En una revelación que hace pensar, la Administración Biden ha presentado su propuesta de presupuesto para el Pentágono para el año fiscal 2025.
Si esta petición se lleva a cabo sin modificaciones, supondría una contracción de las capacidades militares estadounidenses en una época marcada por los crecientes riesgos globales, especialmente en el dominio marítimo euroasiático. Esto plantea un dilema crítico: a medida que se intensifican los retos estratégicos y los compromisos internacionales de Estados Unidos, los recursos para hacerles frente parecen estar disminuyendo.
Si no se invierte esta tendencia, los políticos y legisladores estadounidenses podrían encontrarse en la precaria situación de ser acusados de cometer una “monstruosa temeridad” en política y estrategia internacionales, término acuñado por Walter Lippmann, distinguido analista estadounidense del siglo XX.
Lippmann utilizó este concepto para criticar la postura de Estados Unidos después de que adquiriera vastos compromisos geopolíticos tras la guerra hispano-estadounidense de 1898, sin asignar los recursos adecuados para sostenerlos. En esta época, Estados Unidos se hizo con un imperio insular del que España había sido desposeída, extendiendo su influencia al Caribe, Filipinas y puntos estratégicos del Pacífico como Guam, crucial para el reabastecimiento naval hacia y desde Asia Oriental.
Retos estratégicos en un imperio marítimo ampliado
Al cubrir la enorme distancia que separa Norteamérica de Filipinas, Estados Unidos se enfrentó al reto de proteger territorios de inmenso valor estratégico y económico.
Sin embargo, las sucesivas administraciones y Congresos prestaron un apoyo limitado a la defensa de estas posesiones, una política de austeridad que, según Lippmann, persistió desde 1898 hasta el umbral de la Segunda Guerra Mundial, con la notable excepción de la administración de Theodore Roosevelt. Esta falta de preparación militar dejó a Estados Unidos vulnerable ante el avance del Japón Imperial, que culminó con la pérdida de sus posesiones en el Pacífico tras el ataque a Pearl Harbor en 1941.
Este episodio histórico subraya el alto coste de la negligencia en la preparación militar. Lippmann llegó a la conclusión de que una gestión nacional irresponsablemente temeraria no solo fracasa en sus ambiciones internacionales, sino que carece de un firme apoyo popular interno. Solo mediante una congruencia entre los medios militares y los objetivos nacionales puede un país como Estados Unidos prosperar en la escena internacional.
Hoy en día, los dirigentes prudentes deben emular la previsión de épocas pasadas fijando objetivos realistas de política exterior y asegurándose los recursos necesarios para alcanzarlos. Los presupuestos militares no deben fijarse basándose en cifras arbitrarias, con la esperanza de que esas cantidades resulten suficientes para cumplir los objetivos nacionales.
Las ilusiones estratégicas son perjudiciales; si los recursos disponibles no son suficientes para cumplir los objetivos establecidos, es imperativo ajustar estos a la realidad financiera y operativa del país. O, si los recursos existen, pero falta el compromiso gubernamental, popular o militar para utilizarlos eficazmente, entonces es prudente reconsiderar aquellos compromisos que el país no está dispuesto a mantener o es incapaz de hacerlo.
Al final, al igual que los hogares, las naciones deben operar dentro de sus posibilidades, asegurándose de que sus aspiraciones generales están en armonía con sus capacidades.
A la deriva de la imprudencia: El futuro de la defensa estadounidense
La trayectoria del presupuesto estadounidense hacia el año fiscal 2025 apunta a una decisión que podría calificarse de imprudente. La limitación impuesta por el Congreso, fijando el presupuesto de defensa en 895.000 millones de dólares en virtud de la Ley de Responsabilidad Fiscal de 2023, representa una cifra considerable.
Sin embargo, la suficiencia de esta asignación presupuestaria ante las crecientes necesidades de defensa del país es muy cuestionable. En respuesta a este mandato del Congreso, el Pentágono ha solicitado exactamente esta cantidad, lo que supondría un aumento nominal del 0,9% del gasto total.
Pero, ajustado a la inflación, este aumento se traduce en realidad en una disminución del presupuesto de defensa, que se suma a los recortes reales ya contemplados en el proyecto de ley de asignaciones para 2024, actualmente en debate y retrasado respecto al ciclo fiscal.
La restricción presupuestaria tendría un impacto directo en varios sectores clave de la defensa. Desde una reducción del 18% en la adquisición de cazas furtivos avanzados F-35 hasta la construcción de solo seis nuevos buques de guerra, acompañada del desmantelamiento de diecinueve, las consecuencias de estos recortes son profundas.
La reducción neta de trece buques de la flota naval estadounidense se produce en un momento especialmente crítico, dada la continua expansión y fortalecimiento de la Armada del Ejército Popular de Liberación chino, que actualmente cuenta con más de 370 buques, frente a los 292 buques de combate de la Armada estadounidense.
Las proyecciones indican que el inventario naval chino podría aumentar hasta los 435 buques en 2030. Sin embargo, estas cifras no reflejan plenamente el desafío que plantea China.
Dado que es probable que cualquier enfrentamiento en el Pacífico tenga lugar dentro del alcance de las capacidades armamentísticas terrestres del PLA, tanto la Fuerza Aérea como la Fuerza de Cohetes del PLA deben considerarse fuerzas marítimas en este contexto. La superioridad aérea y de misiles, con capacidad para influir en los conflictos navales, inclina la balanza de poder hacia China.
Este declive del poder naval estadounidense, en un contexto de creciente tensión militar con China, podría tener consecuencias desastrosas. La situación es crítica, y las actuales decisiones en materia de defensa podrían empujar a Estados Unidos a una posición de vulnerabilidad estratégica en la escena internacional.
La prudencia, lejos de ser un mero ejercicio de precaución, es un imperativo en la planificación de la defensa nacional y la asignación de recursos.
Estrategias periféricas en la era de la competencia mundial
La crítica a las malas prácticas estratégicas trasciende a Walter Lippmann, encontrando eco en las enseñanzas de los grandes estrategas históricos, que han defendido sistemáticamente que los objetivos deben dictar la asignación de recursos. Julian S. Corbett, influido por Carl von Clausewitz, identifica un paradigma en el que los medios triunfan sobre los fines, denominado “guerra contingente”.
Este enfoque se centra en la ejecución de operaciones secundarias en la periferia del enemigo para influir en el resultado de un conflicto mayor. Corbett subraya que este modo de guerra, más que buscar la victoria directa, busca complicar la situación del adversario mediante tácticas disruptivas, y cita al Duque de Wellington como ejemplo emblemático de esta estrategia durante sus campañas en Iberia contra Napoleón, que este describió como su “úlcera española”.
La guerra contingente se caracteriza por operaciones en las que los recursos disponibles delimitan las acciones y no los objetivos a largo plazo. Bajo este enfoque, los líderes militares y políticos proporcionan al comandante un conjunto definido de recursos, con la directiva de hostigar al enemigo. Este tipo de estrategia pretende dispersar las fuerzas enemigas, creando vulnerabilidades en los puntos críticos y aumentando las probabilidades de éxito del esfuerzo bélico principal.
Sin embargo, es esencial recordar que la guerra de contingentes es una táctica complementaria, no el eje central de la estrategia militar. En el contexto actual, en el que Estados Unidos está centrado en contrarrestar el ascenso de China, resulta imperativo adherirse a las normas estratégicas convencionales que privilegian los objetivos políticos sobre los medios militares.
Los planificadores estadounidenses deben idear formas de imponer a China retos estratégicos comparables a la “úlcera española” sin sacrificar los medios necesarios para alcanzar objetivos más amplios.
Corbett, al igual que Lippmann, advierte contra la reducción de medios con la esperanza de alcanzar ambiciones desmesuradas. Un planteamiento así invierte el orden lógico de la planificación estratégica, desafiando los principios fundamentales de la guerra y la política.
En este momento crítico, Washington debe reconsiderar seriamente la relación entre sus aspiraciones globales y los recursos disponibles para restablecer el equilibrio en la escena político-militar internacional.