Los refugiados: ¿La nueva arma de Putin? Muchos en Occidente pensaban que la guerra en Europa era cosa del pasado. La invasión no provocada de Ucrania por parte de Putin puso fin a esa cómoda fantasía.
Pero el esfuerzo bélico de Putin no comenzó con una invasión militar. Meses antes de que los tanques rusos empezaran a rodar, Putin estaba preparando el espacio de batalla más amplio a lo largo de la frontera de la UE. Su arma elegida: la migración masiva de refugiados.
En julio de 2021, el régimen títere de Moscú en Bielorrusia comenzó a conducir brutalmente a miles de migrantes desesperados hacia la frontera polaca. La migración forzada era parte de la estrategia de guerra híbrida diseñada por Moscú, y Occidente estaba mal preparado para ello.
Se puede culpar a los globalistas por ello. Cuando la Unión Soviética cayó, insistieron en que marcaba “el fin de la historia”. La nueva y brillante era daría paso a una sociedad sin Estado que prescindiría de inconvenientes como la soberanía popular y el capitalismo. Entre las supuestas bendiciones de este valiente nuevo mundo estaba el “derecho a la migración”, que ayudaría a borrar a las naciones que determinan su propia cultura, economía y política.
Pero el impulso de un mundo sin fronteras no sólo socavó la estabilidad del Estado-nación, sino que creó nuevos vectores para que los malos actores atacaran a sus enemigos. Como política institucional, el derecho a la migración no ha superado la prueba y nos ha dejado bailando en un campo de minas de problemas sociales, económicos y políticos.
Tradicionalmente, los Estados gestionaban sus sistemas de migración legal para mantener sociedades productivas y prósperas. Sin embargo, el siglo XXI ya está marcado por las migraciones masivas impulsadas por agendas políticas sin sentido y por actos de adversarios malintencionados.
Siria, por ejemplo, lanzó una avalancha de refugiados hacia Europa, y el primer impulso de muchos líderes occidentales fue fingir que se trataba de poco más que una misión humanitaria y no de un asalto que conducía a personas indefensas y desesperadas hacia el norte para presionar y desestabilizar a Europa.
En Estados Unidos, la nueva administración ha adoptado una política de fronteras abiertas que ha permitido que millones de inmigrantes entren a raudales en Estados Unidos sin prácticamente ninguna investigación, sin controles y sin rendir cuentas.
Estas acciones constituyen asaltos a los estados estables. Además de imponer enormes cargas a los contribuyentes, fomentan el crimen organizado, las epidemias de drogas, el terrorismo transnacional y otras amenazas a la seguridad, y crean agitación política. Las políticas sólidas basadas en la seguridad pública, la responsabilidad fiscal y la soberanía nacional se dejan de lado con resultados predecibles.
Las políticas “despiertas” no ofrecen ninguna solución para hacer frente a la creciente marea de inmigrantes. Peor aún, las “contramedidas” que los gobiernos están tomando parecen estar creando nuevas amenazas y más problemas. En principio, tanto Estados Unidos como la Unión Europea tienen muchas leyes, procedimientos e ideas sobre cómo debería ser el proceso migratorio. En la práctica, sin embargo, la política migratoria se ha convertido en rehén de las narrativas de los círculos progresistas que justifican las fronteras abiertas basándose en la teoría marxista de que los controles de la inmigración son un legado del imperialismo. Casi nadie se atreve a examinar a los inmigrantes por sus antecedentes penales, por no hablar de su disposición a trabajar y a cumplir las normas sociales. De hecho, incluso mencionar la necesidad de que los inmigrantes se asimilen en sus países de acogida es ahora rutinariamente ridiculizado como racista.
Pero Lituania y Polonia han demostrado que no tiene por qué ser así. Pusieron fin a esta tontería rechazando a los inmigrantes enviados al oeste por el régimen bielorruso. La estafa, a veces denominada perversamente “turismo de refugiados”, consistía en expedir visados de turista a egipcios, indios y pakistaníes a los que Lukashenko prometió ayudar a cruzar ilegalmente la frontera hacia el oeste.
Gracias a la firmeza de los gobiernos lituano y polaco, no funcionó. Los “turistas” fueron devueltos. El mayor reto no fue vigilar la frontera, sino resistir la enorme presión de los círculos progresistas que exigían sanciones contra Polonia por racismo.
Ahora, cuando una auténtica crisis humanitaria como la guerra contra Ucrania aparece a las puertas de Europa, hay que redirigir aún más recursos para afrontarla. No crean que ésta será la última. Habrá más esfuerzos para golpear a Occidente con olas humanas.
Esto sólo se detendrá cuando las naciones eliminen la debilidad autoimpuesta de las fronteras abiertas. Dejen de permitir que la explotación de los refugiados y el asilo se conviertan en puertas traseras para la migración ilimitada, y concéntrense en mantenerlos como instrumentos humanitarios legítimos. Establecer fronteras seguras y aplicar leyes de inmigración que aborden con prudencia los problemas de seguridad, económicos y sociales y permitan a las naciones acoger a los inmigrantes legítimos y legales como consideren oportuno. Dejar de atacar a las naciones responsables cuando actúan en su propio interés para mantener sus países libres, seguros y prósperos.
Por último, el mundo libre tiene que empezar a tomarse en serio la amenaza que supone la migración masiva fabricada. El mundo no libre -China, Rusia, Irán y otros- quiere acabar con nosotros. Para ello, utilizarán todos los medios necesarios, incluida la guerra híbrida. Otros también desean debilitarnos y explotarnos: los cárteles criminales transnacionales, la red de contrabandistas de personas que está explotando y los grupos terroristas transnacionales que están resurgiendo.
El mundo libre debe aumentar su capacidad para proteger sus intereses. Nuestra seguridad, prosperidad y modo de vida dependen de nuestra capacidad para contrarrestar no sólo las fuerzas militares convencionales y las armas de destrucción masiva, sino también las migraciones masivas armadas.