Los aliados y los enemigos de Estados Unidos sabían que la retirada de Afganistán iba a producirse. Lo que no sabían es que Biden se retiraría con un desprecio tan caótico por los intereses estadounidenses, el honor y la vida inocente. Tampoco esperaban que Biden reaccionara con tal petulancia y desprecio que ni siquiera Donald Trump puede rivalizar cuando se le cuestiona este historial.
Cuando se le preguntó por la moralidad de abandonar a los soldados y oficiales de inteligencia afganos que habían luchado y muerto junto a los estadounidenses durante casi 20 años, Biden se limitó a declarar que todos eran unos cobardes. Preguntado por las imágenes de cuerpos afganos volando de las alas de los aviones estadounidenses que huían, Biden insistió airadamente en que no importaba porque las imágenes eran de hace unos días.
Cuando se le pidió que ofreciera un liderazgo público, Biden se escondió en los bosques de Camp David. Sólo cuando las críticas se convirtieron en una cacofonía, el presidente fue finalmente avergonzado para volver a Washington. Al ser testigo de la obstrucción de los talibanes a los ciudadanos estadounidenses y afganos que querían acceder al aeropuerto de Kabul, Biden advirtió de las consecuencias. Pero al presenciar el acoso, Biden no ha hecho nada.
Esta ignominiosa experiencia ha enseñado a otros gobiernos dos cosas: Biden es poco fiable como líder y aparentemente está alejado de la realidad. No es una buena imagen.
China dice ahora que la debacle de Biden en Afganistán demuestra a Taiwán que ya no puede confiar en Estados Unidos. En respuesta, la presidenta de Taiwán dice que su nación debe “ser más fuerte, más unida y más decidida a la hora de protegernos”. Los medios de comunicación taiwaneses han informado de que el Ministerio de Defensa desvelará un plan especial de adquisición de misiles por valor de 7.000 millones de dólares.
Tampoco los aliados de Estados Unidos en la OTAN se sienten cómodos. El Parlamento británico se alborotó la semana pasada, y un diputado calificó la conducta de Biden de “vergonzosa”. Otros líderes de la OTAN señalan ahora a Afganistán como prueba de la necesidad de una estrategia de seguridad europea independiente que probablemente implicaría un compromiso europeo más estrecho con China. El punto de conexión entre la debacle de Afganistán y la principal prioridad de la política exterior de Estados Unidos está, pues, claro.
Los interrogantes más amplios son abundantes.
¿Puede Israel seguir confiando en el compromiso de Biden de que nunca permitirá que Irán se convierta en una potencia nuclear? ¿O decidirá el primer ministro israelí que solo se puede confiar en la fuerza para protegerse de un segundo Holocausto?
¿Seguirá viendo Ucrania a Biden como su principal medio para disuadir a Rusia? La pregunta merece una atención especial a la luz de la anterior debilidad de Biden hacia esa democracia. Después de todo, en los últimos meses hemos visto al presidente cancelar los despliegues navales previstos en el Mar Negro y regalar a Vladimir Putin su gasoducto de chantaje energético Nord Stream 2.
¿Continuará India fortaleciendo su asociación estratégica con Estados Unidos? ¿O juzgarán sus dirigentes, por la falta de fiabilidad de Biden, que deben comprometerse con China?
Al ver los escombros de la estrategia de Biden en Afganistán, ¿será más o menos probable que Putin intimide y subvierta a los aliados de Estados Unidos en su flanco occidental? ¿Será más o menos probable que despliegue sus escuadrones de asesinos por todo el mundo?
Siendo testigo del fracaso de Biden a la hora de desafiar los bloqueos de los talibanes, ¿será más o menos probable que Kim Jong Un vuelva a la extorsión con misiles balísticos?
Al ver que Biden se esconde en el bosque para liderar, ¿será más o menos probable que Xi Jinping lleve a cabo el ciberespionaje y la diplomacia de las cañoneras?
Biden dice que la responsabilidad recae sobre él. Para el futuro de la seguridad nacional estadounidense, ése es el verdadero problema.