La flota reducida, los altos costes y la baja disponibilidad del B-2 llevan al Pentágono a priorizar el B-21 como columna vertebral futura de bombarderos.
Escasez operativa del B-2 y razones para priorizar el B-21 Raider hoy
El B-2 Spirit se ha convertido en un recurso estratégico escaso por su flota mínima, su disponibilidad limitada y un coste de sostenimiento elevado. La Fuerza Aérea concentra todos los aparatos en Whiteman, Misuri, lo que refuerza esa condición. Informes del Congreso, del Departamento de Defensa y de organismos de evaluación repiten esa valoración y la utilizan para explicar la apuesta por el B-21 Raider, llamado a formar la columna vertebral de la fuerza de bombarderos.
El programa nació en la Guerra Fría con un objetivo de 132 aparatos y terminó con 21 unidades por decisiones de reducción de fuerzas al cierre de ese periodo. Un B-2 se perdió en Guam en 2008 y otro quedó dañado en 2022 hasta su retirada, de modo que la flota bajará a 19 aeronaves. Informes al Congreso detallan 16 aviones “combat-coded” y al menos una célula dedicada de forma principal a ensayos y pruebas.
El B-2 es un bombardero pesado de ala volante y baja observabilidad, con cuatro motores, dos tripulantes y dos bodegas internas capaces de más de 18 toneladas de armamento convencional o nuclear. La aeronave vuela unas 6.000 millas náuticas sin reabastecimiento y supera las 10.000 con una toma en vuelo, con altitud de unos 15.000 metros, lo que le permite despegar desde territorio continental estadounidense y atacar otros continentes con apoyo de aviones cisterna.

Está certificada para bombas nucleares B61 y B83, además de municiones guiadas de empleo convencional; entre ellas figura la GBU-57 Massive Ordnance Penetrator, de casi 14 toneladas y hoy integrada solo en el B-2. En operaciones recientes contra instalaciones nucleares iraníes, las fuerzas lanzaron catorce de estas bombas desde B-2 que despegaron desde Misuri, hecho que exigió el empleo simultáneo de siete aparatos, una fracción significativa del inventario total de la flota.
Datos clave sobre flota, costes y alcance del B-2 Spirit
- La flota quedará en 19 aeronaves; 16 figuran como “combat-coded” y al menos una célula se reserva para pruebas.
- Alcance aproximado de 6.000 millas náuticas sin reabastecimiento y más de 10.000 con una toma en vuelo.
- Coste por hora de vuelo alrededor de 130.000 dólares, según cifras del Pentágono citadas en análisis recientes.
- Coste unitario superior a 1.000 millones por avión, cercano a 2.000 millones al sumar investigación y desarrollo.
- La GBU-57 Massive Ordnance Penetrator se integra únicamente en el B-2 dentro del arsenal estadounidense.
Capacidades y limitaciones del B-2 frente a despliegues de alta tensión
Las misiones de presencia y disuasión revelan tensión permanente por la escasez de bombarderos furtivos. El despliegue de seis B-2 a la isla de Diego García en 2025, descrito por fuentes militares como cercano a un tercio de la flota, ilustra esa realidad. Un solo destacamento absorbe una porción sustancial del inventario disponible y reduce el margen para otras misiones, incluso antes de considerar requisitos de mantenimiento y entrenamiento operativos.
El empleo de los B-2 en una gran operación de ataque en junio de 2025, con participación de “una proporción importante” de la fuerza según una síntesis del Servicio de Investigación del Congreso, consolidó esa imagen. La alta demanda chocó con una oferta limitada y condicionó la planificación estratégica en tiempo real, con efectos directos sobre la capacidad para sostener misiones simultáneas y para preservar un nivel adecuado de preparación.

Las rotaciones de Bomber Task Force y los despliegues a bases como Andersen, en Guam, y Amberley, en Australia, añadieron más horas de vuelo y más ciclos de mantenimiento sobre una flota con margen de reserva casi inexistente. Cada rotación recortó disponibilidad y elevó la presión sobre personal, repuestos y planificación, con especial impacto en un inventario pequeño y en una aeronave exigente por su baja observabilidad. El resultado afectó a ejercicios y a despliegues mayores.
La necesidad de instalaciones climatizadas específicas para preservar la furtividad limitó además la cantidad de bases aptas para el B-2. Esa restricción elevó el coste de cada despliegue y redujo la flexibilidad logística. La situación multiplicó los tiempos fuera de servicio y consolidó una dependencia elevada de Whiteman y de unas pocas ubicaciones, con efectos acumulativos sobre la disponibilidad de una flota diseñada para penetrar defensas y para atacar a larga distancia.
Costes y mantenimiento que constriñen la fuerza B-2 estadounidense actual
El precio del B-2 condicionó desde el inicio el tamaño del programa. Estimaciones diferentes sitúan el coste unitario por encima de $1.000 millones por avión en cifras históricas, y cerca de 2.000 millones si se incluyen los gastos de investigación y desarrollo. La aeronave figura así entre las más caras construidas por Estados Unidos, con implicaciones directas para el número adquirido y para el presupuesto anual dedicado a su sostenimiento.
En explotación, análisis recientes citan cifras del Pentágono con un coste por hora de vuelo alrededor de 130.000 dólares, muy por encima del de otros bombarderos estratégicos estadounidenses. Diversos estudios atribuyen buena parte de ese diferencial a la complejidad del recubrimiento furtivo y a requisitos de hangar climatizado específicos para conservar la baja observabilidad. Esa realidad reduce opciones de base y eleva gasto cada vez que la Fuerza Aérea planifica un despliegue.

La carga de mantenimiento se refleja en los indicadores de disponibilidad. La Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno analizó tasas “mission capable” entre 2011 y 2019 y concluyó que la mayoría de plataformas no alcanzó sus objetivos anuales. El informe señaló problemas de mantenimiento, envejecimiento de las aeronaves y escasez de repuestos como causas recurrentes, con el B-2 entre los sistemas más costosos de sostener dentro de la flota de bombarderos pesados.
Comparaciones internas del Departamento de Defensa sitúan al B-2 con un número de horas de trabajo por hora de vuelo muy superior al de otros modelos de la fuerza. La consecuencia aparece en la práctica en forma de menor disponibilidad y de tiempos de preparación más largos, con impacto directo en la generación de salidas. Esa situación alimenta el argumento central a favor del B-21, que busca mayor cantidad y mejores tasas de salida a misión.
Requisitos de flota y metas que impulsan el incremento de bombarderos
El contexto global y la presión operativa trajeron a primer plano el tamaño de la flota. A finales de la década de 2010, un informe del Servicio de Investigación del Congreso recogió que la Fuerza Aérea aspiraba a un mínimo de 165 bombarderos. Planes posteriores elevaron el objetivo a 176 aparatos una vez incorporados 100 B-21 y retirados los B-1 y B-2 en el horizonte de las próximas décadas del servicio.
Documentos recientes señalan que, con 141 bombarderos B-52, B-1 y B-2 en inventario, la fuerza quedó por debajo de sus metas. Un estudio del Instituto Mitchell cifró en 225 el requisito de bombarderos para planes operativos y advirtió que la flota actual no deja margen para absorber pérdidas ni periodos largos de indisponibilidad. El resumen de bombarderos estratégicos del Congreso recogió peticiones externas de al menos 200 bombarderos furtivos, frente a los 100 B-21 previstos.

Ese desfase entre demanda y capacidad reforzó la decisión del Pentágono de apostar por el B-21 Raider como eje de modernización. La Fuerza Aérea comunicó que el B-21 asumirá de forma incremental funciones hoy desempeñadas por los B-1 y B-2, mientras los B-52 modernizados completan la combinación. El Departamento de Defensa lo describió como el primer bombardero estratégico estadounidense en más de tres décadas. La orientación incluye misiones convencionales y nucleares en entornos de alta amenaza.
En términos de cantidad, la planificación oficial estableció la compra de al menos 100 B-21 y definió esa cifra como suelo y no techo. Informes al Congreso situaron el coste medio de adquisición en torno a 550 o 560 millones en dólares constantes de la década de 2010, mientras que estimaciones más recientes de medios especializados hablaron de precios cercanos a 800 millones por aeronave, muy por debajo de las cifras asociadas al B-2.
Diseño, sostenimiento y dispersión previstos para el B-21 Raider en bases
El B-21 incorporó lecciones del B-2 para mejorar sostenibilidad y preparación. Northrop Grumman destacó el uso intensivo de herramientas digitales de diseño y de producción y una infraestructura basada en la nube para facilitar mantenimiento y actualización de sistemas de misión. Análisis especializados anticiparon un recubrimiento furtivo más resistente y pensado para reducir tiempos de mantenimiento, con el objetivo de lograr tasas de salida a misión superiores sobre una base de aparatos mayor.
La planificación de la Fuerza Aérea prevé una dispersión mayor de la flota B-21. Tinker asumirá el sostenimiento profundo, Edwards dirigirá pruebas y evaluación, y las unidades operativas se desplegarán en Dyess, Ellsworth y Whiteman. Esa red ampliará el número de bases bomberas con capacidad para operar el nuevo modelo y reducirá la dependencia de instalaciones singulares, con beneficios directos para la disponibilidad y para la generación de salidas sostenidas.

El comandante del Mando Estratégico de Estados Unidos planteó ante el Senado una necesidad potencial de 145 B-21. La Comisión sobre la Postura Estratégica de Estados Unidos recomendó aumentar el número previsto de B-21 y de aviones cisterna de apoyo, sin fijar una cifra concreta, para reforzar la disuasión frente a potencias con defensas antiaéreas y misiles avanzados. La Fuerza Aérea definió 100 unidades como el mínimo programático oficial vigente.
Al tiempo que avanza el programa B-21, el Pentágono sigue con inversión en el B-2 para mantener su capacidad hasta su retirada prevista. El programa Defensive Management System-Modernization actualiza guerra electrónica y presentación de amenazas, con alcance recortado en presupuestos para renovar pantallas y procesadores críticos por obsolescencia. En mayo de 2024, Defensa adjudicó un contrato de hasta 7.000 millones para sostenimiento y mejoras hasta 2029, e incluyó trabajos en furtividad, comunicaciones, motores y equipos de cabina.
