Israel siempre fue un país pequeño, hogar de un pueblo pequeño, pero lo que nuestros antepasados lograron allí transformó el horizonte espiritual de la humanidad. Fue allí donde los profetas enseñaron el culto al único Dios, del que somos hijos; allí donde Elías dijo la verdad al poder, Oseas habló del amor de Dios y Amós de su justicia; allí donde Miqueas dijo: Qué pide Dios de ti, sino que actúes con justicia y ames la misericordia y camines humildemente con tu Dios. Fue allí donde el rey David cantó salmos, y su hijo Salomón construyó el Templo. Y aunque el pueblo a menudo no alcanzaba los altos ideales a los que Dios lo había convocado, generación tras generación surgieron hombres y mujeres visionarios que recordaron al pueblo su destino como pueblo santo en la tierra santa. Sus enseñanzas nunca murieron, y tienen el poder de inspirarnos todavía.