Quizás el aspecto más llamativo de la campaña propagandística global para demonizar a Israel radica en la manera descarada y abierta con que los supuestos críticos de Israel alteran el significado de las palabras para declarar culpable al Estado judío.
Durante los 18 años transcurridos entre la retirada israelí de Gaza en 2005 y la masacre del 7 de octubre de 2023, organizaciones no gubernamentales y entidades internacionales construyeron una narrativa ficticia según la cual Israel seguía ocupando Gaza y, por ende, era responsable de todo lo ocurrido en el enclave, a pesar de no contar con un solo soldado ni ciudadano en todo el territorio, salvo aquellos retenidos como rehenes por Hamás. El término “ocupación” fue redefinido para no implicar control militar ni administrativo. Se creó así la primera y única “ocupación” en la historia en la que el supuesto “ocupante” carecía de toda autoridad sobre el territorio presuntamente “ocupado”.
Esta definición se diseñó exclusivamente para usarse contra Israel y no volver a aplicarse en ningún otro contexto. Su propósito era eximir de responsabilidad a Hamás y a la población de Gaza por su negativa a emprender acciones constructivas tras la retirada israelí, como desarrollar una economía próspera que demostrara la viabilidad de un Estado árabe palestino. En cambio, Hamás se apropió de la ayuda enviada a Gaza a lo largo de los años, utilizándola para construir una extensa red de túneles más larga que el metro de Londres, desenterrar tuberías de agua para convertirlas en cohetes y mantener a la población en la pobreza para justificar sus ambiciones genocidas.
La masacre del 7 de octubre nunca habría ocurrido si Gaza hubiera estado realmente ocupada por Israel en los meses y años previos. Dos años después, los críticos de Israel no perciben la ironía de que el Estado judío contemple ahora tomar el control de un territorio que, durante 20 años, se le acusó falsamente de ocupar.
Los detractores de Israel también han intentado modificar la definición de genocidio para inculpar al Estado judío. En su informe de diciembre de 2024, Amnistía Internacional acusó a Israel de genocidio, pero criticó que la definición establecida por la Corte Internacional de Justicia es “excesivamente restrictiva”. Para ello, reescribió la historia, ignoró la existencia de Hamás y manipuló la realidad hasta declarar culpable a Israel.
El gobierno irlandés, por su parte, ha abogado abiertamente por una nueva definición de genocidio con el único propósito de condenar a Israel. En diciembre de 2024, el Taoiseach irlandés, Micheál Martin, anunció que “ Irlanda solicitará a la Corte Internacional de Justicia que amplíe su interpretación de lo que constituye la comisión de un genocidio por parte de un Estado. Nos preocupa que una interpretación demasiado estricta del genocidio fomente una cultura de impunidad en la que la protección de los civiles se minimice”. En mayo del mismo año, reiteró que “esperamos ampliar los criterios por los que se juzga el genocidio según la Convención de Ginebra”.
Mientras los críticos de Israel buscan expandir la definición de genocidio para incluir cualquier acción destinada a combatir a los terroristas de Hamás, intentan restringirla cuando el asesinato masivo se dirige contra judíos. Al negar que Hamás sea una organización terrorista genocida, al ignorar las acciones genocidas del 7 de octubre y al justificar los crímenes contra la humanidad cometidos por Hamás, establecen un estándar para el genocidio contra judíos que ni siquiera el Holocausto nazi cumpliría, pues, según su criterio, no existe escenario en el que el asesinato masivo y deliberado de judíos, por el solo hecho de serlo, pueda considerarse genocidio.
De este modo, la acusación de genocidio contra Israel es, en sí misma, genocida. Por ello, antisemitas la pronuncian sin ironía, mientras claman por un genocidio real con consignas como “Del río al mar”.
La estrategia propagandística contra Israel se ha basado desde el inicio en la aplicación de la “gran mentira” de Joseph Goebbels: formular una falsedad tan colosal y repetirla con suficiente frecuencia hasta que las personas la crean, sin importar cuánto contradiga la realidad. Este ha sido el núcleo de la campaña que afirma que Israel ha causado hambruna masiva en Gaza. La Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC), vinculada a la ONU, publicó recientemente un informe que advertía sobre un “escenario de peor caso” de hambruna en Gaza, aunque modificó los estándares para determinarla.
La IPC redujo el umbral de malnutrición infantil del 30 % al 15 %, lo que permite declarar hambruna con la mitad del porcentaje que se aplicaría en cualquier otro lugar del mundo. Además, se basó en mediciones de la circunferencia del brazo (MUAC) en lugar de métodos más fiables para evaluar hambrunas.
A veces, la ausencia de pruebas es prueba de ausencia. Con tantas organizaciones no gubernamentales, países, medios de comunicación y la ONU empeñados en demostrar que Israel ha causado hambruna entre los niños de Gaza, debería haber numerosas fotografías reales de niños desnutridos. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha presentado una sola imagen que no resulte engañosa, ya sea porque muestra a un niño con una enfermedad grave en lugar de desnutrición, porque fue escenificada o porque ni siquiera fue tomada en Gaza. Si existiera una fotografía auténtica, el New York Times la habría publicado en primera plana, y la ONU y organizaciones antiisraelíes como Amnistía Internacional estarían exultantes por contar con algo real para usar contra Israel.
Mientras se acusa a Israel de causar hambruna, el mundo ignora la verdadera desnutrición infligida a los rehenes retenidos por Hamás y la Yihad Islámica. Los recientes videos de dos rehenes reducidos a piel y huesos parecen haber despertado, 22 meses tarde, a la Cruz Roja sobre la existencia de rehenes israelíes en Gaza. Aún está por verse si alguna acción seguirá a esta constatación. Mientras tanto, el sufrimiento de los rehenes continúa siendo ignorado por casi todos, relegado por el New York Times y tratado como irrelevante por aquellos países que han jurado reconocer un Estado árabe palestino a cualquier costo, especialmente si ese costo implica vidas judías.
La capacidad de los antisemitas para inventar mentiras sobre Israel no tiene límites. Desde afirmaciones de cientos de miles de muertes basadas únicamente en los deseos de los autores, como en publicaciones de The Lancet, hasta radiografías falsificadas de niños supuestamente baleados por las fuerzas israelíes, la guerra contra la verdad es incesante. Peor aún, estos embustes son repetidos sin cuestionamiento por medios de comunicación desesperados por cualquier historia que haga quedar mal a Israel, sin importar cuán falsa sea.
La BBC , The Guardian y el New York Times han alertado falsamente una y otra vez durante décadas, desde la supuesta masacre de Jenín en 2002 hasta la mentira de que Israel bombardeó el hospital Al-Ahli en 2023. Y, sin embargo, nunca aprenden. Cuando se trata de Israel, son incapaces de actuar como periodistas o de respetar los estándares y la ética periodística más básicos. Cada mentira se acepta como verdad, y la verdad se suprime.
En su guerra contra la verdad, los activistas antiisraelíes vinculan cualquier película o serie de televisión con el supuesto mal de Israel. Lo hicieron con la nueva película de Superman, interpretando erróneamente un conflicto que se asemeja más a la guerra de Rusia contra Ucrania como si fuera Israel invadiendo Gaza, y lo hicieron con la segunda temporada de Star Wars: Andor y lo sucedido en el planeta Ghorman.
No obstante, las palabras de la líder rebelde y senadora imperial Mon Mothma en respuesta a la masacre de Ghorman se aplican con precisión a quienes buscan movilizar todo en la causa de destruir a los 10 millones de ciudadanos de Israel: “La muerte de la verdad es la victoria suprema del mal. Cuando la verdad nos abandona, cuando la dejamos escapar, cuando nos la arrebatan, nos volvemos vulnerables al apetito del monstruo que grita más fuerte”.
¿Acaso esto no aplica a organizaciones y países que, a sabiendas, alteran el significado de las palabras para usarlas como arma? ¿No aplica a periódicos que publican en primera plana historias de hambruna falsa y relegan las de hambruna real? ¿No aplica a quienes amenazan con impedir la proyección de los videos de la masacre del 7 de octubre, filmados por los propios terroristas de Hamás, porque el conocimiento público de las atrocidades cometidas por Hamás representa una amenaza para su propia cosmovisión genocida?
La muerte de la verdad ha dejado a las sociedades occidentales vulnerables a monstruos. Ha expuesto a las comunidades judías a la violencia cometida en nombre de un culto genocida. Ha llevado a líderes mundiales a abrazar un país tan ficticio como Narnia y a premiar a una organización terrorista tan genocida como Hitler. Ha conducido a ignorar y desestimar la verdadera hambruna y el sufrimiento real de los rehenes.
Cuando una persona, organización o país está dispuesto a mentir en nombre de un grupo tan maligno y genocida como Hamás, la verdad misma perece, y pronto le siguen las muertes de personas inocentes.