La elección del clérigo radical Ebrahim Raisi como presidente de Irán ha puesto de manifiesto una dura realidad para la comunidad internacional: la República Islámica no experimentará su tan esperada reforma transformadora en un futuro próximo.
La presidencia de Raisi, a partir de su toma de posesión el 5 de agosto de 2021, consolidará el control total sobre las instituciones elegidas de Irán, así como sobre las organizaciones no elegidas que están bajo la tutela del líder supremo de Irán, Alí Jamenei.
Raisi, una persona del régimen con estrechos vínculos con Jamenei y que es objeto de sanciones estadounidenses por abusos contra los derechos humanos, cree en la protección fiel de la seguridad y la estabilidad del Estado iraní.
Esto pone obstáculos en el camino de los responsables políticos occidentales que participan en las negociaciones con sede en Viena para revivir el acuerdo nuclear iraní -el Plan de Acción Integral Conjunto, o JCPOA-, un acuerdo que fue violado por la retirada de la administración Trump en 2018 que fue seguida por una serie de incumplimientos nucleares iraníes también.
En caso de lograr una reactivación del JCPOA, buscan discusiones más amplias con Teherán para fortalecer y ampliar el plan de acción. Sin embargo, la presidencia de Raisi supone una amenaza para otras cuestiones, como el programa de misiles de Irán y su apoyo regional a grupos militantes en Líbano, Siria, Irak y Yemen, que la comunidad internacional y regional también desearía abordar.
En este contexto, la comunidad internacional debe ser realista sobre lo que puede y no puede esperar de Raisi y del sistema político islamista iraní.
El proyecto reformista de Irán ha llegado a un callejón sin salida. La montaña rusa de los ocho años de mandato del presidente Rouhani ha provocado la apatía política de los iraníes. No han tenido un camino fácil.
La euforia que siguió a la firma del JCPOA en 2015 ha sido sustituida por la frustración. Los iraníes han soportado los fracasos de la política económica, las sanciones internacionales… y una contundente retirada estadounidense del plan de acción bajo el mandato del ex presidente Trump.
Las promesas de campaña de Rouhani -impulsar la economía, abordar los derechos de las mujeres y mejorar el medio ambiente- no se cumplieron en gran medida. El gobierno utilizó mano dura para reprimir las protestas en diciembre de 2017 y noviembre de 2019.
El derribo por parte de los militares de un avión de pasajeros ucraniano que mató a todos los que iban a bordo en enero de 2020, días después de que Qassem Soleimani, el comandante de la fuerza Quds, muriera en el aeropuerto de Bagdad en un ataque aéreo de Estados Unidos, abrió otra brecha en la creciente división entre el Estado y la sociedad.
Además, Irán ha sufrido el mayor número de muertes de la región a causa de la pandemia de Covid.
En respuesta, los iraníes expresaron su creciente indiferencia hacia la causa reformista rehuyendo las urnas. Con un 48%, Irán fue testigo de la menor participación en unas elecciones presidenciales en los 42 años de historia de la República Islámica.
Los reformistas necesitan ahora desarrollar una visión más audaz y eficaz para Irán o corren el riesgo de volverse irrelevantes. Reconstruir los puentes con la población en general es un reto mayor que llevará tiempo.
La presión de las sanciones, debido al incumplimiento del JCPOA por parte de Irán, ha desplazado la política iraní hacia la derecha. En lugar de exponer las debilidades económicas o políticas de Irán, los responsables políticos consideraron las sanciones estadounidenses como una prueba de que Occidente aún alberga la ambición de provocar un cambio de régimen en la República Islámica. Esta percepción alimentó un impulso radical para afirmar el control dentro del Estado.
Al haber sobrevivido a la presión de Estados Unidos, la clase política se ha envalentonado y ha dado mayores motivos para apoyar al sistema. Con la avanzada edad del Líder Supremo, 83 años, esto se considera cada vez más urgente. Lo más probable es que el opaco proceso de elección de su sucesor ya haya comenzado.
Este giro violento no debería impedir a los responsables políticos occidentales hablar con Teherán. Cerrar la puerta al compromiso solo creará más tensiones.
Con las sanciones aún en vigor, Raisi no tendrá más remedio que dar prioridad a la economía. Proporcionar alivio a los iraníes de a pie que han soportado el dolor económico de los últimos años es la forma más rápida de que el gobierno de Raisi forje vínculos internos más fuertes tras la escasa participación de los votantes.
La forma más rápida de conseguirlo es asegurando el levantamiento de las sanciones mediante la reactivación de las conversaciones del JCPOA. Esto permitiría a Teherán reanudar las exportaciones de petróleo y acceder a sus reservas extranjeras congeladas, así como continuar el apoyo financiero a diversos grupos terroristas en Medio Oriente y envalentonar su programa de misiles balísticos, lo que plantea un dilema para la administración estadounidense. También proporcionaría a Raisi una victoria económica fácil que podría reducir la presión inflacionaria, inyectar capital en la economía y reducir la tasa de desempleo.
Por ello, Raisi ha apoyado la reanudación de las negociaciones del JCPOA en Viena, pero está alargando el proceso para obtener más concesiones de Washington. Una rehabilitación exitosa del acuerdo nuclear supondrá, en teoría, que Irán y Estados Unidos vuelvan a cumplir y que Washington levante las sanciones impuestas durante la presidencia de Trump.
Sin embargo, las sanciones no son la única causa de los problemas económicos de Irán. Los fallos de la política macroeconómica y la corrupción son dos de los principales retos económicos internos a los que se enfrenta el gobierno. Para resolverlos, será necesaria una planificación a largo plazo, un compromiso y una estrategia para resolver problemas más amplios con la comunidad internacional.
No es probable que un gobierno de Raisi se comprometa con negociaciones regionales que impliquen a Estados Unidos. Irán sostiene desde hace tiempo que las cuestiones regionales deben ser abordadas por los Estados de la región sin influencia exterior.
En su lugar, Teherán continuará con las conversaciones bilaterales ya iniciadas con Arabia Saudita, que pueden ampliarse con el tiempo para incluir a otros actores regionales. Las conversaciones clandestinas se organizaron en Bagdad para rebajar la temperatura de la competencia regional y permitir que Teherán y Riad lleguen a compromisos en áreas de conflicto.
Riad quiere la colaboración de Irán para poner fin a la guerra en Yemen, que se lograría si los hutíes aceptan un alto el fuego y vuelven a la mesa de negociaciones. Lo que queda por comprobar es si Teherán puede imponer su voluntad a los hutíes y qué ganancias supondría para Irán.
Es poco probable que un gobierno de Raisi reduzca su apoyo a los grupos proxy de la región. Raisi ya ha defendido la creación de vínculos regionales más fuertes con los vecinos de Irán. Tanto él como el estamento político-seguridad islámico consideran que la estrategia de defensa avanzada de Irán es una forma de expandir su poder regional mediante el apoyo a grupos terroristas como los Hutíes, Hezbolá, Hamás y las milicias chiitas iraquíes.
Irán y sus grupos proxys seguirán perturbando la seguridad regional, lo que supone un reto continuo para los responsables políticos occidentales. En lugar de esperar a que se produzca otra crisis, es fundamental que los responsables políticos cuenten con una estrategia para reducir las guerras en Yemen y Siria, abriendo el camino a los debates sobre seguridad regional.
Su vecino oriental requiere más de un acto de equilibrio para Teherán. Aunque celebra públicamente la retirada de Estados Unidos de Afganistán, el vacío creado somete a Irán a una inmensa presión.
Su historia con los talibanes es larga y difícil, y en 1997 varios de sus diplomáticos fueron asesinados en la frontera.
Irán incluso colaboró con Estados Unidos para ayudarles a derrotar a los talibanes en la guerra de Afganistán de 2001. Irán actúa ahora como intermediario entre el gobierno afgano y el grupo fundamentalista nada más que por sus propios intereses de seguridad. A Teherán no le queda más remedio que implicarse de forma pragmática para proteger sus intereses y la seguridad de sus fronteras.
Por último, y lo más urgente, los derechos humanos seguirán sufriendo en un Irán dirigido por Raisi. En su papel de presidente del Tribunal Supremo, Raisi presidió la represión de los manifestantes en noviembre de 2019. También se le ha relacionado con la condena a muerte de miles de presos políticos en 1988. Se sigue encarcelando a mujeres, activistas estudiantiles y sindicales, y periodistas, mientras continúa la toma de rehenes de ciudadanos con doble nacionalidad de todo el mundo.
Hay que seguir poniendo de relieve estos abusos en los foros multilaterales y en los medios de comunicación como medio de presión sobre el gobierno iraní. Es necesario adoptar un enfoque coherente y crítico con respecto a los abusos de los derechos humanos para elevar el nivel regional colectivo en Oriente Medio.