Muchos turcos, aunque hambrientos, están, sin embargo, orgullosos de tener un líder capaz de enfrentarse al “Occidente infiel”, incluido su tradicional rival y vecino, Grecia. Es precisamente este sentimiento el que el presidente Recep Tayyip Erdoğan, cuya popularidad ha ido cayendo en picado en los últimos meses, ve como una debilidad nacional a avivar. El belicismo, calcula evidentemente el hombre fuerte islamista, puede convencer a los turcos de que apoyen el matonismo revisionista e ignoren su miseria.
Erdoğan, en esta última apuesta, parece tener razón y estar equivocado. Tiene razón en que su belicismo consolida a sus partidarios de base: los turcos conservadores musulmanes y nacionalistas, un incuestionable 20% de los votantes. Pero se equivoca al pensar que jugar al matón neo-otomano regional le bastará para ganar un tercer mandato como presidente. Varios sondeos de opinión sitúan su popularidad en menos del 30%, frente al 52% con el que ganó la reelección en 2018.
Por tanto, ¿qué debe hacer Erdoğan, ya que los antiguos leales a su poderoso Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) parecen desertar en masa? Volver a utilizar la misma receta política preelectoral que ya ha funcionado en numerosas ocasiones:
- Provocar tensiones en los mares Egeo y Mediterráneo oriental;
- Rezar para que los políticos griegos se sientan obligados a corresponder;
- Elevar la apuesta mediante una retórica incendiaria;
- Provocar el sentimiento antihelénico de los turcos, conseguir el aplauso nacional;
- Jugar al héroe neo-otomano que lucha contra los infieles;
- Rezar para que Estados Unidos y la UE se unan a su producción teatral del lado de Grecia;
- Convertir toda la obra en un drama de turcos contra occidentales infieles;
- Añadir algo de combustible militar a la trama para provocar los sentimientos nacionalistas y militaristas de los turcos;
- Diga a los turcos: “Estamos en guerra con los infieles occidentales”;
En el acto final, decir a los turcos que su pobreza es el resultado del enfrentamiento de Turquía con Occidente y que “todos debemos pagar este precio por nuestra independencia”.
Erdoğan ya ha preparado el escenario para el nuevo episodio de su extravagancia teatral. Su socio de coalición, el líder ultranacionalista Devlet Bahçeli, afirmó que las bases militares estadounidenses en Grecia suponen una “amenaza directa” para la seguridad turca. Eso es un disparate. Pero más disparatado que el comentario de Bahçeli fue el silencio universal. ¿Cómo podría un aliado pacífico de la OTAN, Grecia, suponer una amenaza directa para otro miembro de la OTAN, Turquía, que alberga bases militares estadounidenses? ¿Son las bases estadounidenses en Turquía una amenaza directa para este país?
En un discurso pronunciado el 9 de junio, Erdoğan dijo que Grecia debería dejar de destinar personal militar a sus islas del Egeo que tienen un estatus desmilitarizado en virtud del Tratado de Lausana de 1923 y del Tratado de París de 1947. Pidió a Atenas que “evite los sueños, los actos y las declaraciones que den lugar a arrepentimientos, como ocurrió hace un siglo, y que vuelva a la sensatez”, e invocó la guerra de independencia de Turquía a principios de la década de 1920, cuando los turcos derrotaron a las potencias ocupantes, incluida Grecia. Erdoğan no mencionó que los mismos tratados también prohíben la militarización de las islas turcas en el Mar Egeo y los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo.
La escalada estaba en camino. Antes, Erdoğan anunció que Turquía interrumpía todas las conversaciones bilaterales con Grecia por una disputa con el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis sobre lo que Ankara llama “violaciones del espacio aéreo”.
En este crescendo de la retórica incendiaria de Turquía, el ministro de Asuntos Exteriores Mevlüt Çavuşoğlu hizo su parte. Dijo repetidamente que si Atenas persistía en militarizar sus islas, Turquía empezaría a cuestionar la soberanía griega sobre ellas. Ahora tenemos casus belli en la trama.
El portavoz del AKP, Ömer Çelik, también se ha unido al coro de “pronto invadiremos las islas” al amenazar a Grecia con que “los turcos vendrán de repente una noche”.
Ahora es el momento de que los extras hagan su papel. Los medios de comunicación controlados por Erdoğan están haciendo campañas diciendo que 22 islas griegas del Mar Egeo pueden ser reclamadas por Turquía, y que Turquía tiene soberanía sobre nueve de ellas, incluyendo Samos, Lesbos, Quíos, Limnos, Rodas e Ikaria.
Afortunadamente, toda esta teatralidad es para ladrar, no para morder. Turquía no tiene el poder político, militar o económico para invadir a un miembro de la UE, con Occidente mirando. Que Turquía invada Grecia no es que Rusia invada Ucrania. Erdoğan es un jugador que ha utilizado la misma táctica para el consumo interno muchas veces antes. La artimaña nunca terminó en una guerra a través del Egeo. Esta no es una excepción: Erdoğan, sea lo que sea, no es un suicida.