Para aquellos que carecen de un conocimiento completo de la situación de inteligencia-operación, esto podría sonar familiar: El círculo de defensa política está hablando con una sola voz sobre la amenaza que representa Irán para Israel.
El nivel de alarma varía según la persona que habla, pero el mensaje subyacente es el mismo. No importa si es el Primer Ministro Benjamin Netanyahu, el Jefe de Estado Mayor de las FDI, el Teniente General Aviv Kohavi, o el jefe del Mossad Yossi Cohen (quien recientemente utilizó un evento para que los oficiales retirados del Mossad dieran la voz de alarma sobre la amenaza iraní), todos están advirtiendo del peligro que se avecina en contra nuestra desde el noreste.
Se trata, sin duda, de una evolución estratégica, tras varios años positivos para Israel. El acuerdo nuclear permitió al sistema de defensa desviar energía y recursos hacia otros sectores, principalmente hacia la interminable actividad conocida como la “campaña de entreguerras”, en la que Israel ha buscado incansablemente, de manera abierta y encubierta, abordar dos objetivos principales: impedir la transferencia de armas avanzadas a Hezbolá, e impedir que Irán y sus aliados de la milicia chiíta establezcan un punto de apoyo en Siria.
Esta actividad, que ha producido resultados impresionantes, ha perjudicado a Irán de manera significativa, pero no ha moderado sus ambiciones. A pesar de los múltiples golpes a sus intereses, el comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, Qassem Soleimani, continuó persiguiendo sus intereses a lo largo de la media luna que se extiende desde Yemen hasta el Líbano y Gaza.
Las esperanzas de que la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear y las sanciones que ha impuesto a Irán desencadenarían su colapso económico o, al menos, la incitarían a abandonar sus ambiciones, se han hecho añicos casi por completo.
De hecho, Irán se ha vuelto aún más audaz bajo esta presión. El derribo del avión teledirigido estadounidense y los ataques a los campos petrolíferos saudíes (junto con su lento pero persistente progreso en la pista nuclear) no solo han demostrado que Teherán no está parpadeando, sino que en realidad está aumentando su apuesta sin vacilar.
Teherán lo entiende: La beligerancia paga
Este atrevimiento iraní (algunos lo llamarían descaro) se vio fuertemente reforzado por la política estadounidense. La decisión de no responder a la agresión de Irán en el Golfo Pérsico, y la reciente retirada de tropas del norte de Siria, abandonando así a su aliado kurdo, demostraron a Irán que no solo su beligerancia no tiene precio, sino que también paga.
Y esta es precisamente la razón de la preocupación en Israel. Si en el pasado existía la sensación de que el eje radical se estaba debilitando, hoy está claro que, al menos en esta coyuntura, se está fortaleciendo. Irán es cada vez más audaz en el Golfo, y solo podemos asumir que actuará de la misma manera contra Israel.
Si hasta ahora Teherán se ha abstenido de tomar represalias contra las actividades de Israel en su contra, ofreciendo solo respuestas mesuradas: En los últimos dos años, Irán intentó atacar a Israel cuatro veces, en comparación con un número mucho mayor de ataques israelíes contra sus activos en Siria; el ex jefe de las FDI, Gadi Eizenkot, señaló más de 1.000 ataques de este tipo solo entre 2017 y 2018. La evaluación actual es que, si sigue adelante, Irán tomará represalias por todo.
La represalia iraní podría ser directa o, más probablemente, indirecta. Desde Siria o desde Irak; a través de ataques terroristas, disparos de misiles o ataques con aviones teledirigidos, similares a los de Arabia Saudita. Parece que Israel tiene buena inteligencia sobre los planes de Irán, pero no es perfecto; las defensas físicas de Israel contra estas amenazas potenciales también son sólidas, pero no herméticas.
El desafío operacional que plantea Irán es importante y requiere preparativos especiales a corto plazo. También significa que Israel debe prepararse para las consecuencias: Si sufre un golpe serio, Israel podría responder en suelo iraní, y la escaramuza resultante podría convertirse en una campaña multifrente contra Hezbolá, y quizás también contra elementos de Siria y Gaza.
No debemos ver todo esto como una indicación de una guerra inminente. Israel puede hacer mucho para impedirlo: desde los esfuerzos diplomáticos de inteligencia hasta una importante acción preventiva para desbaratar las maquinaciones de Irán y exigir un precio elevado; hasta hacer comprender a Teherán que Israel está dispuesto a llegar hasta el final, de modo que el régimen ayatolá sepa que pagará muy caro si se hace daño a Israel.
Para ello, Israel debe consolidar cuanto antes una coalición, y sobre todo la legitimidad internacional, que le permita “volverse loco” si es necesario; y también debe concienciar a la opinión pública israelí de que, tras años de verdadera tranquilidad, el país podría estar al borde de una nueva realidad en materia de seguridad.