Evidencias recientes sugieren que un gran acto de violencia podría haberse evitado si un guardia de seguridad no temiera ser llamado “racista”. Este incidente plantea dudas sobre la capacidad de Occidente para protegerse de los ataques de los jihadistas.
Ese acto de violencia fue el bombardeo de un concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande en el Manchester Arena de Inglaterra el 22 de mayo de 2017, que causó 22 muertos y más de 800 heridos. El bombardero, Salman Ramadan Abedi, de 22 años, nació en Manchester de padres islamistas refugiados recién llegados de Libia. Los que lo conocieron lo describieron como muy religioso y no muy brillante.
Simpatizante de Al-Qaeda, Abedi construyó una bomba casera con miles de tuercas y tornillos, la colocó en una gran mochila y dio la vuelta a pie hasta la arena. Allí esperó a que concluyera la representación de “Dangerous Woman” de Grande mientras estaba sentado en las escaleras del vestíbulo público. A las 10:31 p.m. se levantó, cruzó el vestíbulo hacia el público saliendo de la sala y detonó su dispositivo.
El Secretario del Interior Priti Patel estableció la investigación del Manchester Arena “para averiguar exactamente lo que pasó” y “hacer recomendaciones para tratar de evitar que lo que ha ido mal vuelva a suceder”. La investigación reveló información importante sobre la seguridad de esa noche proporcionada por la empresa privada Showsec.
La narración comienza con Christopher Wild mientras esperaba a un chico que asistía al concierto. Se dio cuenta de un Abedi de aspecto dudoso alrededor de las 10.15 p.m. y reportó su preocupación a un guardia de Showsec, Mohammed Ali Agha, de 19 años. Wild describió a Abedi como “dudoso” y “de aspecto peligroso” y señaló su “enorme mochila”.
Agha le pidió a un colega, Kyle Lawler, de 18 años, que vigilara a Abedi. Lawler se acercó a menos de 10-15 pies de Abedi y lo encontró “inquieto y sudoroso”. Lawler testificó que tenía “un mal presentimiento sobre él, pero no tenía nada que lo justificara”. Admitió tener algo de pánico incluso cuando se sentía “conflictivo” porque sentía que algo estaba mal, pero también lo vio como “solo un hombre asiático sentado entre un grupo de gente blanca”.
Como dijo Lawler en la investigación:
“Me sentí inseguro sobre qué hacer. Es muy difícil definir a un terrorista. Por lo que yo sabía, podría haber sido un inocente joven asiático sentado en las escaleras. No quería que la gente pensara que lo estereotipaba por su raza. … Tenía miedo de equivocarme y de que me tildaran de racista. Si me equivocaba, entonces me habría metido en problemas. Me hizo dudar sobre qué hacer. Quería hacerlo bien y no meter la pata exagerando o juzgando a alguien por su raza”.
Aunque Lawler admite “un sentimiento de culpa” y que se culpa mucho a sí mismo, cuando se le preguntó si todavía le preocupa que lo tilden de racista, respondió “Sí”.
¿Qué pensar de este incidente? Fíjese en esta frase clave: “Tenía miedo de equivocarme y de que me tildaran de racista”. En cierto sentido, este sentimiento es totalmente familiar; es, por ejemplo, el motivo por el cual la policía de Rotherham y otras ciudades británicas no tomó medidas enérgicas contra las bandas de violadores pakistaníes durante un período de hasta dieciséis años.
En otro sentido, es sorprendente. El hecho de que un guardia de seguridad no haga un seguimiento de sus sospechas por miedo a “ser tildado de racista” apunta a una crisis. A menos que el sospechoso sea un jihadista planeando un ataque asesino – algo nada probable – quien exprese su preocupación se abre potencialmente a ser sancionado, a ser despedido, a la indignación de la prensa, a las demandas e incluso a los disturbios.
Lemas como “Si ves algo, di algo” resultan ser fraudulentos. Recordando cuántos jihadistas han sido atrapados en el curso de paradas de tráfico rutinarias o por vecinos sospechosos, este es un gran problema.
El miedo a la acusación de racismo tiene la consecuencia contraria a la intuición de que una persona de piel más oscura o que parece ser musulmana podría obtener un pase libre; el vigilante puede permitirse el lujo de equivocarse con una rubia, pero no con un hijab. Aún más extraña es la implicación de que alguien que intenta hacer maldades podría encontrar ventaja en adoptar una apariencia musulmana.
La protección efectiva requiere latitud para los errores. Los capitanes de aerolíneas, la policía, incluso los especialistas en el Islam deben tener la libertad de expresar sus preocupaciones sin miedo a la difamación de la prensa, a perder sus trabajos o a enfrentarse a represalias legales.
A menos que estos cambios necesarios se lleven a cabo, esperen más violencia jihadista.
El profesor Daniel Pipes (DanielPipes.org, @DanielPipes) es el presidente del Foro de Oriente Medio, donde apareció este artículo.