La sorpresiva visita del presidente ruso Vladimir Putin a Siria, acompañado por su ministro de defensa, Sergei Shoigu, y otros oficiales de alto nivel, para una reunión con el presidente sirio Bashar Assad en el cuartel general militar de Moscú en Damasco, acaparó titulares menores en ambos países para no traicionar la verdadera preocupación del Kremlin: todo Oriente Medio, después del asesinato del general iraní Qassem Soleimani, podría estallar en llamas en cualquier momento.
El temor de Putin de que la región esté peligrosamente cerca de una conflagración se evidencia, entre otras cosas, por la reservada respuesta de Rusia al asesinato. Irán y Rusia son, supuestamente, aliados. Sólo recientemente llevaron a cabo un ejercicio militar conjunto en el norte del Océano Índico. Uno podría haber esperado que Putin castigara al presidente de Estados Unidos Donald Trump por su “acto irresponsable”, que expresara alguna medida de empatía por el ayatolá Alí Khamenei o que saliera públicamente en apoyo del derecho de Irán a una venganza dura y dolorosa. Nada de esto sucedió. Los rusos condenaron anémicamente el asesinato y bastaron con ofrecer sus condolencias a los diplomáticos iraníes en Rusia. Y nada de esto es una coincidencia.
Debemos recordar que Putin no es solo el campeón mundial de la explotación de oportunidades para obtener beneficios políticos; también es un maestro en la detección del peligro a tiempo. Una salvaje represalia iraní contra las tropas estadounidenses desplegadas en Oriente Medio seguramente obligaría a una respuesta desproporcionada de la preeminente superpotencia mundial. Después de eso, la distancia entre esa respuesta y la guerra total, que también podría dañar los intereses rusos, sería extremadamente corta.
Naturalmente, las dos preocupaciones más apremiantes de Putin se refieren a Siria, que es el principal puesto de avanzada de Rusia en la región. En primer lugar: Las fuerzas estadounidenses siguen estacionadas en el este del país. Si los iraníes intentan hacerles daño, Estados Unidos actuará en Siria; y no solo en el este sino en cualquier lugar donde encuentren milicias pro-iraníes. Esto avergonzaría enormemente a las fuerzas rusas que están actualmente en Siria. La otra preocupación de Putin es que esas milicias apoyadas por Irán recibirán órdenes de Teherán para actuar contra Israel, desde territorio sirio, como parte de la venganza de Irán. Putin entiende que Israel tomaría represalias contra cualquier agresión de ese tipo y quizá incluso cruzaría ciertas líneas rojas establecidas por Jerusalén y Moscú, por ejemplo, apuntando a los símbolos del régimen de Assad.
Fuentes rusas indicaron el martes que la visita sorpresa de Putin a Damasco fue un intento de asegurar que Assad tratara de contener y aplacar a las milicias pro-iraníes en su suelo. Putin quiere tranquilidad en Siria y también discutirá el tema con sus anfitriones israelíes durante su próxima visita, previamente planeada, que se ha vuelto aún más apremiante y pertinente a raíz de la muerte de Soleimani.
Desde Damasco, Putin continuó a Ankara para aliviar las tensiones en otra región. En Libia, está a punto de estallar una guerra entre el ejército secular del mariscal de campo Khalifa Haftar, apoyado por mercenarios rusos, y el gobierno islamista de Trípoli, apoyado por mercenarios turcos. Putin tratará de persuadir al presidente turco Recep Tayyip Erdogan de que la batalla ya está perdida porque el ejército de Haftar ya se ha apoderado de la gran mayoría del territorio libio y que Moscú y Ankara deberían centrarse en cooperar para evitar una conflagración mayor, si es posible, a lo largo de la frontera turca con Siria.
Si Putin tiene éxito en sus misiones para reducir las llamas, Libia podría convertirse en el segundo punto de apoyo naval de Rusia en la cuenca mediterránea, después de Siria.