Como una olla sin vigilancia que de repente hierve violentamente, La Habana y otras ciudades han estallado en protestas desafiantes de cubanos hartos de vivir en su estado policial tropical perpetuamente deprimido. Fiel a su estilo, el régimen castrista ya ha reprimido las protestas con brutalidad.
Los cubanos, cansados de ser tratados como animales sin derechos, salieron a la calle gritando “¡Libertad!”, “Abajo la dictadura” y, sobre todo, “¡Abajo el comunismo!”. En algunos casos, los manifestantes llevaban banderas estadounidenses. No fue una manifestación aislada: Según el sitio de datos en español Inventario, unas 63 ciudades y pueblos se vieron sacudidos por manifestaciones desde el domingo hasta las primeras horas del lunes.
Aquí en Estados Unidos, algunos miembros de la izquierda trataron inicialmente de presentar la situación como un malestar de los cubanos por las infecciones de COVID-19 y la falta de vacunas. Un portavoz del Departamento de Estado lo describió como que los cubanos “ejercían su derecho de reunión pacífica… sobre el aumento de los casos/muertes por COVID y la escasez de medicamentos”.
“Llamamos a la calma y condenamos cualquier tipo de violencia”, tuiteó el domingo Julie Chung, secretaria adjunta en funciones de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Buen intento. Para empezar, los cubanos no tienen “derecho a la reunión pacífica”, ni ningún otro derecho real exigible. Todos sus derechos dependen de la voluntad del gobierno de concederlos. En cuanto a las manifestaciones, los motivos van claramente más allá de una mera “escasez de medicamentos”. Vea los vídeos: Verás que no tiene nada que ver con el COVID-19.
Decir que “condenamos cualquier violencia” es una broma. El pueblo cubano ha vivido bajo la amenaza perpetua de la violencia real cometida por el régimen comunista durante 62 años.
De hecho, las manifestaciones fueron un estallido de rabia y disgusto por los continuos fracasos del régimen comunista. Los vídeos de cubanos de a pie frente a la sede del Partido Comunista, coreando “Cuba no es tuya” y pidiendo la dimisión del presidente Miguel Díaz-Canel, demuestran que no tienen miedo.
El gobierno cubano respondió como se esperaba: “La dictadura comunista … comenzó a reprimir las protestas, supuestamente infligiendo violencia a los manifestantes desarmados y cortando el acceso a Internet”, escribió el Daily Wire.
Ante las manifestaciones del domingo, la Casa Blanca de Biden al principio se mantuvo en silencio, remitiéndose a la inane palabrería del Departamento de Estado mencionada anteriormente. Al darse cuenta del alcance de la revuelta y comprender que sería leída cuidadosamente, los ayudantes de Biden emitieron una declaración mucho mejor el lunes:
“Estamos con el pueblo cubano y su clarificador llamado a la libertad y al alivio de las trágicas garras de la pandemia y de las décadas de represión y sufrimiento económico a las que ha sido sometido por el régimen autoritario de Cuba”, dijo Joe Biden. “El pueblo cubano está reivindicando valientemente los derechos fundamentales y universales”.
Le damos crédito a Biden por esa declaración, que seguramente enfurecerá a la extrema izquierda de su partido. Pero recuerden que Biden, como vicepresidente de Barack Obama, apoyó la “normalización” con el régimen de Cuba. ¿Cómo funcionó eso?
Hasta ahora, el ala izquierda del Partido Demócrata ha estado callada. ¿Reaccionarán los demás líderes demócratas de Estados Unidos? ¿Los socialistas “despiertos”?
¿Qué tal algo de Obama? ¿O del senador y ex candidato presidencial Bernie Sanders, un admirador descarado tanto de Cuba como de la URSS? ¿O tal vez la representante Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib, Cori Bush y Jamaal Bowman? Todos miembros de los Socialistas Democráticos de América.
Hace apenas dos semanas, una delegación de los Socialistas Democráticos viajó a Venezuela y “abrazó” al dictador venezolano, Nicolás Maduro. No se trataba de un grupo de choque; un informe de prensa dice que la delegación incluía “el presidente del Comité Político Nacional del DSA, miembros del Comité Internacional y miembros de las secciones de Formación Política, Política Exterior y Relaciones Bilaterales de la organización”.
Esto es lo que son. Su silencio ahora sobre Cuba es muy elocuente.
Es extraño que el socialismo fracasado reciba tanto amor en la capital de nuestra nación. Que nuestros funcionarios electos sean tan ignorantes de la historia y de la tragedia del comunismo es alarmante. Y es triste que los ciudadanos estadounidenses libres sean tan tontos como para votar a los socialistas.
Como señaló Investor’s Business Daily hace cuatro años en el centenario del comunismo:
“Estas ideas ‘socialistas’ propugnadas por gente como el senador Bernie Sanders y sus aliados en el ala progresista del Partido Demócrata son las mismas ideas que han traído miseria, pobreza y pérdida de libertad en otros países. Pero, de alguna manera, millones de votantes estadounidenses creen que aquí sería diferente.
“Cien años después, el comunismo no ha muerto, como muchos creían tras la caída de la URSS. Sigue vivo, al igual que las ideas que lo animan. Y aunque el ‘socialismo’ político y el ‘marxismo’ cultural de hoy pretenden ser diferentes, en realidad no lo son. Parafraseando a George Santayana, deberíamos recordar los numerosos y profundos pecados y trágicos fracasos del comunismo o sufrir el ignominioso destino de repetirlos”.
La agitación de Cuba, a solo 90 millas de distancia, debería ser una advertencia para todos los estadounidenses: El caos, la violencia, la pobreza y la opresión son el resultado inevitable del socialismo. El socialismo no solo es ineficaz y erróneo; es malvado.