Durante la administración Obama, una de muchas líneas públicas respecto al régimen homicida era que el Presidente de Siria, Bashar al-Assad, “carecía de toda legitimidad”. El otro lado, Rusia caracterizó a Assad como el modelo de legitimidad: como el jefe de un Estado representado en las Naciones Unidas; un Estado supuestamente sometido a las maquinaciones de cambio de régimen de Barack Obama. ¿Cuál es la verdad? ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de la legitimidad, o la falta de ella, en Siria?
Los levantamientos de la Primavera Árabe de 2011, incluidas las protestas en Siria, se redujeron al tema de la legitimidad política. Aunque los motivos variaron, hubo un hilo conductor en los eventos de 2011 en Egipto, Túnez, Libia, Yemen y Siria: el sentimiento popular de que los sistemas políticos que dominan las vidas de los ciudadanos, estaban rechazando totalmente la noción de derivar el poder del consentimiento de los ciudadanos gobernados. Sí, las protestas, las revueltas y las rebeliones reflejaron efectivamente las “libretas de calificaciones” sobre las actuaciones de Mubarak, Ben Ali, Gadafi, Saleh y Assad. Pero también reflejaron algo mucho más fundamental: la ilegitimidad de los sistemas políticos, que sustituyó la voluntad de unos pocos por el consentimiento de muchos.
La opinión aquí es que un sistema político refleja legitimidad cuando algo que se acerca a la totalidad de la ciudadanía considera que ese sistema es correcto y justo. Cuando un sistema es legítimo, los presidentes buenos y malos, los primeros ministros, los reyes y los kahunas van y vienen: el sistema permanece esencialmente inalterado y fundamentalmente estable porque la ciudadanía reconoce el derecho de su gobierno a gobernar; la ciudadanía acepta ser gobernada por un sistema dado, incluso si la mayoría considera que el jefe de Estado y / o jefe de gobierno titular es deficiente.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el derecho de Donald Trump para servir como presidente no es desafiado, independientemente de lo que digan las encuestas de opinión pública sobre su desempeño. Sin embargo, históricamente ha habido desafíos a la legitimidad sistémica estadounidense. La controversia sobre el lugar de nacimiento del presidente Obama fue el desafío más reciente: disputó el derecho constitucional de Obama de servir como jefe ejecutivo. Si bien esa controversia (a diferencia de aquella sobre la esclavitud que produjo una guerra civil) fue en gran parte un fenómeno marginal que no hizo inestable al sistema político, no obstante, fue preocupante. Si los resultados electorales de noviembre de 2016 hubieran sido diferentes, uno se pregunta si habría habido un esfuerzo sostenido (quizás emanando de Moscú) para pintar esos resultados como inválidos y para hacer que el propio sistema estadounidense sea ilegítimo.
Sin embargo, el tema aquí es Siria. Si el consentimiento de los gobernados es la clave para la legitimidad política, ¿pueden los partidarios de Bashar al-Assad, sirios, iraníes o rusos, argumentar con razón que el sistema dominado por la familia Assad y su entorno es o puede ser legítimo?
Este escritor conoce a sirios que (por diversas razones) han apoyado al régimen de Assad contra sus enemigos durante los últimos seis años, pero que, sin embargo, consideran el sistema como ilegítimo. Apoyan a la familia y al entorno en condiciones en las que no perciben una alternativa viable o segura. Sin embargo, no se hacen ilusiones acerca de que se les solicite su consentimiento. De hecho, reconocen que el Estado sirio es un negocio familiar autoritario, depredador. Algunos lo aceptan porque no han experimentado otra cosa desde 1970. Algunos lo apoyan porque han visto que gran parte de la oposición del régimen ha caído en manos de poderes regionales que han apoyado a las odiosas alternativas sectarias.
Sin embargo, ¿quién argumentará que el consenso de la ciudadanía siria considera legítimo el sistema impuesto por Assad? ¿Hay consenso de que Assad tiene el derecho de gobernar Siria? ¿Algún reclamo sirio de que se haya solicitado su consentimiento para este asunto? La respuesta, obviamente, es “No”. Una respuesta diferente podría haber sido posible antes de marzo de 2011. Pero cuando el régimen optó por responder a las protestas de naturaleza principalmente pacífica y casi totalmente no sectaria, con letalidad, cuando eligió una guerra contra su propia ciudadanía, un sentimiento generalizado de que un presidente joven y bien educado estaba sinceramente interesado en reformar un sistema corrupto y en atraer el consentimiento sistémico, casi desapareció.
La total adhesión del régimen de Assad a la ilegitimidad creó vacíos de gobierno en amplias franjas de Siria. Algunos de esos vacíos se llenaron con al-Qaeda y los derivados de al-Qaeda. Otros fueron llenados por consejos locales que permitieron a los sirios experimentar el autogobierno y la sociedad civil. Pero la implacable guerra del régimen contra los civiles, que produce el desplazamiento de millones de personas, cientos de miles de muertos, innumerables mutilados y con traumas psicológicos, decenas de miles de detenciones ilegales, enfermedades, torturas, hambre y violaciones, ha hecho que cualquier reivindicación o esperanza de legitimidad sea completamente insostenible e inalcanzable. De hecho, Bashar al-Assad y su círculo íntimo son aptos para el procesamiento penal.
Uno puede, como lo hace Rusia, negar todos los detalles que tienen que ver con los asesinatos en masa perpetrados por el régimen, incluido el uso por parte del régimen, de gas sarín. O uno puede tomar la posición del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán, que Assad puede hacer lo que quiera con los sirios siempre que Siria siga siendo un corredor y una profundidad estratégica para Hezbolá en el Líbano. Sin embargo, ninguno de estos poderes posee la alquimia política necesaria para crear para su cliente el oro de la legitimidad sistémica, a partir de la iniciativa de una empresa familiar egoísta que se enriquece, impuesta a simpatizantes y enemigos por igual.
Nadie en Rusia o Irán realmente cree que Assad es un parangón de legitimidad en términos del consentimiento de los gobernados. De hecho, tanto el líder de Rusia como los de Irán, tienen sus propios problemas de legitimidad. Las preguntas operativas que ahora están siendo analizadas por el gobierno de Trump son si Moscú se preocupa lo suficiente por la gobernabilidad en Siria, el extremismo en Siria y el futuro del Estado sirio, como para considerar hacer algo con respecto a la ilegítima integridad del sistema de Assad; y si tiene la influencia, forzar cambios a los que el régimen e Irán ciertamente se opondrían. Para el presidente ruso, Vladimir Putin, la preservación de Assad y lo que presumiblemente le dice a su audiencia doméstica sobre el regreso de Rusia al estado de gran potencia, bien puede superar a todo lo demás.
Sin embargo, la ilegitimidad del sistema de Assad, si ese sistema persiste, pone en peligro el futuro de Siria: su integridad territorial, su reconstrucción física, su estatus como Estado unitario. Muchos ciudadanos sirios que han seguido al régimen, se irían de Siria en masa si tuvieran la oportunidad de hacerlo; de hecho, muchos ya lo han hecho. Pocos de los seis millones que ya se han marchado regresarían si el régimen que los expulsó de sus hogares o los obligó a salir por su incompetencia y corrupción, se mantiene.
El consentimiento de los gobernados es el estándar de oro para la legitimidad política sistémica. Si Siria va a ser algo más que un cadáver para ser alimentado indefinidamente por una empresa familiar, por extremistas sectarios de todas las tendencias (incluido el iraní) y por criminales comunes y corrientes que explotan la anarquía de punta apunta, entonces el problema de la ilegitimidad debe ser abordado desde el interior. De lo contrario, Siria sufrirá una hemorragia y acogerá a malos actores durante las próximas décadas.