La semana pasada, David Lammy se proclamó el primer ministro británico en visitar Siria desde la retirada de Assad a Moscú. Con el objetivo de renovar las relaciones británicas con Damasco, Lammy posó orgullosamente para una fotografía junto al sonriente presidente Ahmed Hussein al-Sharaa.
Lammy sostiene que una Siria estable beneficia los intereses del Reino Unido: reduce el riesgo de inmigración ilegal, garantiza la destrucción de armas químicas y aborda la amenaza del terrorismo. Sin embargo, como era de esperar, no ha reconocido que esta posible estabilidad se debe exclusivamente a un país al que ha vilipendiado, despreciado y acusado de crímenes de guerra.
Assad logró mantenerse en el poder durante años de violentas revueltas gracias al apoyo de Irán, respaldado por Rusia. Al-Sharaa solo pudo tomar el control porque Israel había debilitado a Hezbolá, que de otro modo lo habría detenido. Asimismo, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica no pudo acudir al rescate de Assad, ya que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) no lo habrían permitido.