El líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, nombró a Gholam Hossein Mohseni Ejei nuevo jefe del poder judicial del país el 1 de julio. Mohseni Ejei sucederá a Ebrahim Raisi, que se está preparando para tomar posesión del cargo de presidente de Irán dentro de unas semanas, tras su aplastante victoria en unas elecciones con escasa participación el 18 de junio.
En su carta de credenciales al nuevo presidente del Tribunal Supremo, Jamenei aconsejó a su elegido que luchara contra la corrupción y garantizara el imperio de la ley y la justicia, tras describir al clérigo como un hombre con “un profundo conocimiento y un brillante historial”.
Según el artículo 157 de la Constitución teocrática iraní, el líder supremo no elegido nombra directamente al jefe del poder judicial, uno de los tres poderes junto con el ejecutivo y el parlamento. Como las mismas leyes exigen que el jefe del poder judicial sea un clérigo, en las últimas tres décadas el cargo ha sido ocupado por implacables partidarios de la línea dura cercanos a Jamenei.
El poder judicial iraní ha sido acusado durante mucho tiempo de violaciones de derechos humanos y ha representado para muchos iraníes una institución definida por la falta de transparencia y plagada de corrupción interna. Mahmoud Shahroudi declaró en su día, al ser nombrado presidente del Tribunal Supremo en 1999, que había heredado una institución que estaba en ruinas.
Lo que quizás distingue a Mohseni Ejei de sus predecesores es su repetido trasiego entre la judicatura y el aparato de inteligencia. Como interrogador en los primeros años que siguieron a la revolución iraní de 1979 y, más tarde, representante del poder judicial en el Ministerio de Inteligencia, Mohseni Ejei está acusado de haber participado estrechamente en las ejecuciones masivas de presos políticos en la década de 1980, así como en el llamado “asesinato en cadena” de disidentes e intelectuales iraníes a finales de la década de 1990.
En 2005, Mohseni Ejei fue nombrado ministro de Inteligencia de Irán, cargo que mantuvo durante cuatro años antes de su ascenso a fiscal general. Su transición entre los dos puestos clave coincidió con la represión de la República Islámica en las protestas postelectorales de 2009. Los disturbios se saldaron con centenares de muertos y miles de personas encarceladas, muchas de las cuales confesaron en juicios masivos televisados mientras el poder se disponía a aplastar el incipiente Movimiento Verde. El papel de Mohseni Ejei en la represión dirigida por el Estado provocó su inclusión como violador de derechos en listas negras separadas emitidas por la Unión Europea y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
En 2004, el clérigo pasó a ser conocido como “el juez mordedor”, después de que expresara su intolerancia a las críticas agrediendo gravemente y dejando una marca de mordisco en el hombro de un alto periodista reformista durante una reunión semanal.
La figura de un hombre conocido por sus discursos incendiarios y su manifiesto desprecio por la libertad de prensa ya está provocando escalofríos entre los miembros de la sociedad civil iraní, que están compartiendo en las plataformas de las redes sociales sus experiencias con el juez ultraconservador.
“Sería un paso atrás”, escribió el activista de derechos y abogado Ali Mojtahedzadeh antes del nombramiento oficial, mientras esperaba que los rumores no fueran ciertos. “Mientras seguimos lidiando con las crisis a diario, la sustitución de un mal presidente del Tribunal Supremo por otro peor es poco menos que una sorpresa”, tuiteó otro abogado residente en Teherán.
El nombramiento de Mohseni Ejei también supuso un paso más hacia un mayor control del poder por parte de los partidarios de la línea dura en Irán. Los tres poderes de la República Islámica están ahora bajo el control de hombres elegidos por el líder supremo del país.