La invasión rusa no provocada de Ucrania pasará a la historia como un colonialismo disfrazado de gran diseño geopolítico.
Estamos asistiendo a otra manifestación de imperialismo ruso puro y duro, a pesar de las muchas y eruditas explicaciones de los llamados “realistas” de que, de alguna manera, la perspectiva de la entrada de Ucrania en la OTAN, en el mejor de los casos en algún momento lejano del futuro, provocó el ataque de Putin.
En realidad, esta invasión se ha estado preparando durante más de veinte años de gobierno de Putin. En los últimos meses, Rusia acumuló fuerzas militares a la vista de todos, claramente decidida a invadir a su vecino. Putin parece haber creído que se saldría con la suya una vez más, ya que en el pasado Occidente -a pesar de nuestra insistencia en la santidad de las fronteras y los derechos humanos- se quedó de brazos cruzados mientras el zar del Kremlin masacraba a los chechenos, cercenaba partes del territorio de Georgia, ocupaba Crimea, iniciaba una guerra en Donetsk y Luhansk, entraba en Siria y masacraba a los habitantes de Alepo.
Hoy, mientras los militares de Putin lanzan bombas y misiles sobre las ciudades ucranianas, matando a civiles y creando paisajes que recuerdan más a la Segunda Guerra Mundial que a la “Europa posmoderna”, Occidente está despertando por fin a la realidad de que, a menos que y hasta que Rusia haya sido derrotada de forma decisiva, Europa no conocerá la verdadera paz, sino solo períodos de armisticio.
La obstinada resistencia de Ucrania a la invasión está cambiando Europa de otra manera. Nos está recordando la importancia fundamental del patriotismo y de una identidad nacional compartida, que se siente de forma visceral y es lo suficientemente fuerte como para hacer que hombres y mujeres se jueguen la vida por personas que no conocen.
Ninguna frase ha encapsulado mejor este sentimiento de patriotismo y de obligación mutua que el rechazo del presidente Zelensky a una oferta para sacarlo de Kiev: “No necesito que me lleven, necesito munición”.
En esta frase está la esencia de una nación que entiende lo que significa serlo. Los ucranianos nos están enseñando cuáles son realmente esos primeros principios, es decir, el amor a la patria, la soberanía nacional y la solidaridad nacional, los tres conceptos que han sido prácticamente desterrados del discurso político occidental. En este trágico momento en el que Ucrania se enfrenta a Putin, todo el bagaje de la teorización occidental posmoderna sobre la “globalización”, el “transnacionalismo” o el “posmodernismo” queda expuesto como lo que siempre ha sido: vapores intelectuales desconectados de la realidad.
Esta guerra también ha desplazado la influencia política relativa entre los miembros de la OTAN de Europa Occidental a Europa Central. Durante dos décadas muchos en Europa Central, ya sean estonios, polacos o rumanos, han estado advirtiendo a Occidente sobre Putin, y a su vez fueron tratados a menudo por sus homólogos occidentales con condescendencia como “rusófobos” no reconstruidos. Y sin embargo, han comprendido muy bien qué clase de Estado es realmente la Rusia actual.
Resulta extraño que para que Europa se una haya sido necesario que una de sus naciones más pobres mostrara su determinación de defender los primeros principios y los valores de los que tanto hablamos, pero que con demasiada frecuencia no defendemos. El presidente de Ucrania, al que muchos tachaban de cómico advenedizo, nos está mostrando cada día el verdadero significado del liderazgo.
No nos equivoquemos: si Ucrania no hubiera resistido y el Estado hubiera implosionado en un par de días, como esperaba Putin, Europa acabaría volviendo a las andadas con Rusia, con la clase parlanchina repitiendo viejos tópicos sobre cómo Rusia tiene realmente derecho a su “zona de seguridad” y cómo deberíamos haber trabajado desde el principio para garantizar la “neutralidad” de Ucrania.
Los líderes de la UE volverían a hablar de política climática y energía verde, y Putin seguiría ganando dinero vendiendo el gas y el petróleo de Rusia a Europa, con una gran parte de los ingresos invertidos en su ejército.
Hoy, gracias a la valentía del pueblo ucraniano, eso ya no es posible.
Esta guerra está todavía en sus primeras etapas, pero debería estar claro para todos nosotros que es una guerra por el futuro de Europa, y que no hay vuelta atrás al statu quo ante. El ataque no provocado de Putin a Ucrania ha puesto en marcha fuerzas que deconstruirán la dinámica de poder en Eurasia que durante tres siglos ha empujado a Europa de un conflicto a otro. El punto final de esta guerra tiene que ser no sólo la preservación de la independencia de Ucrania, sino también el restablecimiento de un Estado bielorruso independiente.