU el que ha dispuesto el escenario para el colapso del acuerdo. Esa culpa recae en su predecesor.
Al inicio de su primer mandato, el presidente Obama se puso como objetivo llegar a un acuerdo nuclear con los mulás, acuerdo que esperaba le permitiera sacar a Washington de Oriente Medio. Fue una idea mal concebida que no se hacía auténtico cargo de la naturaleza del régimen de Teherán, con su largo historial terrorista y de engaños nucleares; un régimen, por lo demás, que tiene el antiamericanismo y el antisemitismo inscritos en su ADN ideológico.
Dejemos todo eso de lado ahora. Incluso si ese acuerdo hubiera sido deseable, Obama lo persiguió de la peor manera posible. Trató a socios internacionales y actores políticos norteamericanos cruciales –los aliados tradicionales de EEUU en Oriente Medio y los congresistas republicanos– como si fueran mindundis y estúpidos incapaces de ver que el acercamiento a Irán les beneficiaba sustancialmente.
Intentó puentear a los israelíes teniéndolos en ascuas sobre sus negociaciones secretas con la República Islámica. Para Obama, el temor árabe al expansionismo iraní era una preocupación de tercer orden, y se llevó una sorpresa cuando, en 2015, las más importantes potencias suníes declinaron asistir a la cumbre en la que se suponía les iba a vender el acuerdo. Asimismo, quitó importancia a la aniquilatoria retórica antiiesraelí de Irán, y se reportó que uno de sus asistentes llamó “gallina” a Netanyahu (entre bambalinas, claro).
Obama no hizo más que dar lecciones y ser condescendiente.
En el ámbito doméstico, Obama confió en su método de boli y móvil para imponer el acuerdo. En vez de considerar a los halcones del Partido Republicano como actores de buena fe que buscaban reforzar su mano contra el adversario, los trató como si de hecho fueran ellos el adversario. Pensó que su diplomacia le alinearía con iraníes razonables como Javad Zarif frente a los duros en Washington y Teherán.
Mientras, la maquinaria mediática de Obama, manejada por Ben Rhodes, cargaba contra los periodistas y los expertos que planteaban dudas sobre los términos del acuerdo porque, por ejemplo, permitía a los iraníes inspeccionar sus propias instalaciones militares y no abordaba la cuestión de los misiles balísticos de la República Islámica. La Administración Obama jamás respondió satisfactoriamente a las preguntas de los críticos sobre la negativa de Irán a esclarecer sus actividades armamentísticas pasadas, falla clamorosa en la arquitectura del acuerdo que ha contribuido sustancialmente a su colapso.
Y ahora estamos donde estamos. El acta de defunción del acuerdo lo escribió su principal autor.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio