A medida que la guerra en Ucrania se prolonga, la mirada acusadora de la comunidad internacional se ha extendido más allá de Rusia a otros Estados que supuestamente apoyan la guerra. En este sentido, destaca el baile diplomático de China para conciliar el “respeto a la soberanía de Ucrania” y los “legítimos intereses de seguridad de Rusia” en Ucrania. Dada la gravedad de la situación, la presión sobre China por parte de Estados Unidos y sus aliados para que asigne la culpa de la guerra es cada vez mayor.
Al no distanciarse de Moscú, Pekín soporta graves costes de reputación y corre el riesgo de convertirse en objetivo de sanciones económicas secundarias en el futuro. Tanto si Pekín fue informado por Rusia de antemano como si no, no quería ver esta guerra en su forma actual. Sin embargo, es poco probable que China condene explícitamente a Rusia, presione a este país para que detenga la guerra o socave su alineación estratégica con Rusia. Las infructuosas negociaciones del presidente estadounidense Joe Biden con el presidente chino Xi Jinping pusieron de manifiesto esta realidad.
¿Por qué Pekín se empeña en no unirse a la campaña mundial para aislar a Rusia?
La causa fundamental es el creciente reconocimiento por parte de Pekín de que China y Estados Unidos se encuentran en una trayectoria de colisión a largo plazo que es poco probable que cambie. Como ilustran los trabajos teóricos pertinentes, una superpotencia establecida (Estados Unidos) representa la mayor amenaza para los estados (China) que están a punto de convertirse en superpotencias. A la inversa, las superpotencias emergentes representan las amenazas más graves para las hegemonías establecidas.
Las políticas estadounidenses hacia China durante la última década confirman que Washington se ha embarcado irremediablemente en una estrategia de contención de China, que comenzó mucho antes de la actual crisis de Ucrania. Pekín considera que el “reequilibrio hacia Asia” de Estados Unidos y el “Indo-Pacífico libre y abierto” son intentos de contrarrestar el creciente peso geopolítico de China.
Ya en enero de 2012, Washington adoptó unas directrices estratégicas que identificaban a China como una amenaza contra el acceso en Asia Pacífico y anunció un nuevo enfoque para organizar su poder militar. El nuevo Concepto de Acceso Operativo Conjunto exigía aumentar el despliegue de las capacidades navales estadounidenses en Asia Pacífico. Por su parte, la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 calificó a China como el principal adversario de Washington.
La Tercera Estrategia de Compensación de EE. UU. es una iniciativa de innovación en materia de defensa para contrarrestar las ventajas tecnológicas estratégicas de los principales adversarios de EE. UU., con el objetivo de mantener la ventaja militar de EE. UU. y garantizar la capacidad de ganar una guerra. Se dirige explícitamente a China e incluye medidas para involucrar a Pekín en una competencia militar-tecnológica directa que se prevé a largo plazo y que dará lugar a una carrera armamentística.
Estas acciones contribuyen a la percepción de Estados Unidos como la mayor amenaza para la seguridad nacional de China y obligan a los estrategas chinos a convertir a Washington en el objetivo principal de la política de defensa china.
Pekín también se toma la recién estrenada iniciativa AUKUS como una alianza antichina. El primer ministro australiano, Scott Morison, declaró que existe una amenaza creciente de un “arco de autocracia” liderado por China. Para contrarrestar la amenaza china, anunció una nueva base de submarinos de 10.000 millones de dólares para la costa este de Australia. El proyecto permitirá la visita regular de submarinos de propulsión nuclear de Estados Unidos y el Reino Unido.
Estados Unidos también persigue la contención económica de China. Los acontecimientos más recientes incluyen guerras comerciales y arancelarias entre Estados Unidos y China, múltiples incidentes de denegación de visados de entrada por ambas partes, embargos de mercancías y la prohibición de la tecnología china de redes móviles 5G. Esta tendencia a la baja se aceleró aún más durante la pandemia del COVID-19, cuando se creó el nuevo tropo político: “el virus chino”.
El episodio más desconcertante, desde el punto de vista de persuadir a China para que se distancie de Rusia, es el fuerte respaldo de Estados Unidos a Taiwán, que incluye ventas de armas de alto perfil y visitas de altos funcionarios estadounidenses a Taipei. Biden ha continuado esencialmente la mayoría de las políticas de la era Trump hacia Taiwán. Diez días después de la guerra de Ucrania, el exsecretario de Estado estadounidense Mike Pompeo viajó a Taipei para defender que Washington debería “dar los pasos necesarios y largamente esperados para hacer lo correcto y obvio”: reconocer un Taiwán “libre e independiente”. Para Pekín, la independencia de Taiwán es inaceptable.
La última gota es la hipocresía occidental en torno a la postura de India en la guerra de Ucrania. India, al igual que China, nunca condenó a Rusia y, a través de sus compras de petróleo crudo a Rusia, está apoyando a Moscú de forma quizá más explícita que China. Hubo leves intentos de advertir a la India de algunas consecuencias si intenta eludir las sanciones de Estados Unidos contra Rusia. Pero esas advertencias no se acercan ni de lejos a la presión y la retórica que se dirige a China.
En cambio, la Cuarta ha tolerado la posición de India sobre Ucrania, destacando que “cada país tiene una relación bilateral”, razón por la cual “nadie ha acusado a India de apoyar lo que está sucediendo en Ucrania”. Así que, desde la perspectiva de China, las críticas de Estados Unidos a Pekín no tienen que ver con si China está con o contra Rusia.
A menos que los fundamentos de las relaciones entre Estados Unidos y China cambien, es poco probable que China se arriesgue a socavar su alineación estratégica con Rusia.
Alexander Korolev es profesor titular de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva Gales del Sur, Sydney. Este artículo apareció por primera vez en The Strategist de ASPI.