El dictador sirio Bashar Assad tiene buenas razones para celebrar su cumpleaños durante el fin de semana, empezando por el 11 de septiembre. Tras abandonar Afganistán y retirarse de él dos décadas después de los atentados de las torres gemelas, los estadounidenses también izaron la bandera blanca en Siria, dejándola en manos de Assad y sus aliados.
Si bien el ascenso de los talibanes y la reanudación de los atentados del Estado Islámico no es una buena noticia para el dictador sirio, ya que podría alentar e inspirar a los grupos islamistas que aún combate, la humillación sufrida por los estadounidenses, que a pesar del fiasco en Afganistán no han perdido el apetito por nuevas retiradas, es suficiente compensación.
A la sombra de la profunda crisis económica del Líbano, y a la luz de la drástica escasez de petróleo y gas que perturba la vida cotidiana del país, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, junto con sus aliados de Teherán, lanzó una brillante campaña de relaciones públicas. Los iraníes, con la mediación de Hezbolá, enviarán petróleo al Líbano. Con ello, demostrarán quién se preocupa de verdad por el pueblo libanés en su hora de necesidad, ayudarán a Hezbolá y también ganarán otro punto de apoyo en el frente norte de Israel. Nasrallah incluso se molestó en lanzar amenazas, que parecieron caer en oídos atentos e incluso ligeramente alarmados en Israel, según las cuales si los petroleros iraníes son atacados lo considerará una violación de la soberanía libanesa y responderá de la misma manera.
Por ello, los norteamericanos urdieron en las últimas semanas un acuerdo destinado a ayudar a sus aliados en Líbano y a salir de la trampa de miel tendida por el líder de Hezbolá. En lugar de mostrar resolución y liderazgo y detener la estratagema de Irán, los estadounidenses eligieron un camino sinuoso que les llevó directamente a las manos de Assad. Propusieron que Jordania y Egipto transfirieran gas al Líbano y también conectaran el país a sus redes eléctricas. Esto aliviaría el sufrimiento del pueblo libanés y, sobre todo, permitiría al gobierno libanés rechazar la oferta iraní. Los políticos de Líbano -corruptos e ineptos, pero conscientes del daño que pueden causar las sanciones estadounidenses- aprovecharon la oportunidad con entusiasmo.
El problema es que el camino desde Egipto y Jordania pasa por Siria, y para sellar un acuerdo de este tipo se necesita la bendición del dictador sirio. Esta bendición fue felizmente otorgada – a cambio de las promesas estadounidenses de que Washington no continuará objetando su gobierno y tiene la intención de retirar sus tropas del país tan pronto como sea posible. Este camino, por cierto, también significa que los estadounidenses habrán abandonado esencialmente a sus aliados kurdos en el norte de Siria -que les ayudaron a luchar contra el ISIS- a favor del régimen de Damasco. Al parecer, los estadounidenses están decididos a demostrar que no tienen amigos, sino solo intereses, y cuando éstos superan a los primeros, la amistad se acaba.
En consecuencia, como se ha dicho, el cumpleaños de Assad fue realmente feliz. No solo ha sobrevivido a la brutal y sangrienta guerra civil de su país, en la que masacró a cientos de miles de su propio pueblo, algunos con gas, sino que ahora incluso los estadounidenses han reconocido su victoria y están dispuestos a “volver a los negocios” con él. En Washington y en Israel, los funcionarios esperan que el Assad de la posguerra sea tal vez un “nuevo” Assad, más atento y cauteloso, tal vez incluso dispuesto a hacer tratos poco realistas – por ejemplo, expulsar a Irán de Siria a cambio del apoyo estadounidense. Sin embargo, estas esperanzas están destinadas a estrellarse en la realidad. Mientras tanto, hasta que el gas y la electricidad empiecen a fluir desde Jordania y Egipto, Damasco ha declarado que Siria está dispuesta a ayudar a Irán a llevar el petróleo a Líbano a través de su territorio. Después de todo, ¿por qué bailar en una boda cuando puedes bailar en varias?