En medio del reciente conflicto entre Israel y Hamás, una voz sorprendente lideró la carga contra el Estado judío: China.
Mientras que la respuesta militar defensiva de Israel a los miles de cohetes lanzados desde la Franja de Gaza generó la previsible protesta de Europa y de algunos miembros de la izquierda estadounidense, fue China la que surgió como uno de los críticos más estridentes del Estado judío.
Pekín no dudó en señalar con el dedo a Jerusalén, llegando a copatrocinar la decisión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU de crear una comisión para investigar las “violaciones israelíes en los territorios palestinos ocupados”.
Fue China la que empujó al Consejo de Seguridad de la ONU a celebrar tres sesiones de emergencia en una semana, y el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, quien calificó el conflicto de “hostilidades” israelíes, criticó a Israel y exigió “moderación” inmediata.
En el mismo discurso, Wang atacó a Estados Unidos por “situarse en el lado opuesto de la justicia internacional” por estar al lado de Israel. Los medios de comunicación en lengua árabe y las cuentas de las redes sociales de Pekín se inundaron de críticas a Israel y a EE.UU., mientras que los diplomáticos chinos compartían mensajes antisemitas en Twitter, y su canal oficial CGTV informaba de que “los judíos dominan los sectores [estadounidenses] de las finanzas, los medios de comunicación e Internet”.
La posición de Pekín fue tan inesperada como estridente. En los últimos años, China se ha convertido en uno de los principales actores de la floreciente economía de la innovación en Israel. Según un estudio reciente del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv, entre 2001 y 2018, el comercio bilateral entre ambos países se disparó de poco más de 1.000 millones de dólares a casi 12.000 millones. (Ha bajado ligeramente desde entonces -a poco menos de 10.000 millones de dólares el año pasado- a causa de la presión de la administración Trump). Este aumento masivo de capital, gran parte del cual ha fluido hacia el dinámico sector de alta tecnología del país, ha puesto a China en camino de superar a Estados Unidos como el mayor inversor extranjero de Israel en los próximos años. Los funcionarios chinos se han mostrado efusivos sobre la “confianza mutua” y la “cooperación” que ahora prevalecen en las relaciones entre Pekín y Jerusalén. Todo esto hace que la postura antiisraelí de China sea sorprendente, y quizás reveladora.
El activismo de China tampoco puede atribuirse a su fuerte apoyo a la “causa palestina”. A pesar del apoyo retórico, Pekín solo ha proporcionado una mísera ayuda a la Autoridad Palestina y a su pueblo. En 2019, no había ninguna inversión china medible ni en Cisjordania ni en Gaza, y los flujos comerciales bilaterales eran insignificantes.
Pero aunque China ha hecho poco para apoyar a los palestinos, sin embargo los ha apalancado contra Washington.
“El objetivo es ganar puntos en la escena mundial revelando y criticando el doble rasero de Estados Unidos en Oriente Medio”, explica Zhang Chuchu, de la Universidad de Fudan.
¿Qué explica el brusco y ruidoso giro antiisraelí de Pekín?
Parte de la respuesta se encuentra en los esfuerzos cada vez más desesperados de China por apartar la conversación internacional de su actual genocidio contra los musulmanes uigures en Xinjiang.
Al apoyar la difícil situación de los palestinos, China está avivando cínicamente la cuestión más emotiva de la política de Oriente Medio para distraer a las naciones musulmanas de su propia campaña interna para “romper el linaje y las raíces” de los musulmanes chinos mediante un amplio sistema de gulags.
Al mismo tiempo, las crecientes inversiones de Pekín en Oriente Medio en los últimos años (en ámbitos que van desde el sector de las telecomunicaciones en el Líbano hasta diversos proyectos de infraestructuras en Egipto) han comprado efectivamente el silencio de los gobiernos musulmanes en lo que respecta a los abusos de los derechos humanos por parte de China.
Otra razón está relacionada con la elección de socios regionales por parte de China. En los últimos años, Pekín ha establecido asociaciones estratégicas con al menos siete países (entre ellos Turquía, Arabia Saudita e Irak). Pero, como explica la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad de Estados Unidos y China en un nuevo informe, el extenso pacto estratégico de 25 años de China con Irán es la pieza central de su estrategia en Oriente Medio.
Si se lleva a cabo en su totalidad, ese acuerdo sería una bendición para China, ya que le daría acceso preferente a proyectos de infraestructura y telecomunicaciones en el país, acceso a las instalaciones portuarias iraníes y ampliaría significativamente la cooperación militar entre los dos regímenes. El efecto acumulativo del acuerdo es transformar a Irán en un centro crítico a lo largo de la cacareada Iniciativa del Cinturón y la Ruta de China, y al hacerlo, dar a China una participación vital en la República Islámica.
La respuesta de China al reciente conflicto de Israel con Hamás debería servir de llamada de atención para los responsables políticos de Jerusalén. Pone de manifiesto que, a pesar de su amplia participación financiera y de los tópicos políticos, existen límites reales a la alineación de China con Israel. De hecho, el reciente apoyo del gobierno israelí a una resolución de la ONU patrocinada por Canadá sobre el genocidio de Xinjiang sugiere que puede estar ya en marcha un replanteamiento de la política china.
Para el resto de Oriente Medio, mientras tanto, el giro antiisraelí de China representa un cuento con moraleja, que los Estados de la región y de fuera de ella harían bien en tomarse en serio: La amistad de Pekín hoy no es garantía de su fidelidad mañana.