La mayor parte de la atención en Estados Unidos y en todo el mundo en las últimas semanas se ha centrado, comprensiblemente, en la situación de Afganistán. Pero algunos acontecimientos muy preocupantes en Europa del Este han pasado desapercibidos. En particular, están aumentando las tensiones entre Bielorrusia y sus vecinos de la OTAN. No se trata de una cuestión trivial, pues Estados Unidos tiene la obligación, según el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, de ayudar a un miembro de la Alianza si su seguridad se ve amenazada. Las cosas no han llegado todavía al punto de una crisis, pero la situación merece un seguimiento cuidadoso.
No es la primera vez que las tensiones se agudizan a lo largo de estas fronteras, y los funcionarios estadounidenses deberían estar preocupados por estos acontecimientos. En agosto de 2020, Bielorrusia realizó simulacros militares a gran escala cerca de su frontera con Lituania y Polonia. Esa medida fue una respuesta tanto a los ejercicios militares anteriores de la OTAN cerca de Bielorrusia, como a las intensas críticas de Occidente al hombre fuerte de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, que lleva mucho tiempo reprimiendo a los manifestantes que protestaban por su reciente y cuestionable reelección. Al mes siguiente, Bielorrusia y su patrón, Rusia, realizaron ejercicios de combate conjuntos en la misma zona. Lukashenko también anunció el cierre de la frontera con Lituania y Polonia y puso a sus tropas en alerta máxima. Anteriormente, era evidente cierto distanciamiento entre el Kremlin y Lukashenko, pero el gobierno de Vladimir Putin pasó a aumentar el apoyo a su cliente bielorruso en respuesta a la creciente presión occidental sobre Lukashenko.
Una nueva e importante fuente de problemas es ahora el esfuerzo de Lituania y Letonia por reducir el flujo de refugiados de Bielorrusia hacia sus países. A principios de agosto, el gobierno lituano llegó a decir a sus guardias fronterizos que usaran la fuerza si era necesario para impedir que siguieran entrando. Poco después, Letonia impuso el estado de emergencia para hacer frente al mismo problema. Unas semanas antes, Lituania había aumentado su barrera fronteriza levantando una valla con alambre de espino. Letonia y Polonia siguieron su ejemplo.
Junto con Polonia, las dos repúblicas bálticas acusan al gobierno de Lukashenko de utilizar a los inmigrantes en una campaña de “guerra híbrida”. Posteriormente, los países de la Unión Europea cerraron filas para denunciar a Bielorrusia por llevar a cabo un “ataque directo” contra sus vecinos occidentales, explotando cínicamente a los migrantes como arma. Según esa denuncia, Lukashenko está reclutando y recogiendo solicitantes de asilo, principalmente de Irak, y haciendo que sus fuerzas de seguridad los escolten hasta la frontera occidental de su país, donde luego intentan cruzar a uno de los países bálticos o a Polonia. La tesis es que está llevando a cabo esta conducta para crear cargas para esos miembros de la OTAN y de la Unión Europea como represalia por las sanciones que la UE impuso a Bielorrusia debido a la continua represión del régimen contra los opositores políticos, incluyendo el obligar a un vuelo de Ryanair a aterrizar en Minsk para retirar a un disidente buscado.
Ciertamente es posible que el gobierno de Lukashenko haya adoptado una táctica de este tipo, aunque hay que tener en cuenta que una avalancha de refugiados procedentes de la agitación en Oriente Medio, causada en gran parte por las guerras de cambio de régimen dirigidas por Estados Unidos en Siria, Irak y Libia, han intentado entrar en muchos otros países de la UE sin un esfuerzo tan orquestado. Además, aunque la carga resultante en el caso de las repúblicas bálticas no es trivial, tampoco parece abrumadora. El número de solicitantes de asilo que entrarán en Lituania en 2021, por ejemplo, es de poco más de 4.000, una cifra que equivale a menos del 0,14% de la población del país.
Parte del alboroto parece ser un esfuerzo por parte de Vilnius, Riga y Varsovia para conseguir más ayuda financiera de la UE, y quizás en nombre de la “seguridad fronteriza” para conseguir también algo de dinero de la OTAN. Pero estas posturas están aumentando las tensiones a lo largo de sus fronteras con Bielorrusia, y eso no es nada saludable. Bielorrusia ya ha tomado medidas para aumentar la fuerza de sus propias patrullas fronterizas, con el propósito explícito de evitar que los países de la OTAN envíen a los migrantes de vuelta. El aumento de la militarización de las fronteras entre Bielorrusia y los miembros de la OTAN tampoco ayuda. Polonia acaba de enviar otros 900 soldados a su frontera con Bielorrusia para repeler a los refugiados y dar una muestra de fuerza a Lukashenko. El momento para una nueva ronda de ejercicios militares a gran escala entre Rusia y Bielorrusia (que se celebran cada cuatro años), del 10 al 16 de septiembre, no podría ser peor.
Sin embargo, hasta ahora, el nuevo alboroto de los refugiados es una disputa entre Bielorrusia y los miembros de la UE. Washington debería tratar de mantenerlo así y no involucrarse ni dejar que la OTAN se involucre. Cualquiera de los dos pasos crearía un enfrentamiento mucho más grave, ya que mantener a Bielorrusia fuera de la órbita de Occidente es un interés prioritario para Rusia. La afición de la administración Biden a imponer sanciones a Bielorrusia por las violaciones de los derechos humanos y la erosión de las normas democráticas, incluida la última ronda de agosto dirigida a más de 20 allegados de Lukashenko, debe ser el límite de la tentación de injerencia de Washington. Los líderes estadounidenses deberían informar a los gobiernos polaco, lituano y letón de que Estados Unidos no incurrirá en riesgos innecesarios para respaldarlos contra Lukashenko en la cuestión de los refugiados. La última disputa es definitivamente un caso en el que Washington debería mantenerse al margen y dejar que las naciones europeas resuelvan sus propios problemas.