Opinión

Viví los extremos del espectro emocional: el miedo visceral de despertar en una guerra sobre la que no tenía control.

El vaivén de la última semana en torno a un posible acuerdo entre Hamás e Israel ha resultado desconcertante.

Imagina a un alemán que viaja a Afganistán con el objetivo de organizar una manifestación en favor de la “democracia”, la “libertad” y los “derechos”.

La semana pasada, David Lammy se proclamó el primer ministro británico en visitar Siria desde la retirada de Assad a Moscú.

Investigación militar revela fallos de FDI en Ofakim; policías y civiles detuvieron masacre perpetrada por Hamás.

A pesar de las predicciones, no se alcanzó un alto el fuego en Gaza durante la visita del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a Washington.

Donald Trump describió la llegada de Benjamin Netanyahu a la Casa Blanca como una “celebración” de los recientes ataques dirigidos contra objetivos iraníes.

El objetivo fue el MV Magic Seas, un granelero de bandera liberiana y propiedad griega, que había partido desde China con rumbo norte hacia el canal de Suez.

El 22 de junio, musulmanes asesinaron a 25 cristianos —en su mayoría mujeres y niños— e hirieron a casi 100 más dentro de una iglesia en Siria.

No ha presentado un plan de pagos, a pesar de haber prometido explícitamente a funcionarios del gobierno estadounidense que lo haría.