“El Reloj de Jerusalén está escondido hoy en Londres” , afirma Fatah, el movimiento político detrás de la OLP y la Autoridad Palestina, en un post titulado “Reloj robado de Jerusalén”, referido al emblemático Big Ben:
Sabe usted que el reloj Big Ben en Gran Bretaña es impulsado por un mecanismo palestino robado. Los otomanos construyeron el reloj en 7 años, después de la caída de Palestina, el reloj fue robado con el pretexto de la transferencia al Museo Británico, donde el motor fue retirado e instalado en el reloj Big Ben.
No solo robaron Palestina y se la dieron a los sionistas, sino que tambien robaron el reloj construido en khalil. Por supuesto que no existía Israel en ese momento…
Publicación de Al-Fatah
Continúa afirmando que los militares británicos ordenaron el desmantelamiento de la torre del reloj. Entonces los “británicos trasladaron el reloj primero a una nueva torre frente al municipio de Jerusalén, y lo transfirieron al Museo Británico de Londres, para convertirlo en el famoso icono británico, el “Big Ben”.
¿Cómo se convirtió el Big Ben, que reside en una torre de reloj construida en 1859, en una torre de reloj musulmana del siglo XX?
Hay otras ligeras diferencias entre ambos y el “reloj robado”, como el hecho de que la torre del reloj londinense tiene 316 pies de altura, mientras que la torre del reloj “palestino” solo tenía 42 pies.
Pero la historia del “reloj palestino” es también la historia de todo el mito de “Palestina”.
Si son capaces de creer que la Jerusalén del rey David y del rey Salomón era originalmente de ellos, pueden creer con la misma facilidad que el Big Ben de Londres era originalmente propiedad de “Palestina”.
El “reloj palestino” es tan real como “Palestina”. El mito de un pueblo “palestino” propugnado por Al Fatah, que lleva décadas matando por él, es también la historia del “reloj palestino”.
No existe un pueblo “palestino” que haya sido desposeído por los judíos, como tampoco existe un reloj “palestino” robado y hecho pasar por el Big Ben de Londres. Ambas son historias falsas construidas a partir de resentimientos e historias confusas cuyo contexto se ha perdido, pero cuyos odios siguen siendo reales.
Nunca hubo palestinos. Cuando se construyó el reloj, la región había formado parte del Imperio Otomano, el último califato hasta el ISIS. Los califatos la habían poblado con clanes árabes musulmanes que dominaban a los refugiados cristianos que huían de la persecución musulmana, junto con grupos de otras minorías, desde esclavos fugados hasta gitanos, además de la población judía autóctona.
Los otomanos se habían obsesionado con las torres de reloj como símbolo de su imperio. Pero los otomanos no las habían inventado, sino que las habían adoptado de Europa y las habían plantado en las principales ciudades del imperio para crear un sentido común del tiempo y de pertenencia para sus súbditos.
El sultán Abdul Hamid II, el último sultán real del imperio, erigió obsesivamente torres de reloj para mostrar lo moderno que era el Imperio Otomano. Pero para entonces el Imperio era cualquier cosa menos moderno y la manía de Hamid por las torres de reloj fue impulsada por sus aliados alemanes. El káiser Guillermo II regaló a Hamid un lote de relojes a principios de siglo que los turcos colocaron en torres de reloj.
El Imperio Otomano erigió algunas de sus torres de reloj en la tierra de Israel. Estas torres de reloj utilizaron el talento y los fondos de la población judía autóctona y de los colonos árabes musulmanes. Los proyectos de torres de reloj en la tierra de Israel comenzaron en 1901, que es también la fecha en que Wilhelm envió a Hamid varios relojes. Una de estas torres de reloj se colocó en la Puerta de Jaffa de Jerusalén, en la que Hamid había hecho previamente un agujero para que el káiser pudiera entrar en Jerusalén con su alto casco emplumado.
La relación entre Alemania y el Imperio Otomano destruyó los restos del “Hombre enfermo de Europa” al arrastrarlo a la Primera Guerra Mundial y permitir a los británicos reclamar la región.
Y los británicos decidieron deshacerse de la monstruosidad de la Torre del Reloj de la Puerta de Jaffa trasladándola.
La Torre del Reloj de la Puerta de Jaffa, construida con piedra caliza blanca, habría quedado bien en la plaza de algún pueblo británico. La objeción británica fue que era muy europea y no encajaba con el entorno bíblico de la Puerta de Jaffa. No estaban reprimiendo un ejemplo brillante de arquitectura islámica, sino una mediocre imitación islámica de la arquitectura europea.
Los críticos de la época la llamaban “esa maldita torre alemana”.
Las antiguas torres de reloj otomanas habían sido diseñadas como minaretes. Las torres de reloj de Israel parecían europeas. Paradójicamente, los británicos se deshicieron del reloj de la Puerta de Jaffa porque no era lo suficientemente “oriental” para su gusto. Intentaban proteger el carácter arquitectónico tradicional de la región solo para ser acusados por los líderes musulmanes de Jerusalén, que veían la torre del reloj como un símbolo de sus logros, de robarles el reloj porque su gloria avergonzaba al Big Ben.
Nunca hubo el mentado “reloj palestino”. Al igual que no hay “palestinos”.
El reloj “palestino” probablemente utilizaba un mecanismo alemán, tenía el estilo de las torres de reloj europeas y era un proyecto del Imperio Otomano. No de ninguna “Palestina” imaginaria. Algunas diatribas revisionistas de la historia “palestina” más sensatas evitan afirmar que el Big Ben es la verdadera torre del reloj de la Puerta de Jaffa debido a los metros que faltan para distinguir las dos torres.
Afirman que para el Big Ben solo se utilizó el mecanismo del “reloj palestino” robado.
Pero el “reloj palestino” no era un gran triunfo de la ciencia islámica. Lo más probable es que fuera uno de los relojes del Kaiser. Si los británicos hubieran querido un mecanismo de reloj alemán, lo habrían comprado. Y la Torre del Reloj de Jaffa que los otomanos construyeron en Jaffa (no confundir con la de la Puerta de Jaffa en Jerusalén) utilizó los servicios de un relojero judío, Moritz Schoenberg.
El mecanismo del reloj del Big Ben fue realmente revolucionario y los retos de hacer funcionar relojes gigantescos a cientos de metros de altura en un clima gélido son muy diferentes a los de las modestas torres de reloj que los otomanos construyeron para el 25 aniversario del sultán.
Trasplantar el mecanismo del reloj de la Puerta de Jaffa al Big Ben sería desastroso.
Y, sin embargo, el mito del “reloj palestino”, la increíble obra de genio que los británicos codiciaron tanto que la convirtieron en el Big Ben, alimenta un resentimiento construido sobre una historia falsa.
“Palestina” es un reloj alemán instalado por el Imperio Otomano y transpuesto al Big Ben.
Son los delirios de la antigua élite de un imperio islámico caído que transmite resentimientos tergiversados, los convierte en teorías conspirativas y construye una identidad en torno a ellos. Pero cuando se investigan las afirmaciones, éstas se convierten en mitos, leyendas y cuentos de hadas.
La causa “palestina” fue construida por unas pocas familias importantes de gobernantes musulmanes en Jerusalén y Hebrón, no porque hubieran perdido una nación que nunca existió, sino el estatus y el poder que se derivaban de formar parte de un imperio islámico ocupante bajo el cual los judíos eran inferiores.
Nunca hubo una nación o un pueblo “palestino”. Hubo clanes influyentes, como el clan Husseini, entre cuyos miembros se encontraban el muftí de Hitler y Yasser Arafat, que no son, a pesar de sus mitos, descendientes de los caananitas y mucho menos de los filisteos, sino que llegaron desde Egipto. Incluso después de pasar una generación tratando de eliminar a la población judía autóctona, cuando llegó la revolución e Israel ganó su independencia, no fueron expulsados en una “Nakba”.
Se fueron por delante de los ejércitos islámicos invasores que esperaban eliminar a la población judía. Y cuando eso no ocurrió, reclamaron ser un pueblo “palestino” exiliado.
Ahora sus descendientes, recordando leyendas familiares, han construido una historia de un glorioso reloj islámico que fue robado por los infieles y hecho pasar por el Big Ben. Un día recuperarán el Big Ben y lo pegarán de nuevo en la Puerta de Jaffa y se apoderarán de todo Jerusalén. Mientras tanto, los israelíes han estado cuidando los relojes otomanos restantes. Todo el conjunto, incluido el reloj desterrado de la Puerta de Jaffa, ha aparecido en sellos de correos israelíes. Las placas otomanas con sus alabanzas a Alá se han dejado solas, aunque a veces se han añadido otras placas que alaban a D’os.
Mientras que las élites árabes islámicas destruyeron y profanaron las sinagogas, los cementerios y los lugares sagrados judíos, los israelíes han conservado el legado del colonialismo árabe islámico, junto con los legados del dominio colonial griego, romano, cruzado y británico en la tierra de Israel.
Cuando la tierra realmente te pertenece, no hay necesidad de revisar y borrar su historia.
El mito de “Palestina” agrava el resentimiento con la inseguridad. El Imperio Otomano podía ser brutal y atrasado, pero logró algo. Todo lo que tienen los colonos militares árabes islámicos que construyeron dinastías a su sombra en remansos como Israel es el reloj de otro.
Cambiaron su propia historia vergonzosa como seguidores de califatos, saqueadores y colonizadores de la tierra de otros, por una historia imaginaria aún más patética como “palestinos”. Insisten en que, como pueblo “palestino”, son la verdadera población nativa de Israel, aunque llegaron allí miles de años después.
Palestina fue el nombre dado por los ocupantes romanos a Israel. Los romanos asociaron la zona con los filisteos: los pueblos del mar que habían llegado desde el Egeo para colonizarla.
El pueblo “palestino” lleva dos generaciones afirmando que es la población nativa original porque utiliza el nombre de un pueblo europeo que le dio un imperio europeo. Alguien tan irremediablemente ignorante podría también afirmar que el Big Ben es parte de “Palestina”.
Cuando toda tu historia es falsa, puedes creer cualquier cosa.
Daniel Greenfield, becario de periodismo Shillman en el Freedom Center, es un periodista de investigación y escritor centrado en la izquierda radical y el terrorismo islámico.