Han pasado cincuenta años desde que muchos países árabes fueron humillados por Israel en 1967 en una guerra que comenzaron los árabes, con el objetivo explícito de destruir el Estado judío y arrojar a los judíos al mar Mediterráneo. Hoy, Israel tiene sólidas relaciones diplomáticas con dos de estos países, Jordania y Egipto, mientras que los funcionarios sauditas hablan con sus contrapartes de seguridad israelíes sobre la amenaza iraní.
Pero aunque Oriente Medio está envuelto en una nueva ola de desestabilización interna, e Irán recientemente ha experimentado una nueva ola de protestas en las que la gente cantó “no queremos una República Islámica”, el gran tabú para el mundo árabe y musulmán es y sigue siendo el de los intercambios culturales con los odiados “sionistas”.
Saïd Ben Saïd, un prominente productor de cine francés nacido en Túnez, después de verse obligado a abandonar el festival de cine más prestigioso de África del Norte, emitió recientemente una de las más francas denuncias de antisemitismo en el mundo árabe. Reveló, en un artículo de opinión para el diario francés Le Monde, que una invitación a presidir el jurado del Festival de Cine de Cartago había sido rescindida debido a su trabajo con el director de cine israelí, Nadav Lapid, y por haber participado en un panel en el Festival de Cine de Jerusalén a principios de este año. El verdadero culpable, argumentó Ben Saïd, era la prevalencia del antisemitismo alimentado por los extremistas islámicos en todo el Oriente Medio:
“Nadie puede negar la miseria del pueblo palestino, pero debe admitirse que el mundo árabe es, en su mayoría, antisemita… Este odio hacia los judíos se ha redoblado en intensidad y profundidad no por culpa del conflicto árabe-israelí, sino con el surgimiento de una cierta visión del Islam”.
Escritores, novelistas, periodistas, políticos, blogueros, cineastas: hay muchos artistas árabes y musulmanes que han pagado un alto precio por haber roto el telón de acero que se ha puesto alrededor de Israel.
Amin Maalouf, que tiene pasaporte libanés y francés, concedió una entrevista a un canal israelí, i24. Tal vez pensó que haber ganado el Premio Goncourt (el mayor reconocimiento literario de Francia), haber recibido la Legión de Honor y estar entre los “Inmortales” de la Academia Francesa lo protegería. Por supuesto que no. Justo después de su entrevista con el canal de televisión, las solicitudes para privarlo de su ciudadanía libanesa y llevarlo a juicio comenzaron de inmediato.
Un director libanés, Ziad Doueiri, hizo algo incluso “peor”: ¡filmó algunas escenas en territorio israelí! Cuando regresó del Festival de Cine de Venecia, la policía libanesa lo estaba esperando en el aeropuerto. Fue arrestado, interrogado durante tres horas y acusado de “colaborar con Israel”.
Boualem Sansal, un aclamado escritor argelino, debería haber recibido el Prix du Roman Arabe por su libro “Rue Darwin”. El jurado, sin embargo, que realmente lo había seleccionado, más tarde se retractó del premio y lo canceló. ¿La razón? Sansal había hecho un viaje a Jerusalén para asistir a un festival literario israelí.
El gran escritor egipcio Ali Salem vio su carrera destruida para siempre por haber visitado Israel. En 1994, unos meses después de la firma de los Acuerdos de Oslo, el famoso escritor satírico egipcio viajó a Israel y escribió el libro, Mi viaje a Israel. Los teatros abandonaron y boicotearon sus obras.
El Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfouz fue perseguido por los fundamentalistas islámicos, no solo por su “espíritu secular”, sino sobre todo por el apoyo que, en ese momento, Mahfouz le brindó al presidente Anwar Sadat por haber firmado el tratado de “paz” de Camp David con Israel En 1979, los países árabes boicotearon la publicación de las novelas de Mahfouz. Todavía no están disponibles oficialmente en algunos países de Oriente Medio.
El blogger iraní más conocido, Hossein Derakhshan, terminó en la cárcel; fue acusado de “espiar para Israel”. ¿Su “crimen”? Una visita a Israel dos años antes para “mostrar la vida cotidiana del pueblo judío” y exponer los prejuicios antisemitas.
Incluso el poeta árabe más famoso, el sirio Adonis, fue expulsado de la Unión de Escritores Árabes por haberse reunido con intelectuales israelíes en Granada durante una conferencia de la UNESCO.
Estos regímenes árabes y musulmanes están aterrorizados ante Israel, un área comparativamente microscópica de 20,000 kilómetros cuadrados, en comparación con los 33 millones de kilómetros cuadrados del mundo árabe y musulmán. En una inmensa media luna que se extiende desde Casablanca a Mumbai, Israel es el único estado libre de la región.
En Arabia Saudita, el bloguero Raif Badawi fue encarcelado y azotado. En Jordania, el escritor Nahid Hattar fue asesinado por “blasfemia”. En Egipto, el novelista Ahmed Naji fue encarcelado por “obscenidad”. E Irán incrementó la recompensa por el asesinato del escritor Salman Rushdie.
Israel es el único Estado de Oriente Medio donde los periodistas disfrutan de absoluta libertad de expresión y pueden desafiar de manera segura al ejército y al gobierno. Es un país judío donde las editoriales traducen a autores árabes; lo contrario no ocurre en Oriente Medio. Es el único país donde los artistas y escritores no son censurados o el Estado les dice qué escribir, qué no escribir o cómo comportarse. Esto es lo que temen las dictaduras árabes y musulmanas: que sus propios artistas puedan ser “infectados” por estos “ingobernables” “sionistas”.
Occidente, donde las personas se preocupan por el pluralismo y la libertad cultural, necesita apoyar firmemente a estos escritores y artistas árabes y musulmanes que se han atrevido a visitar Israel y a convertirse en “ingobernables”. Significa apostar por la libertad y el progreso en lugar de las autocracias y una “paz” artificial y fallida. Estos artistas árabes son mucho más valientes y honestos que todos los pseudo-intelectuales europeos que abrazan el boicot a Israel, el único país libre y abierto en el Oriente Medio.
Giulio Meotti, editor cultural de Il Foglio y columnista de Arutz Sheva, es un periodista y escritor italiano.