Joe Biden, al igual que la mayoría de los presidentes, hizo mucho alarde de supuestos logros en sus primeros 100 días. Recordemos que, al llegar al cargo, prometió 100 millones de dosis de vacunas COVID en ese periodo. Era un objetivo blando, ya que, como algunos de nosotros señalamos, el ritmo de vacunación el día de la toma de posesión, del que no podía reclamar ningún mérito, fue suficiente para alcanzar su objetivo. Pero, al pregonarlo, demostró la importancia que se atribuye al hito de los 100 días.
Se presta menos atención al hito de los 200 días. Esto es un error. Los primeros 100 días son un borrón de tres meses en los que la administración está tomando forma y sus éxitos y fracasos no han tenido tiempo de ser enfocados. Es en los segundos cien días, cuando se acaba el brillo y la novedad y la administración ha perdido su primera frescura, cuando se puede juzgar realmente.
Los segundos cien días de Biden han sido un desastre sin paliativos.
Fue entonces cuando la inflación se disparó por encima del 5%. Fue el 9 de agosto, el día 199 de Biden, cuando los demócratas dieron a conocer su plan presupuestario fiscalmente imprudente y culturalmente destructivo de 3,5 billones de dólares, redactado por el senador socialista Bernie Sanders con la intención de remodelar la vida estadounidense con una gran expansión del abultado estado del bienestar.
Fue en los segundos 100 días de Biden cuando la inmigración ilegal pasó de ser un mero fiasco a una crisis nacional. El número de inmigrantes ilegales se duplicó en enero, hasta 78.417, en comparación con el mismo mes de 2020, ya que los latinoamericanos aceptaron la invitación de Biden de venir al norte, sin hacer preguntas. Las cifras volvieron a dispararse cada mes, y en su centésimo día, los números de marzo se situaban en unos impactantes 173.283, cinco veces más que un año antes. Sin embargo, solo en sus segundos cien días quedó claro que este año habría más de 2 millones de cruces ilegales de la frontera, que no habría una disminución de las llegadas durante los meses de verano intensamente calurosos, como había prometido la administración, y que Biden había creado la peor crisis de inmigración en más de 20 años.
Luego llegó el peor desastre hasta ahora, el colapso de Estados Unidos en Afganistán. Fue el 10 de agosto, el día 200 de Biden en el cargo, cuando los talibanes invadieron tres capitales de provincia y se hizo evidente que su bárbara guerra relámpago consumiría todo el país, poniendo fin a los esfuerzos de 20 años de Estados Unidos contra ellos en una humillante derrota.
Esta debacle es como el giro de un caleidoscopio que reorganiza todas las piezas en un nuevo, irreconocible y sorprendente patrón. La imagen del lugar de Estados Unidos en el mundo ha cambiado irremediablemente. Amigos y enemigos de todo el mundo están reevaluando su relación con nosotros. Los primeros se preguntan preocupados si nuestro “líder” ha perdido totalmente la cabeza. Los segundos, sabiendo que Estados Unidos bajo Biden ya no es temible, se burlan de Estados Unidos con un desprecio inconfesable.
Estamos viviendo una especie de implosión, en la que nadie parece estar a cargo de Estados Unidos y nuestro jefe ejecutivo electo es una vergüenza débil y tambaleante.
Esto es lo que Joe Biden ha provocado en sus primeros 200 días.