La reciente afirmación del Papa Francisco de que la Torá “no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa” ha levantado asperezas en todo el mundo judío.
Esta semana, el Papa Francisco trató de aliviar las preocupaciones sobre sus comentarios; según el cardenal Kurt Koch, que supervisa las relaciones del Vaticano con los judíos, el Papa hizo saber que “no tenía intención de juzgar la ley judía”.
Sean cuales sean las intenciones del Papa, sus comentarios reflejan una clásica objeción cristiana a la legalidad de la Torá y transmiten la idea errónea de que el judaísmo da prioridad a las minucias legales sobre los ideales morales y espirituales que estas leyes pretenden expresar.
A raíz de este debate público suscitado por los comentarios del Papa, vale la pena examinar el valor fortificante de la Torá, que nos ha ofrecido un modelo divino para una vida significativa durante milenios.
En el corazón del judaísmo está el entendimiento de que los grandes conceptos por sí mismos son abstractos e intangibles. ¿De qué sirven los valores profundos si no sabemos cómo ponerlos en práctica? Para que las grandes ideas tomen forma, tenemos que saber qué hacer con ellas. Para que los ideales marquen la diferencia, tenemos que vivirlos.
En su libro clásico, “Intelectuales”, el historiador Paul Johnson documenta cómo muchos de los grandes intelectuales occidentales, que plantearon y reflexionaron sobre algunos de los conceptos más elevados del siglo pasado, llevaron vidas personalmente disfuncionales plagadas de malas relaciones, errores amorales y miseria.
Bertrand Russell hizo valiosas contribuciones al campo de la filosofía moral, pero fue un mujeriego en serie que traicionó a sus tres esposas. El humanismo de Jean-Paul Sartre le convirtió en un icono, pero observó en silencio cómo los nazis ocupaban Francia y racionalizó las atrocidades de Stalin en Rusia. Los escritos de Karl Marx defendían la emancipación de la clase obrera, pero a menudo empleaba bulos antisemitas, y sus ideas justificarían posteriormente regímenes crueles y opresivos.
La cuestión es que a menudo existe una enorme brecha entre los ideales y los instintos, las aspiraciones y las acciones. Hay que trabajar para que las grandes ideas se conviertan en un buen carácter, para que los conceptos elevados hagan un mundo mejor.
La desconexión entre lo que decimos (o pensamos o esperamos) y lo que hacemos es precisamente lo que las leyes de la Torá pretenden abordar. Al contrario de lo que dice el Papa Francisco, estas leyes, por su propia naturaleza, dan vida. El poder transformador de la Torá no radica únicamente en sus grandes ideas, sino en su síntesis única de filosofía y práctica.
Cada ley de la Torá, o “mitzvá”, es la expresión práctica y concreta de una idea que, de otro modo, sería abstracta sobre cómo vivir una vida moral y virtuosa. Por ejemplo, sabemos que debemos tener compasión por los demás, pero es la Torá la que ofrece un modelo de lo que realmente es el mundo, con directrices detalladas sobre cómo consolar a los dolientes, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos y otros métodos para aliviar el sufrimiento humano. Sabemos que debemos ser generosos, pero es la Torá la que ofrece directrices prácticas sobre cuánto debemos dar, la forma en que debemos dar y a quién debemos dar. Sabemos que debemos aprovechar las oportunidades para alejarnos del frenesí de la vida para restaurar nuestra energía y reconectar con nuestros valores, pero es la Torá la que ofrece instrucciones explícitas sobre lo que significa “descansar” en Shabat, y lo que debemos hacer para mejorar la tranquilidad y la conexión espiritual del día.
La Torá traduce esencialmente nuestros valores en un programa de acción.
Y ahora, mientras nos preparamos para Iom Kipur, vemos que el enfoque de la sabiduría práctica del judaísmo cobra vida de forma espectacular a través de las mitzvás del día. Nuestra energía espiritual se concentra a través de nuestro ayuno y nuestras oraciones, y tenemos un claro camino práctico trazado por nuestras fuentes de cómo definir un cambio personal sincero, cómo arrepentirse, cómo pedir disculpas, cómo confesarse ante Dios, y cómo resolver ser mejor y hacerlo mejor.
Lo que el Papa Francisco parece pasar por alto es que, sin esas directrices prácticas para la vida diaria, nuestros ideales a menudo quedan marginados por nuestras necesidades y deseos cotidianos. Sin reglas tangibles de comportamiento, recurrimos a lo que nos parece correcto en el momento. De este modo, las leyes de la Torá dan vida a nuestros valores. Es a través de la síntesis de acción y ambición de la Torá que cumplimos la promesa divina de mejorarnos a nosotros mismos y al mundo.