McDonnell Douglas propuso el A-12 Avenger, un diseño innovador de ala volante que recordaba al B-2 Spirit, pero en una escala más reducida.
Introducción
Las armas perecen por diversas causas: mal momento, austeridad en defensa, personal inadecuado, complejidades burocráticas o por ser inicialmente una mala idea. Sin embargo, algunos sistemas de defensa, a pesar de su gestión deficiente, logran perdurar si satisfacen un nicho específico eficazmente.
Este análisis explora cinco sistemas defensivos que, de haber perdurado, podrían haber revolucionado aspectos clave de la defensa, impactando no solo en la base industrial militar sino en las estrategias bélicas y procesos de adquisición. Cabe destacar que no todas las cancelaciones son negativas, algunas se realizan con justa causa.
Impacto de los proyectos cancelados en la estrategia de defensa
Durante los inicios de la década de 1960, el Ejército de Estados Unidos comenzó a valorar el potencial de la aviación de helicópteros, habiéndolos empleado para reconocimiento y evacuación desde el final de la Segunda Guerra Mundial y a lo largo del conflicto en Corea.
Con el avance tecnológico, emergió la visión de desarrollar helicópteros capaces de ejecutar un abanico más amplio de misiones, siendo el AH-56 Cheyenne el protagonista de este nuevo enfoque. Este helicóptero, prometedor por su alta velocidad y capacidad de ataque, se proyectaba para escoltar misiones de transporte o ejecutar operaciones de apoyo a tierra de manera autónoma, prometiendo velocidades de hasta 275 millas por hora gracias a su avanzado sistema de propulsión.
Sin embargo, el Cheyenne se vio asediado por su ambición. Las tecnologías fundamentales para su desarrollo todavía no estaban perfeccionadas, llevando a fallos en los prototipos y un accidente mortal. La Fuerza Aérea, temerosa de perder misiones de apoyo aéreo cercano ante el Ejército, mostró una fuerte oposición al proyecto, proponiendo incluso el desarrollo de un avión de ataque de ala fija, que más tarde se materializaría en el A-10, para suplantar al Cheyenne. La financiación se vio además comprometida por la guerra de Vietnam, que restringió presupuestos y desvió recursos.
El AH-56 Cheyenne nunca llegó a materializarse, pero su cancelación no significó el fin de la ambición del Ejército por un helicóptero de ataque avanzado, culminando más tarde en la adopción del AH-64 Apache.
Aunque más seguro y convencional que el Cheyenne, la elección del Apache marcó un límite en la innovación potencial de la aviación militar del Ejército, demostrando cómo las decisiones estratégicas y los desafíos tecnológicos y financieros pueden influir profundamente en el desarrollo de capacidades militares.
El B-70 Valkyrie: entre el legado y la leyenda en la aviación
El B-70 Valkyrie, concebido para reemplazar al B-52 Stratofortress y al B-58 Hustler, representaba una revolución en la aviación estratégica, diseñado para sobrevolar el espacio aéreo enemigo a altitudes extremas y velocidades superiores a Mach 3.
Este bombardero, ensalzado por una generación de oficiales influenciados por la Ofensiva Combinada de Bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, era visto como el futuro de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Más allá de sus capacidades operativas, el B-70 Valkyrie destacaba por su diseño estético, recordando más a una nave espacial que a un avión convencional, un legado que perdura en su prototipo exhibido en el Museo Nacional de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos.
Sin embargo, el proyecto Valkyrie se topó con obstáculos financieros y estratégicos significativos. La inversión requerida para su desarrollo y producción planteó dudas en figuras clave como el presidente Eisenhower y el Secretario de Defensa, Robert McNamara, especialmente en un contexto donde los misiles balísticos intercontinentales prometían ser un medio más eficaz y seguro para el despliegue de armas nucleares.
La evolución de las capacidades de intercepción y defensa antiaérea soviéticas también cuestionaba la viabilidad operativa del B-70, incrementando los riesgos asociados a su misión principal.
Tras la construcción de apenas dos prototipos, y la pérdida de uno de ellos en un incidente durante una demostración, el programa B-70 fue suspendido, dejando paso años después al B-1B, que si bien compartía algunas similitudes con el Valkyrie, marcaba un enfoque diferente en la estrategia aérea estratégica.
La historia sugiere que la cancelación del B-70, aunque controvertida, probablemente evitó un desvío de recursos críticos de otros aspectos vitales de la capacidad militar aérea, incluida la aviación táctica y la fuerza de misiles. La flexibilidad operativa demostrada por los B-52 y B-1B, atribuible en parte a sus mayores capacidades de tripulación, contrasta con las limitaciones que habría impuesto el Valkyrie.
La decisión de McNamara de cancelar el programa se puede ver retrospectivamente como una medida de salvaguarda contra una posible crisis de adquisiciones que habría impactado negativamente en la Fuerza Aérea durante décadas, enfatizando la importancia de la adaptabilidad y la prudencia en el desarrollo de sistemas de armas estratégicas.
El A-12 Avenger: Una promesa furtiva incumplida en la aviación naval
La visión de integrar un bombardero de ataque furtivo capaz de operar desde portaaviones emergió a mediados de los años 80, con la Armada de los Estados Unidos buscando un reemplazo para el A-6 Intruder. En este contexto, McDonnell Douglas propuso el A-12 Avenger, un diseño innovador de ala volante que recordaba al B-2 Spirit, pero en una escala más reducida.
Este proyecto prometía revolucionar el concepto de ataques profundos, combinando la tecnología furtiva con la versatilidad de las operaciones aeronavales. La expectación se extendió hasta la Fuerza Aérea, considerando al A-12 como un potencial sucesor del F-111 Aardvark.
Sin embargo, el A-12 enfrentó desafíos insuperables. Las predicciones iniciales sobre su revestimiento furtivo resultaron excesivamente optimistas, llevando a modificaciones que incrementaron su peso y, por ende, sus costos de desarrollo. La situación se agravó al coincidir con el final de la Guerra Fría, momento en el cual los presupuestos de defensa se estrecharon significativamente. El secretario de Defensa Dick Cheney tomó la decisión de cancelar el A-12, orientando los recursos hacia proyectos considerados menos arriesgados.
La cancelación del A-12 dejó un vacío en la capacidad de ataque profundo furtivo de la Marina, que optó por el F/A-18 Super Hornet como solución interina, sacrificando la innovación furtiva por una actualización convencional de los cazas ya disponibles. La necesidad de una plataforma furtiva de ataque desde portaaviones se mantuvo, conduciendo eventualmente al desarrollo del F-35C, un programa que ha experimentado fluctuaciones significativas en su percepción y resultados.
La elección del Super Hornet implicó una renuncia temporal a la capacidad de ataque profundo, una decisión cuyas repercusiones se extendieron durante décadas.
Actualmente, la Fuerza Aérea centra sus esfuerzos en el Bombardero de Nueva Generación, un proyecto que, en ciertos aspectos, recuerda al ambicioso A-12. La desaparición del Avenger redefinió las capacidades y estrategias del ala embarcada de la Armada de los Estados Unidos, marcando un período de transición hacia nuevos paradigmas en la aviación de combate naval.
Sistemas de combate del futuro: Un proyecto ambicioso
A inicios del siglo XXI, el concepto de la Revolución en Asuntos Militares (RMA) inspiró al Ejército de los Estados Unidos a emprender un ambicioso plan de adquisiciones denominado “Sistemas de Combate Futuros” (FCS).
Este programa buscaba transformar radicalmente la guerra terrestre mediante la integración de municiones guiadas de precisión, procesamiento de datos a alta velocidad, comunicaciones en tiempo real, y capacidades sensoriales avanzadas, prometiendo una letalidad y decisión sin precedentes en el campo de batalla.
El FCS no solo apuntaba a un nuevo paradigma de combate, sino también a la creación de brigadas más ágiles y desplegables, marcando una nueva era en la estrategia militar.
Sin embargo, los acontecimientos subsiguientes, en particular el inicio de la guerra en Irak bajo la administración Bush, presentaron desafíos significativos para el desarrollo del FCS. La guerra desvió recursos críticos, tanto intelectuales como materiales, que estaban destinados al perfeccionamiento del FCS, hacia la inmediata necesidad de enfrentar un conflicto convencional. Además, la aparición de exigencias operativas específicas, como la necesidad de vehículos resistentes a emboscadas (MRAP), contradijo los principios básicos del FCS, demostrando una discrepancia entre la teoría y la práctica del campo de batalla.
La experiencia en Irak también sometió a prueba la validez de la RMA, evidenciando que, a pesar del avance tecnológico, los adversarios irregulares podían infligir daños significativos a fuerzas convencionales mejor equipadas. Este enfrentamiento con la realidad llevó a un declive gradual del programa FCS, cuya visión integral fue reemplazada por la implementación fragmentada de capacidades específicas, desvinculadas del concepto original de un “sistema de sistemas”.
A medida que el Ejército de EE. UU. enfrentaba los retos de los conflictos en Irak y Afganistán, se vio obligado a integrar sistemas nuevos y existentes de manera ad hoc, alejándose de la visión futurista del FCS. Si bien algunos elementos del FCS han persistido, el proyecto en su conjunto cedió ante las presiones presupuestarias y las exigencias prácticas del combate moderno, marcando un punto de inflexión en la planificación militar y la concepción de las futuras capacidades de combate.
La visión alternativa de Zumwalt: Los pequeños portaaviones
La estrategia naval de optar por numerosos portaaviones de menor tamaño en lugar de unos pocos gigantes ha sido un tema de debate en la historia militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, tanto la Royal Navy como la Marina de los Estados Unidos demostraron la efectividad de los portaaviones de escolta en operaciones antisubmarinas y anfibias, lo que sugiere un precedente valioso para la adopción de un enfoque similar en tiempos más modernos.
En la década de 1970, el almirante Elmo Zumwalt, entonces Jefe de Operaciones Navales, propuso el concepto del Buque de Control Marítimo (SCS), una clase de portaaviones ligeros diseñados para proteger las rutas marítimas contra amenazas aéreas y submarinas, especialmente las provenientes de la Unión Soviética.
Esta propuesta llegaba en un momento crítico, con el creciente costo de los superportaaviones de la clase Nimitz y la inminente retirada de los portaaviones de la clase Essex, señalando la necesidad de una alternativa económica que pudiera sostener operaciones aéreas sin requerir las capacidades completas de un grupo de portaaviones de gran tamaño.
La idea de Zumwalt de adoptar una flota de portaaviones más pequeños y versátiles reflejaba una estrategia pragmática para asegurar la supremacía naval en el escenario de un conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Inspirándose en el éxito de los portaaviones de escolta en la Batalla del Atlántico, los SCS habrían ofrecido una solución adaptable y costo-efectiva para la defensa marítima, posibilitando una presencia más flexible y dispersa en los océanos del mundo.
La propuesta, aunque no se materializó en su totalidad, plantea interesantes reflexiones sobre cómo la innovación en la composición de la flota podría haber alterado la doctrina naval de EE. UU. y su preparación para conflictos futuros. La visión de Zumwalt sobre los pequeños portaaviones podría haber redefinido la naturaleza de la proyección del poder naval, ofreciendo un enfoque más dinámico y distribuido para enfrentar las amenazas globales en la era de la Guerra Fría y más allá.