Israel enfrenta múltiples amenazas a su seguridad en distintos frentes, incluyendo los ataques de grupos como Hamás y la Yihad Islámica Palestina en Gaza, así como el levantamiento islamista en los territorios disputados de Judea y Samaria. Además, debe hacer frente a la presencia de aproximadamente 150,000 misiles de Hezbolá en Líbano, capaces de alcanzar todo su territorio, y los esfuerzos de Irán por establecer una maquinaria militar en la frontera siria para atacar a Israel. A esto se suma la preocupación por un posible programa nuclear iraní que amenaza la existencia misma de Israel.
Sin embargo, una amenaza menos evidente, pero igualmente preocupante surge desde el frente de Estados Unidos. A pesar de las declaraciones de amistad y apoyo, la administración del presidente Joe Biden considera a Israel como un obstáculo para sus objetivos regionales, como el establecimiento de un Estado árabe palestino y el fortalecimiento de Irán.
Resulta sorprendente y francamente desconcertante que la administración estadounidense adopte esta postura. Recientemente, cuatro israelíes fueron asesinados por terroristas afiliados a Hamás en las afueras de la ciudad de Eli, en el norte de Samaria. Sin embargo, la respuesta de Estados Unidos fue desalentadora, al sugerir una equivalencia moral entre las víctimas y los atacantes terroristas palestinos.
Esta actitud imparcial refleja la errónea creencia de la administración estadounidense de que el conflicto en Oriente Medio se reduce a una disputa territorial entre dos partes, cada una con reclamaciones legítimas sobre la tierra.
Israel defiende su derecho histórico y moral sobre toda su tierra, respaldado por tratados internacionales y el derecho internacional. Sin embargo, las sucesivas administraciones estadounidenses han perpetuado un engaño al ignorar este hecho y calificar a los residentes judíos de los territorios en disputa como “colonos ilegales” que obstaculizan una supuesta “solución de dos Estados”.
Recientemente, el Departamento de Estado de Estados Unidos condenó como un “obstáculo para la paz” la decisión de Israel de permitir la construcción de nuevas viviendas en Judea y Samaria, además de facilitar la aprobación de futuras solicitudes de edificación. Esta acusación es absurda y desinformada, ya que ignora el hecho de que durante décadas los árabes han intentado exterminar a los judíos en toda la tierra de Israel, mucho antes de la Guerra de los Seis Días en 1967, cuando Israel liberó Judea y Samaria de la ocupación ilegal jordana.
La necesidad de construir viviendas en esta región es crucial para la seguridad de Israel. La existencia de una infraestructura civil adecuada es fundamental para defender el territorio. En los últimos 18 meses, se ha observado un alarmante aumento de los ataques terroristas diarios contra civiles y soldados israelíes en el norte de Samaria.
Un ejemplo reciente de esta escalada fue el ataque llevado a cabo por terroristas vinculados a Fatah, el partido que lidera la Autoridad Palestina. Estos individuos emboscaron a un convoy blindado israelí en el que viajaban dos terroristas detenidos en Jenín. Utilizando explosivos al borde de la carretera, causaron heridas a cinco soldados israelíes en un enfrentamiento tan intenso que fue necesario desplegar helicópteros artillados para rescatar a los soldados.
Es importante señalar que una de las principales razones por las cuales esta zona se ha convertido en un enclave terrorista tan peligroso es la presión ejercida por Estados Unidos para detener los asentamientos civiles y relajar las restricciones de seguridad que afectan a los árabes palestinos, incluyendo la eliminación de puestos de control.
Al margen de las múltiples amenazas a la seguridad de Israel, resulta preocupante la postura del gobierno de Biden al proporcionar fondos considerables a la Autoridad Palestina, a pesar de que dicha acción viola la ley estadounidense (Ley Taylor Force). Esta ley prohíbe específicamente los pagos que la Autoridad Palestina realiza como recompensa a terroristas y a las familias de estos.
De manera sorprendente, Estados Unidos está financiando indirectamente los ataques terroristas perpetrados por árabes palestinos contra israelíes, convirtiéndose así en cómplice de estas acciones. Detrás de esta situación, aparte de los prejuicios antisionistas y antisemitas presentes en algunos funcionarios, se encuentra la mentalidad liberal de la administración Biden, que se niega a reconocer la verdadera agenda de los árabes palestinos: la destrucción de Israel.
Reconocer esta verdad evidente supondría desmantelar la fantasía liberal de que todos los conflictos pueden resolverse mediante compromisos negociados entre actores racionales. Sin embargo, al resistirse a los intentos de exterminarlo, Israel se convierte en el problema para la administración Biden. Como consecuencia, se castiga a Israel mientras se recompensa a aquellos que lo atacan.
La misma lógica se aplica en el caso de Irán. Teherán financia y entrena a células terroristas en ciudades palestinas como Jenín y Nablús, además de apoyar a grupos como Hezbolá en Líbano y Hamás y la Yihad Islámica Palestina en Gaza.
El régimen iraní ha alcanzado un punto crítico en su carrera ilegal por desarrollar un arsenal nuclear, representando así un peligro inminente para el mundo. No obstante, la administración Biden sigue desesperada por canalizar recursos económicos a Irán.
Aunque Biden afirmó el pasado noviembre que los intentos de revivir el acuerdo nuclear de 2015 estaban “muertos”, resulta evidente que su administración ha buscado incansablemente complacer al régimen iraní, ignorando sus numerosos ataques y provocaciones, incluso un complot para asesinar a exfuncionarios estadounidenses en suelo estadounidense.
Recientemente ha salido a la luz que se está gestando un acuerdo “sin acuerdo” con Irán, diseñado para evitar la supervisión del Congreso y con promesas vacías. Como resultado, Teherán recibirá una cantidad significativa de dinero proveniente de Irak, a cambio de compromisos que carecen de sentido.
Es sorprendente observar cómo Estados Unidos ha estado decidido a fortalecer a Irán desde la administración de Obama, cuyos antiguos funcionarios clave ahora forman parte del equipo de Biden. Las supuestas razones detrás de esta postura, como domesticar a Teherán o equilibrar la balanza de poder regional, no resisten un análisis riguroso.
Sin importar cuál sea la verdadera motivación, al minimizar la amenaza que representa Irán para Occidente, la administración Biden ahora ve a Israel como una amenaza debido a su determinación de detener a Irán. En consecuencia, considera a Israel como un obstáculo a neutralizar, lo que genera un cambio en la relación entre ambos países.
Es importante destacar que Estados Unidos depende de Israel como una primera línea de defensa en Oriente Medio, y la inteligencia israelí desempeña un papel fundamental en la seguridad estadounidense. Sin embargo, la mayor defensa potencial de Israel frente a la traición de Estados Unidos radica en el pueblo estadounidense.
El apoyo de Estados Unidos a Israel no se basa únicamente en la pequeña comunidad judía en su territorio, sino también en el apoyo arraigado en el corazón cristiano de América Central. Sería inaceptable para la mayoría de los estadounidenses ver cómo un partido político pone en peligro la relación con Israel, considerando su importancia como aliado estratégico.
Sin embargo, es preocupante que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, quien en su momento alertó al público estadounidense sobre los riesgos del acuerdo nuclear de 2015, ahora guarde silencio. Como destaca Michael Doran en Tablet, Netanyahu parece estar en una situación complicada.
Estados Unidos demuestra su amistad con Israel a través de ejercicios militares conjuntos, colaborando en defensa antimisiles integrada dentro del CENTCOM y promoviendo la normalización entre Israel y Arabia Saudí. Sin embargo, este entusiasmo aparente es falso, ya que busca mantener una estrategia en la que la administración está cortejando a Irán.
Es importante destacar que esta óptica cuidadosamente hilada, diseñada para evitar que Israel tome medidas contra Irán, busca transmitir la idea de que Estados Unidos trabaja en estrecha colaboración con Israel. Aparentemente, Netanyahu ha decidido seguir el juego a esta estrategia cínica.
Sin embargo, al hacerlo, Netanyahu ha sacrificado una de las mayores armas diplomáticas de Israel: la capacidad de alertar al pueblo estadounidense sobre el abandono letal del Estado judío por parte del gobierno estadounidense.
Si Netanyahu no puede o no quiere desempeñar este papel, otros deberían tomar la iniciativa. Israel cuenta con numerosos amigos en el Congreso, y todos los candidatos presidenciales republicanos deberían utilizar el tema de Israel para marcar una clara diferencia entre los demócratas y el pueblo estadounidense. En un país donde el amor a Israel es clave para los valores fundamentales, esto debería convertirse en un tema electoral definitorio.
Ha llegado el momento de que los amigos más sinceros de Israel en Estados Unidos hablen directamente al pueblo estadounidense sobre la traición que se está perpetrando contra Israel en su nombre y sobre las formas alarmantes en las que la administración Biden está dejando de lado al Estado judío.