Finalmente, tras 17 años de presiones diplomáticas occidentales por parte de Estados Unidos para que limitara sus respuestas al terrorismo de Hamás, parece que Washington puede estar finalmente dispuesto a dejar que Israel dé un golpe decisivo contra el grupo islamista en Gaza. La magnitud —el número de muertos supera ya los 1.300 asesinados— y la depravación de las atrocidades cometidas durante el asalto del 7 de octubre parecen haber convencido a la administración Biden, así como al primer ministro Benjamin Netanyahu, de que el mantenimiento del statu quo con Hamás no es una respuesta adecuada.
Pero no ha hecho falta mucho tiempo para que las personas que han estado influyendo y dirigiendo las políticas estadounidenses en Oriente Próximo durante la última generación y cuyos errores allanaron el camino para esta matanza vuelvan a predicar sus conocidos sermones sobre la necesidad de un Estado árabe palestino. Que se siga tomando en serio a estas personas —por no hablar de que se les considere “sabios” de la política exterior— es alucinante, sobre todo cuando pocos en Washington parecen reconocer que el Estado de Hamás en Gaza es la prueba de que sus formulaciones son erróneas. No se trata solo de que las creencias de estos islamistas sean incompatibles con una solución de dos Estados, algo que incluso los liberales admiten ahora. Más bien se trata de que la solución de los dos Estados es incompatible con cualquier visión de paz.
Dar a Israel espacio para actuar
Las declaraciones de Biden pronunciadas en la Casa Blanca el 10 de octubre, en las que comparó a Hamás con ISIS y citó los horribles crímenes cometidos por Hamás, no fueron meramente apasionadas, sino que parecieron ser una luz verde para que Israel “respondiera”. Queda por ver hasta dónde llegarán los estadounidenses con una invasión aterrizada de Gaza o en qué momento Biden tratará de frenar los esfuerzos de Israel para acabar con la amenaza de los terroristas. Pero por el momento, los sentimientos de Biden ofrecen a Netanyahu y a su nuevo gobierno de unidad el margen que necesitan para actuar.
No está nada claro qué significaría exactamente un ataque terrestre contra Gaza. De hecho, una rueda de prensa de la oficina del primer ministro celebrada el 11 de octubre se limitó a prometer que, cuando Israel terminara, Hamás se quedaría con “capacidad militar cero y motivación cero para volver a atacar”. Puede que eso se quede corto con respecto a las exigencias que muchos israelíes están expresando para una campaña que acabe con Hamás, pero Netanyahu está claro que mantiene abiertas sus opciones.
Por ahora, los partidarios de Israel deberían centrarse en asegurarse de que Biden cumpla su promesa de respaldar a Israel. La retórica de apoyo a Israel y de reconocimiento de que no se puede dejar pasar a Hamás por su barbarie es fuerte y, en su mayor parte, bipartidista. Pero los indicios de las líneas maestras de un debate de posguerra sobre cuál debería ser el siguiente paso de la política exterior estadounidense ya se están haciendo patentes. Ya se escucha el deseo de la clase dirigente de la política exterior de volver a una estrategia estadounidense basada en el patente nostrum de la solución de dos Estados.
Aunque Biden ha evitado mencionar los dos Estados en el contexto actual, otros no lo han hecho.
Mantener vivo a Hamás
El columnista del New York Times, Thomas Friedman, aborrecido en Israel, pero que ha sido un particular favorito de Biden al actuar como animador del movimiento de protesta israelí que pretendía derrocar a Netanyahu, no ha perdido tiempo en intervenir para instar a Washington a que se oponga a una operación contra Hamás dentro de Gaza y a que vuelva a esforzarse por presionar a Jerusalén para que haga concesiones a la supuestamente “más moderada” Autoridad Palestina.
Igual de agudo fue un artículo de Richard Haas, el pensador del establishment por excelencia, exfuncionario de la administración Bush y presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, así como tertuliano de la MSNBC.
Haas hizo sonar la tradicional voz de cautela que siempre ha argumentado en contra de hacer algo respecto a Hamás, afirmando que “no puede ser eliminado porque representa tanto una ideología como una organización”. Haciendo eco de un tema que se ha utilizado con frecuencia para desaprobar los esfuerzos antiterroristas en otros lugares, argumentó que matar terroristas no hace, sino crear otros nuevos. “Los esfuerzos por destruirlo corren el riesgo de generar apoyo”, afirmó.
Ese es un argumento débil que caerá en oídos sordos en Israel, así como entre la gente decente de todo el mundo, ya que los espeluznantes detalles de asesinatos a sangre fría de hombres, mujeres y niños; decapitaciones de bebés; violaciones y secuestros han creado el consenso de que quienes ordenaron y cometieron estos crímenes no deben quedar impunes. La “ideología” de la que habla Haas se basa en la glorificación de este comportamiento inhumano y del asesinato de judíos. Al igual que las creencias similares de los nazis, también puede y debe ser eliminada.
Yendo más allá, afirmó que las secuelas de los combates deben proporcionar a los árabes palestinos exactamente el tipo de beneficio político que Hamás esperaba. Aunque reconoció que Israel tendría que utilizar su ejército hasta cierto punto, la única respuesta real es que presente “un plan israelí creíble para crear un Estado palestino viable”.
El Estado palestino ya existe
Lo primero que hay que decir al respecto es recordar al mundo un hecho obvio que generalmente se ignora. Se trata de que ya existe un Estado palestino independiente en Gaza.
¿Es realmente necesario recordar que Israel retiró a todos sus soldados, colonos y asentamientos de Gaza en el verano de 2005? No se convirtió, como esperaban la administración de George W. Bush y muchos en Israel, en una incubadora para la paz. Por el contrario, se convirtió en un Estado palestino independiente en todo menos en el nombre. Hamás ha gobernado Gaza desde mediados de 2007 mediante un golpe de Estado tras ganar las elecciones el año anterior. Después la transformó en una base terrorista desde la que ha lanzado cohetes y misiles contra aldeas, pueblos y ciudades israelíes, un crimen de guerra en el que pretende atacar indiscriminadamente a civiles, así como ataques transfronterizos.
Los “sabios” como Friedman y Haas afirman que, aunque Hamás es un mal tipo, no es más que un extremista que da mala fama al nacionalismo árabe palestino. Pero esto es falso. Aunque los “moderados” de Fatah que dirigen la Autoridad Palestina en Judea y Samaria —donde gobierna de forma autónoma a los árabes que viven allí— están, solo en teoría, comprometidos con la coexistencia con Israel, en muchos aspectos son tan radicales como sus rivales de Hamás.
Es cierto que existe una estrecha cooperación entre las fuerzas de seguridad israelíes y la Autoridad Palestina. Pero eso es más para mantener vivo a Abbas y su cleptocracia en el poder que para mantener la paz. Sin la ayuda de Israel, el corrupto líder de la Autoridad Palestina —de 87 años de edad y cumpliendo el 19.º año del mandato de cuatro años para el que fue elegido en 2005— habría sido derrocado por Hamás hace mucho tiempo.
¿Es diferente la Autoridad Palestina?
Abbas, un negador empedernido del Holocausto, así como alguien que niega los hechos sobre la historia judía en la tierra de Israel, vomita regularmente antisemitismo con tanto vitriolo como los islamistas de Gaza o los financiadores teocráticos de Hamás en Irán. Lo mismo ocurre con los medios de comunicación y las escuelas oficiales de la Autoridad Palestina, que han estado fomentando el antisemitismo y el odio a los judíos entre los niños palestinos desde que se hizo con el control de los territorios tras los Acuerdos de Oslo de 1993.
Abbas y su predecesor, Yasser Arafat, han financiado el terrorismo con un plan de “pago por asesinato” por el que quienes hieren o asesinan a judíos son recompensados con salarios o pensiones para sus familias. Igualmente importante es el hecho de que han rechazado repetidamente las ofertas israelíes de creación de un Estado y de independencia porque ello les habría obligado a reconocer la legitimidad de un Estado judío y a poner fin a su inútil guerra centenaria contra el sionismo.
Siempre han dicho “no” a la paz porque la identidad nacional árabe palestina —ya se exprese a través de la ideología de Al Fatah o la de Hamás— sigue estando inextricablemente vinculada a los esfuerzos por erradicar el Estado judío más que al deseo de construir su propia nación. Cuando los árabes palestinos hablan de “ocupación”, no se refieren a las comunidades judías de Judea y Samaria o Jerusalén, sino al Israel anterior a 1967. Hamás es simplemente más explícito sobre ese objetivo que la Autoridad Palestina.
La razón por la que la Autoridad Palestina se ha negado repetidamente a celebrar otras elecciones radica en su temor justificado a que Hamás les derrote y se haga con el control de “Cisjordania”, así como de Gaza.
Durante 16 años, Hamás ha mostrado al mundo cómo sería un Estado palestino en el que (a diferencia de Judea y Samaria), las Fuerzas de Defensa de Israel ya no pudieran operar. Y puesto que, a diferencia de Abbas, no dependen de los israelíes para mantener el control sobre su pueblo, no tienen que fingir a veces ser más razonables de lo que realmente son.
Al igual que el terrorismo rutinario que se recompensa con su sistema de “pagar por matar”, la barbarie de los atentados de Hamás del 7 de octubre es una expresión pura de la “ideología” que Haas cree que no se puede eliminar. Y lejos de condenar estos crímenes incalificables, la Autoridad Palestina, como era de esperar, los ha respaldado. Eso tomó la forma de una declaración de Abbas en la que defendió los ataques diciendo que “los palestinos tenían derecho a defenderse contra el terrorismo de los colonos y las fuerzas de ocupación”.
En la TV de la Autoridad Palestina, su partido Fatah instó a los palestinos a “asestar más golpes a Israel” y a unirse a Hamás para sumarse al terror, y a “golpear a los hijos de simios y cerdos” y “masacrar a todos los israelíes”.
Si al reino de Abbas se le concediera plena soberanía e independencia, no solo caería pronto en manos de Hamás como lo hizo Gaza. También se comportaría de forma muy parecida al Estado terrorista de Hamás. Es posible que algunos árabes palestinos, al igual que sus vecinos israelíes, anhelen la paz. Es posible. Pero aquellos de entre ellos que predican la guerra sin fin están muy en la corriente dominante, mientras que los defensores de la paz están en minoría.
No admiten la derrota
La paz entre judíos y árabes palestinos requiere que estos últimos hagan algo que se han negado obstinadamente a hacer: admitir la derrota en su larga guerra para hacer retroceder el reloj no solo hasta 1967 o 1948, sino hasta 1917 y la Declaración Balfour. Tal vez una derrota completa de Hamás en Gaza les acerque a ese reconocimiento, pero mientras la política de Occidente esté encaminada a permitirles ignorar la realidad, eso no ocurrirá. Hasta que se produzca un cambio radical en la cultura política de los árabes palestinos,
Israel no tendrá más remedio que continuar con una política anómala en la que trata de evitar injerencias en los asuntos internos árabes, pero sigue protegiendo su seguridad manteniendo el control sobre Judea y Samaria. No es de extrañar que las sugerencias occidentales sobre replicar el experimento de Gaza del ex primer ministro israelí Ariel Sharon en “Cisjordania” siempre haya parecido a la mayoría de los israelíes, no solo desacertadas sino insensatas.
El 7 de octubre proporcionó aún más pruebas no solo de la locura de los llamamientos a la retirada territorial israelí, sino de por qué una solución de dos Estados es una fórmula para permitir el derramamiento de sangre judía en lugar de promover la causa de la paz.
Cualquiera que esté dispuesto a mirar la verdad con seriedad y sin las falsas ideas preconcebidas que han guiado a los procesadores de la paz desde 1993, puede ver ahora que los llamamientos a favor de dos Estados son incompatibles con la existencia o la paz de Israel. Ya es hora de que nos demos cuenta de ello… y de que dejemos de tomar en serio a quienes siguen propagando ideas tan terribles y peligrosas.