Los actores no regionales -Rusia y China- han sido los principales defensores del régimen de Bashar Assad desde el inicio de la crisis siria en 2011, y su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU) ha resultado especialmente útil.
Uno de los ejemplos más recientes de esta política fue cuando Moscú y Pekín vetaron el año pasado la ampliación de una operación de entrega de ayuda humanitaria a través de dos pasos fronterizos, Bab Al-Salam y Al-Yarubiyah, hacia Siria desde Turquía e Irak, respectivamente. Mientras que estos dos aliados sirios argumentaron que un paso fronterizo -Bab Al-Hawa- es adecuado, los demás miembros del consejo no están de acuerdo. El mandato para el funcionamiento de este último paso fronterizo expiraba el sábado, pero el CSNU decidió ampliar su autorización durante medio año para el cruce de ayuda desde Turquía.
Ankara también puso sus ojos en esta votación, ya que el cierre del corredor de ayuda al noroeste de Siria serviría a los intereses del régimen de Assad, al tiempo que causaría sufrimiento a millones de civiles.
Siria sigue siendo la manzana de la discordia entre Turquía y sus aliados, es decir, Rusia y China. Desde el comienzo de la crisis, la posición de Turquía sobre Siria no ha coincidido del todo con la de los rusos y los chinos, ya que el derrocamiento del régimen era una condición esencial para Ankara. Aunque tanto Moscú como Pekín apoyan a Assad, que cumplirá 21 años en el poder el 17 de julio, no tienen políticas, métodos y visiones similares para Siria. La divergencia en las políticas de Rusia y China en Siria también son claras en la forma en que reaccionan a las acciones turcas en el país devastado por la guerra.
En octubre de 2019, cuando Turquía lanzó la Operación Primavera de la Paz, una incursión militar en el norte de Siria, Pekín pidió a Ankara que detuviera la ofensiva con el argumento de que «la soberanía, la independencia y la integridad territorial de Siria deben ser respetadas y defendidas.» Sin embargo, Rusia reiteró su reconocimiento del «derecho de Turquía a garantizar su seguridad». Esto fue una clara pista de que Ankara había recibido luz verde de Moscú para llevar a cabo esta operación. Esto también convenció a Turquía de que Rusia comprende mejor las sensibilidades turcas en relación con la cuestión de las milicias kurdas que China o Estados Unidos.
Esta divergencia en las políticas rusa y china en Siria estaba muy relacionada con lo que priorizan en la región y con la forma en que pretenden configurar sus relaciones con Turquía. Aunque China y Rusia son potencias emergentes en Oriente Medio, que aprovechan los errores regionales de Estados Unidos, las posiciones y los papeles que desempeñan estos dos actores distan mucho de ser idénticos.
China ha mantenido un papel relativamente discreto en la crisis de Siria y ha optado por una vía intermedia, limitándose al compromiso político. Basándose en una política prudente, pragmática y orientada a la economía, China no comparte las visiones ni los métodos de Rusia en la crisis siria. El uso de la fuerza militar por parte de Rusia desafía los intereses económicos y políticos de China en el país y, sobre todo, contradice su «ascenso pacífico». Además, a diferencia de Moscú, que inició el proceso de Astana con Turquía e Irán, Pekín se ha mantenido al margen de cualquier compromiso con estos dos actores regionales, limitando su papel al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El futuro de Siria es importante para China, como también lo es para Rusia y Turquía, por una serie de razones, principalmente relacionadas con la economía. Mientras se mantiene al margen del desastroso conflicto sirio, Pekín ha ampliado su presencia económica en la región, considerando a Turquía y Siria como puntos cruciales en su ambiciosa Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI).
Tres objetivos principales han impulsado las políticas de China hacia Siria y Turquía. El primero es la preocupación económica relacionada con la BRI, el segundo es la seguridad, ya que Pekín quiere establecer una sólida cooperación tanto con Ankara como con Damasco en materia antiterrorista. El tercer objetivo de China es beneficiarse de las oportunidades que traerá la era de la posguerra. Pekín quiere tener voz y voto en las fases de reconstrucción y reconstrucción de Siria, y la relación turco-china tendrá mayor relevancia cuando comience esta era.
Sin embargo, al haberse embarcado en una intervención militar a favor del régimen en 2015, Rusia tiene objetivos bastante diferentes y, por supuesto, sigue un camino distinto en sus relaciones con Turquía. Siria ha sido la principal cuestión política para Ankara y Moscú durante una década. Gracias a las ambivalencias en las relaciones turco-estadounidenses, Rusia encontró la oportunidad de superar sus diferencias con Ankara sobre Siria. La prueba más importante de ello es el proceso de Astana. La cooperación con Moscú era una necesidad para Ankara, más que una opción, ya que Rusia estaba decidida a mantener su presencia militar en el país devastado por la guerra.
Para Rusia, conservar su base naval clave de Tartus y su base aérea en Latakia es de gran importancia. El régimen sirio ha sido también el principal cliente de las armas rusas desde los años 60 y Moscú ha seguido enviando armas y municiones a las fuerzas militares del régimen durante toda la guerra. La competencia en términos de venta de armas y exportación de tecnología nuclear puede convertirse en otra posible divergencia entre Rusia y China.
La presencia tanto de Rusia como de China en la región es claramente multidimensional, incluyendo facetas militares, económicas y políticas, y contradictoria hasta cierto punto. Para Turquía, la posible competencia entre estas dos potencias representa una oportunidad. Ankara tiene intereses económicos y políticos en mantener estrechos lazos tanto con Moscú como con Pekín, a pesar de sus diferencias en el embrollo sirio.